Día Internacional contra el Acoso Escolar: educar para una convivencia digital con sentido ético y respeto a la dignidad humana
Según datos del Informe sobre Ciberacoso en Argentina 2024, elaborado por UNICEF y el Ministerio de Educación nacional, el 38 % de los adolescentes entre 12 y 17 años ha sido víctima de acoso digital, y el 64 % reconoce haber presenciado situaciones de ciberbullying en sus entornos escolares o redes sociales.
En una escuela secundaria, un estudiante de 14 años empezó a ausentarse del colegio. Durante semanas, sus docentes pensaron que era desinterés. Hasta que, en una entrevista con la orientadora, confesó: "No quiero volver porque desde hace meses me mandan fotos mías editadas a grupos de chicos de otros colegios. Dicen cosas horribles, que hice cosas que nunca hice. Y no puedo borrarlo... lo siguen compartiendo. Cada vez que suena mi celular, siento que se me cierra el pecho".
Este caso, tristemente común, es solo uno entre miles. Según datos del Informe sobre Ciberacoso en Argentina 2024, elaborado por UNICEF y el Ministerio de Educación nacional, el 38 % de los adolescentes entre 12 y 17 años ha sido víctima de acoso digital, y el 64 % reconoce haber presenciado situaciones de ciberbullying en sus entornos escolares o redes sociales. A diferencia del acoso tradicional, el ciberacoso no termina cuando suena el timbre. Persiste las 24 horas, se expande, muta, se viraliza, invade el hogar y muchas veces, se invisibiliza bajo la apariencia de una “broma” o un “simple comentario”.
Según datos citados en investigaciones recientes, el ciberacoso ha experimentado una escalada cuantitativa significativa, impulsada por el uso masivo de dispositivos electrónicos y plataformas digitales. Si bien los estudios varían según la región, lo cierto es que las redes sociales, la mensajería instantánea y las apps, con elementos de IA se han convertido en escenarios privilegiados para formas nuevas, pero profundamente dañinas, de hostigamiento. El ciberacoso no es una variante menor del bullying, sino una manifestación compleja, extendida en el tiempo y el espacio, que exige respuestas educativas, sociales y tecnológicas integradas.
La adolescencia es, por definición, una etapa de transformación. Un período vital marcado por cambios físicos, emocionales y sociales, en el que la construcción de la identidad se nutre intensamente de las interacciones con los pares. Hoy, estas interacciones transcurren en gran medida en territorios digitales. Las redes sociales no son solo herramientas de comunicación; son espacios de pertenencias, reconocimiento y validación emocional.
Pero este entorno también está atravesado por riesgos, lo que los sitúan en una posición vulnerable ante conductas como la exclusión deliberada, la difusión de información privada sin consentimiento, el envío de mensajes amenazantes o la creación de contenidos con IA para humillar.
El ciberacoso seguirá aumentando exponencialmente, sino incluimos una educación formal en ciudadanía digital en todas las instituciones educativas.
Y éste, presenta características propias que lo hacen particularmente peligroso:
- Anonimato: el agresor puede ocultar su identidad, lo que reduce la empatía y aumenta la crueldad.
- Permanencia: el contenido ofensivo queda registrado, se reproduce y se difunde sin control, perpetuando el daño.
- Acceso constante: la persona hostigada no encuentra refugio ni en casa, ya que el acoso ingresa en su espacio íntimo a través del celular.
- Audiencia amplificada: un insulto en el recreo llega a cinco personas; un meme malintencionado puede alcanzar miles de kilómetros.
Estas condiciones transforman el impacto psicosocial del acoso. La vergüenza, la ansiedad y el aislamiento se multiplican. Y, muchos casos de abandono escolar están directamente vinculados a experiencias de ciberbullying no atendidas.
Frente a este panorama, resulta insuficiente limitarse a sancionar conductas individuales. Es necesario construir una cultura de convivencia digital responsable, basada en la prevención, la formación y la colaboración entre todos los actores sociales.
Las intervenciones deben ser multidimensionales y participativas. No pueden nunca reducirse a una única dirección (por ejemplo, solo desde la autoridad docente), sino que debe involucrar a estudiantes, familias, profesores y adultos significativos.
“Los estudiantes deben ser partes y protagonistas de la solución de los problemas y/o conflictos que surgen en el ámbito de la convivencia”.
Esto implica: Formar al profesorado en detección temprana, gestión emocional y estrategias de mediación digital.
Crear canales seguros de denuncia, como buzones anónimos, que permitan a estudiantes a pedir ayuda sin miedo.
Involucrar a las familias mediante talleres sobre uso responsable de las tecnologías, comunicación asertiva y acompañamiento emocional.
Promover espacios de tutoría y coordinación entre colegios y hogares, fortaleciendo las cuatro subredes sociales del adolescente: familia, iguales, familia extensa y adultos significativos (profesores, vecinos, etc.).
Y, para terminar, no se trata de prohibir, sino de acompañarlos a navegar con sentido. Las pantallas no son el enemigo; la indiferencia sí. Cada meme hiriente, cada comentario anónimo, cada video compartido sin consentimiento revela una falla no en la tecnología, sino en nuestra educación.
Detrás de cada perfil hay un rostro. Detrás de cada clic, una consecuencia. Si queremos redes más humanas, debemos formar personas más humanas.
La escuela, la familia, la sociedad: todos somos responsables. No basta con condenar el daño. Debemos construir, día a día, una cultura digital basada en el respeto, empatía y dignidad.
Porque educar en la era digital NO es solo enseñar a usar una herramienta. Es formar ciudadanos capaces de elegir bien, sentir profundamente y actuar con ética. Y eso no es opcional. Es urgente.
Como dice Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que tenemos para cambiar el mundo”. Hoy, esa educación debe incluir la convivencia digital como eje fundamental de la ciudadanía del siglo XXI.
Porque proteger a un adolescente del ciberacoso no es solo evitar un trauma. Es garantizar su derecho a existir con dignidad, tanto en el mundo físico como en el digital. Y eso, no es tarea de uno. Es responsabilidad de todos.
Mariana Savid Saravia
Psicopedagoga, experta en Ciudadanía Digital, Neuroeducación y Mediación y Convivencia escolar.
M.P. P: 13-5610