Bahía Blanca | Sabado, 18 de octubre

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Una revolución llamada Francisco

Corresponderá a los estudiosos o especialistas dar cuenta exacta del impacto de la visita del Papa Francisco a Cuba y a Nueva York, donde su presencia ha despertado el buen ánimo de miles y miles de personas que acompañaron su llegada, que lo recibieron conmovidos hasta las lágrimas y atentos a cada una de sus palabras y reflexiones.

Vestido de blanco y con un particular crucifijo sobre su pecho, el hombre se paró ante el plenario del Congreso de la nación más poderosa del mundo y ensayó un discurso interrumpido 37 veces por los aplausos. No venía de cualquier lado. Venía de Cuba, luego de haber sido parte del acercamiento entre ambas naciones, cumpliendo su voluntad de “construir puentes” y ayudar a superar “diferencias históricas”.

Francisco, argentino de nacimiento, no evitó ningún tema actual. Pidió que no diera “la espalda a los vecinos”, en alusión a millones de inmigrantes cuyos derechos “no siempre fueron respetados”, alentó a abolir la pena de muerte -vigente en 32 de los 50 estados norteamericanos-, a partir de dar una oportunidad “a la esperanza y a la rehabilitación”.

Confirmó, en un mundo donde las “relaciones fundamentales están puestas en duda”, la riqueza de vivir en familia, y condenó el tráfico de armas, un negocio “de dinero de sangre inocente” que se lleva adelante “frente al silencio vergonzoso y cómplice” de los gobiernos.

El Papa ha pisado tierra cubana y tierra norteamericana. Ha estrechado las manos de Fidel Castro y de Barack Obama. Para algunos analistas, ha sabido manejar palabras y silencios con acertado equilibrio; para otros, ha elegido sus palabras y silencios con un cuestionable cuidado político.

Lo cierto es que Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio en el último rincón del planeta, está sacudiendo las formas milenarias y ultraconservadoras de la Iglesia, alentando a perdonar pecados imperdonables, pidiendo perdón por conductas inadecuadas, abriendo puertas a católicos que hace tiempo no pueden comulgar, aportando su palabra en un mundo que sangra y duele a partir de sus desigualdades.

Lo dice como sucesor de Pedro, aquel pescador iletrado y pobre que dejó sus redes para seguir a Jesús, “la figura más vívida de la memoria humana”, según lo definió Jorge Luis Borges. “Nadie como Él ha gobernado y sigue gobernando el curso de la historia”, reflexionó el autor de “Funes el memorioso”. Francisco es, de acuerdo a la tradición milenaria, su sucesor, en sangre y vino.