Calidad de vida y emisiones: en busca de un necesario equilibrio
Deberán reverse los procesos industriales y los hábitos de consumo si realmente aspiramos a reducir las emisiones y mantener la esperanza de que el hábitat sobreviva.
Las emisiones mundiales han aumentado casi continuamente desde la revolución industrial.
En 1850 se emitieron un total de mil millones de toneladas equivalentes de CO2. En 1900 esta cantidad había aumentado a 4.200 millones de toneladas, 11.000 millones en 1950, 35.000 millones en 2000 y unos 50.000 millones en la actualidad.
En 2021, los seres humanos han liberado a la atmósfera casi 50.000 millones de toneladas equivalentes de CO2. De estos 50.000 millones de toneladas, unas tres cuartas partes fueron producidas por la quema de combustibles fósiles para obtener energía, el 12% por el sector agrícola, el 9% por la industria (en la producción de cemento, entre otras cosas) y el 4% proviniendo de residuos. De media, cada individuo emite algo más de 6,5 toneladas de CO2 al año.
Según el último informe del IPCC, no hay que emitir más de 300.000 millones de toneladas de CO2 si queremos mantenernos por debajo de 1,5°C de calentamiento global en comparación con los niveles preindustriales y 900.000 millones de toneladas de CO2 para mantenernos por debajo de 2°C2.
Por lo tanto, al ritmo actual de las emisiones mundiales, el presupuesto para 1,5°C se agotará en seis años y el presupuesto para 2°C en 18 años.
Para comprender mejor la magnitud del reto de limitar las emisiones de CO2, podemos comparar el nivel de emisión actual con el nivel necesario para mantenerse por debajo de un calentamiento global medio de 1,5 °C y 2 °C: para ser compatible con el objetivo de 2 °C, el presupuesto de carbono sería de 3,4 toneladas por persona y año de aquí a 2050.
Este valor es aproximadamente la mitad de la media mundial actual. El presupuesto sostenible compatible con el límite de 1,5°C es de 1,1 tonelada de CO2 por persona y año, unas seis veces menos que la media mundial actual.
Históricamente, del total de 2.450 billones de toneladas de carbono emitidas desde 1850, América del Norte es responsable del 27%, Europa del 22%, China del 11%, Asia meridional y sudoriental del 9%, Rusia y Asia central del 9%, Asia oriental (incluido Japón) del 6%, América Latina del 6%, Oriente Medio y África del Norte del 6% y el África subsahariana del 4%.
Esto compara las emisiones históricas y su composición con el presupuesto de carbono restante para limitar el cambio climático.
Las emisiones per cápita en el África subsahariana, 1,6 tonelada por persona y año, son sólo una cuarta parte del promedio mundial. Las emisiones per cápita en América del Norte son de 21 toneladas por persona: tres veces el promedio mundial y seis veces el nivel compatible con la trayectoria de calentamiento de 2 °C.
Entre estos dos extremos se encuentran el sur y el sureste de Asia, con 2,5 toneladas per cápita (el 40% de la media mundial) y América Latina, con 4,8 toneladas (el 70% de la media mundial), seguidos de Oriente Medio y el norte de África, Asia oriental, Europa y Rusia y Asia central, cuyas medias se sitúan entre 7,5 y 10 toneladas (entre una y una vez y media el promedio mundial).
Las desigualdades en las emisiones medias de carbono entre regiones son bastante similares a las desigualdades en el ingreso promedio entre estas regiones, pero con notables diferencias: las emisiones de los Estados Unidos son 3 veces la media mundial, mientras que el ingreso estadounidense es 3,2 veces el promedio mundial; en Europa, sin embargo, las emisiones son 1,5 veces la media mundial, mientras que la cifra en términos de ingresos se aproxima a la de Estados Unidos.
Existe un fuerte vínculo entre el ingreso per cápita y las emisiones de carbono, pero este vínculo no es perfecto: algunas regiones son más eficientes que otras a la hora de reducir las emisiones asociadas al mismo nivel de ingresos.
Es evidente que más allá de las medidas que intentan tomar los organismos internacionales y los estados en forma individual, deben contemplar fundamentalmente la educación del ciudadano para que la reducción de emisiones sea una realidad medible.
Todos tenemos aspiraciones de una calidad de vida mejor, lo que inevitablemente lleva a un mayor consumo de energía para producir los elementos que mejoran esa calidad de vida.
Deberán reverse los procesos industriales y los hábitos de consumo si realmente aspiramos a reducir las emisiones y mantener la esperanza de que el hábitat que ocupamos sobreviva. Queda poco tiempo.
La esperanza es que el superlativo desarrollo de la tecnología, muy superior al avance de la inteligencia, genere las herramientas para un cambio ya que los cambios de nuestros hábitos y aspiraciones llevarán generaciones hasta medir cambios significativos.