Bahía Blanca | Viernes, 27 de junio

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La "escuela decareana" marcó una profunda transformación ciudadana

El 11 de diciembre, decretado como Día Nacional del Tango, ha visto el natalicio de varios músicos de nuestra música ciudadana, entre ellos Roberto Rufino y el vocalista Carlos Fontán, pero es indudablemente por el nacimiento de Carlos Gardel y de Julio De Caro que ha quedado como fecha profundamente arraigada al tango.




 El 11 de diciembre, decretado como Día Nacional del Tango, ha visto el natalicio de varios músicos de nuestra música ciudadana, entre ellos Roberto Rufino y el vocalista Carlos Fontán, pero es indudablemente por el nacimiento de Carlos Gardel y de Julio De Caro que ha quedado como fecha profundamente arraigada al tango.


 Pero como Gardel es el que se lleva en general las palmas de la gloria en su cotejo con De Caro, bueno es rendirle a este último, el homenaje que se merece.


 En 1899, Julio De Caro nació al 2000 de la ex calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre y Azcuénaga) en una vieja casona habitada por el matrimonio de don José De Caro y doña Matilde Ricciardi, ambos italianos de ley que le dieron al país doce hijos (Julio era el segundo).


 De débil contextura física y de salud precaria, su madre lo vistió siendo chico con su hábito parecido al de San Juan, por espíritu piadoso, invocando así para su hijo, la protección del Santo.


 La crecida progenitura de los De Caro obligó a la familia a realizar distintas mudanzas en busca de espacio vital, estableciéndose en la calle Defensa, en San Telmo, donde papá De Caro abrió una escuela de música a la vez que vendía partituras e instrumentos musicales.


 Don José, atribuyendo a Julio y a su hermano Francisco, las necesarias condiciones para la música (que después, ambos demostraron tener), decidió en forma inconsulta que Julio estudiaría piano y Francisco, violín. El tiempo se encargaría de corregir el error paterno y los dos hermanos procedieron a un cambio de instrumento que respondía mejor a sus inclinaciones artísticas: para bien de los dos, Julio optó por el violín y Francisco eligió el piano.

En secreto.






 Los estudios musicales de los hermanos transcurrieron bajo la atenta supervisión de don José, quien detestaba la música popular y pretendía para sus hijos una formación académica y selecta. Pero, por segunda vez, los dos jóvenes se encargaron de rectificar el yerro de papá De Caro dedicándose en secreto, a ejecutar las partituras de tango "sustraídas" de los estantes de venta del mismísimo don José.


 Rápidamente, Julio, gracias a su contracción al estudio del violín, llegó a un nivel de ejecución tal que le permitió acceder a una plaza de violinista en el antiguo Teatro Lorea (actualmente Teatro Liceo) en un espectáculo de zarzuelas.


 Una noche de 1917, Julio concurrió al Palais de Glace de la Recoleta donde actuaba la orquesta de Roberto Firpo y sus amigos le urgieron para que demostrara sus condiciones de eximio ejecutante; Julio, de pronto, se encontró con un violín que le prestaron y su brillante intervención le valió ser felicitado nada menos que por Eduardo Arolas, allí presente.

Vocación tanguera.






 Poco después, Julio debutó en la orquesta del bandoneonista Ricardo Brignolo, en Barracas, autor del famoso tango Chiqué, tomando ya la exacta conciencia de su decidida vocación tanguera.


 Como era de prever, se produjo el gran disgusto familiar a raíz de esa firme determinación, alejándose Julio de su casa.


 Entró en la orquesta del "Tigre del bandoneón" y su excelente retribución en las filas de Arolas le permitiría vivir cómodamente en una buena pensión, así como satisfacer sus gastos personales.


 Tras algunos años de actuación en Montevideo, Julio De Caro recibió una propuesta de Juan Carlos Cobián para integrar una orquesta para el Abdulla Club de la Galería Güemes. El conjunto, un magnífico sexteto, se formó con De Caro y Agesilao Ferrazzano en violines, Pedro Maffia y Luis Petrucelli, bandoneones; Humberto Costanzo, contrabajo; y Juan Carlos Cobián en el piano.


 Gracias a la calidad indiscutida de sus integrantes, surgió un ensamble de admirable estilo tanguístico quedando consagrada para la historia del tango la equilibrada alineación en forma de sexteto formada por De Caro. Por otra parte, la correcta indumentaria, sobrio smoking, camisa de pechera dura y cuello "palomita", no fue ajena al afianzamiento del conjunto en el gusto del público.

Dinero y adeptos.






 Posteriormente, el astronómico ofrecimiento (en 1924) de seis mil pesos mensuales por el Sexteto en el Vogue's Club del tradicional Palais de Glace, contribuyó a afianzar a la orquesta que día a día ganaba nuevos adeptos por su forma de ejecución, al tiempo que se incorporaba al ilustre sello grabador de la R.C.A. Víctor.


 El disco fonográfico constituía para aquel entonces, el gran vehículo de difusión musical, resultando testigo de la verdadera revolución estética de aquel conjunto instrumental.


 Tras varios cambios de efectivos, entró en el Sexteto, Pedro Laurenz junto a Pedro Maffia, conformando de esa manera el dúo de bandoneones más famoso de la historia del tango, alcanzando una insuperable perfección interpretativa.


 Otro acontecimiento trascendente se produjo cuando Mr. Scheney, director general de la Victor Talking Machine Co. de Estados Unidos, trajo de regalo a Julio De Caro, como prueba de reconocimiento por la gran venta de sus discos, el novedoso y costoso "violín corneta" que adoptaría el músico decididamente, logrando una distinta y muy singular sonoridad y que también hiciera escuela, "a posteriori", entre los violinistas de tango.

Gran éxito.






 En 1926, el empresario Augusto Alvarez puso a disposición de De Caro un contrato de cifras insospechadas para actuar en el Select Lavalle con gran publicidad y asegurada repercusión artística: allí, solamente se concurría para escuchar al Sexteto que trascendía ya como verdadera escuela de tango y las primeras filas de la sala eran invariablemente ocupadas por músicos juveniles, futuros cultores del tango, como Orlando Goñi, Alfredo Gobbi y Aníbal Troilo, entre otros.


 El tango Guardia vieja, dedicado al presidente Marcelo T. de Alvear, fervoroso admirador del renovador conjunto, fue el gran éxito autoral de De Caro durante esa brillante temporada, al que siguieron notables composiciones como Mala junta y otras.


 El 4 de marzo de 1931, la orquesta se embarcó en el vapor "Massilia", debutando en el Palais de la Méditerranée de Niza y en el famosísimo Hotel Negresco, donde se produjo un emotivo encuentro con Carlos Gardel. Luego de su presentación en Montecarlo y Cannes, los músicos se dirigieron a Italia.


 Turin, Génova y Roma recibieron con beneplácito a esa espléndida embajada argentina de tango. En París, culminaría el itinerario previsto, ya desechadas las falsas ropas de paisanos y los fingidos gauchos de utilería.


 A Julio De Caro pues, debe reconocérsele el cumplimiento de una profunda transformación del tango como ejemplo de equilibrio renovador en la interpretación de nuestra música ciudadana, que se llamó la "escuela decareana" siendo el Sexteto su más elocuente y ejemplar expresión.






  Edgar Mauger De la Branniere