Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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El potencial Cormagnón que anticipó al verdadero

Tal vez fue un aviso ignorado, una macabra señal de muerte, angustia y dolor eterno. Nadie, o casi nadie lo recuerda. Tiene su lógica. Al poco tiempo, un hecho de naturaleza similar ocasionó la peor de las catástrofes, todavía humeante, a más de tres años. La pregunta persiste, ya a modo de tormento: ¿por qué los organizadores cambiaron a último momento de escenario y no dejaron el más grande, abierto y seguro del estadio remodelado de Argentinos Juniors en vez de mudarse a otro cerrado, de pésimos antecedentes y probadamente peligroso? Y para peor indignación, sin dar ninguna explicación.

 Tal vez fue un aviso ignorado, una macabra señal de muerte, angustia y dolor eterno. Nadie, o casi nadie lo recuerda. Tiene su lógica. Al poco tiempo, un hecho de naturaleza similar ocasionó la peor de las catástrofes, todavía humeante, a más de tres años.


 La pregunta persiste, ya a modo de tormento: ¿por qué los organizadores cambiaron a último momento de escenario y no dejaron el más grande, abierto y seguro del estadio remodelado de Argentinos Juniors en vez de mudarse a otro cerrado, de pésimos antecedentes y probadamente peligroso? Y para peor indignación, sin dar ninguna explicación.


 No hubo manera de controlar la mortificante sensación de que podrían acontecer episodios fatales. Como perversamente preparado, el precario escenario invitaba al peor de los presagios, en esa noche del 8 de mayo de 2004.


 Pero increíblemente, al día siguiente hubo un despertar y todos quienes estuvieron en ese abismo terminaron aliviadamente sujetados al flotador que dio la chance de seguir con vida y de poder contar lo que pasó.


 Apenas siete meses antes del horror de Cromagnón, de milagro no sucedió otro, posiblemente más luctuoso aún, en el por entonces conocido y para algunos famoso boliche "Hangar" del barrio de Liniers, en ocasión de un recital del legendario y gloriosamente vigente trío de hard rock norteamericano Motorhead.


 Barras bravas de la banda, pasados de alcohol y otras cosas, y patovicas agresivos por esa otra que mezcla anabólicos con otras yerbas de gimnasio, se enfrascaron en una impresionante pelea en la primera tanda de ingreso al lugar, escaramuza que puso en veloz y asustada retirada a los muchachos de "seguridad", después de recibir feroz golpiza, aunque en clara desventaja numérica.


 Los nervios se atemperaron parcialmente con la aparición en escena del grupo protagonista, no sin antes que el nacional que le precedió tuviera que soportar todo tipo de agresiones y humillaciones de esa lacra del rock, que, como en el fútbol, la componen menos de 100 tipos por banda, también dotados de similar impunidad.


 La performance de Motorhead transcurría fantástica, hasta que sobre el final --y en un lugar como casi todos en esa época, sin mínimas condiciones de seguridad, con al menos 300 personas más que su límite de capacidad-- un muchacho de neuronas atrofiadas prendió una enorme bengala que paseó junto a una docena de secuaces unos 20 metros, a escasa distancia del escenario, provocando un desbande tremendo y quitando del ambiente gran parte del poco oxígeno disponible.


 Afectados de real asfixia (al igual que la mayoría de la gente), los Motorhead interrumpieron su recital y, en un regreso heroico, tocaron un par de temas más en medio de la espesa humareda que impedía verlos a mínima distancia. Agotados y tumefactos, prácticamente sin voz, ahora sí dieron por terminado el show y se fueron a las corridas hacia los camarines.

La semilla germinó




 El abrupto, pero entendible final, no encontró perdón por parte de los enajenados, quienes, a manera de venganza, decidieron romper todo lo que se les cruzó sin dar tiempo a que pudieran retirarse los costosísimos equipos de música, a los que primero destrozaron, para completar luego el saqueo con el robo de los instrumentos musicales menos pesados, sin ningún tipo de resistencia.


 Al pobre manager del conjunto, un hombre de unos 60 años, delgado y vestido de elegante sport como para disfrutar de una fiesta "familiar", casi lo matan, cuando intentó salvaguardar pertenencias.


 ¿Policías? Ni uno. Llegaron a los 45 minutos, pero nada más que para atenuar algunas peleas callejeras, tras una caótica desconcentración, que obligó a la llegada de varias ambulancias. Se reportaron algunos contusos leves y, por supuesto, ningún detenido. Como en el fútbol, seguramente muchos sintieron ese día que el goce y la diversión está en los excesos, que esto ya se estaba convirtiendo en costumbre de todos los días y dejaron la semilla plantada para todo lo que vino después.


 Tuvo que haber luego un Cromagnón para que se clausurara éste y otros antros de perdición.


 Motorhead regresó recién el año pasado, para dar otro sensacional show, ya en un previsiblemente prolijo Luna Park colmado, en comparación, por gente domesticada y sedada (DyN).