Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

De Londres a Buenos Aires: tras las huellas argentinas de Jack el Destripador

Hace 135 años, en noviembre de 1888, terminaba la siniestra saga de quien es considerado el primer asesino serial de la historia, cuya identidad sigue siendo un enigma. Aun hoy la lista de sospechosos sigue ampliándose, y entre todas las pistas, Argentina podría tener una de las claves.
 

En apenas 71 días logró instalarse para siempre en la historia universal de la infamia: entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888 asesinó brutalmente a cinco mujeres, aunque se le sospechan -al menos- otras seis víctimas, todas prostitutas del barrio de Whitechapel, uno de los márgenes olvidados de aquel Londres victoriano.

Y, en cada crimen, una carta escrita con tinta roja, de remitente inconfundible: “Desde el infierno”, donde se jactaba de sus homicidios y prometía ir por más. Cuando parecía que su cuchillo ensangrentado sería eterno, simplemente se esfumó sin dejar siquiera una pista, una huella, un dato. Nada.

La Policía apenas si pudo darle un nombre artístico, “Jack el Destripador”, y una descripción, inédita hasta entonces: asesino serial, el primero de todos.

El caso, que removió hasta los cimientos del trono británico, llegó a contar con una treintena de sospechosos, entre los que se destacaron el mismísimo príncipe Albert Victor, entonces heredero de la corona, el actor de teatro Richard Mansfield y hasta Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas.

Pero lo que pocos saben es que uno de los integrantes de aquella lista negra de la Scotland Yard fue el húngaro Alois Szemeredy, cirujano del Ejército argentino en la Guerra de la Triple Alianza, más tarde peluquero en un local cercano al edificio del Congreso Nacional y finalmente, en 1876, asesino prófugo de Caroline Metz, una joven francesa de 19 años que habitaba un inquilinato en Corrientes entre Reconquista y 25 de Mayo, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires.

Szemeredy acuchilló a Metz con una técnica similar a la de Jack y logró fugarse, primero hacia el Brasil y luego a Europa. Claro que esto se supo recién dos décadas después, en 1892, cuando el húngaro -muerto ese año tras quedar detenido en Bratislava por robo y homicidio- fue mencionado por el diario The Daily Graphic como el posible Destripador, debido a sus características físicas y mentales.

Pero, ¿dónde estuvo Alois Szemeredy en aquellos meses londinenses de 1888?

Sólo se sabe que un supuesto empresario argentino, de nombre Alonzo Maduro, buscaba inversionistas en Whitechapel al momento de los asesinatos.

Para algunos investigadores del caso, Maduro y Szemeredy son la misma persona, no sólo por descripciones de testigos e incluso por las similitudes cacofónicas del nombre (A-lon-soh-mah-doo-ro y A-loi-seh-meh-reh-dee, de acuerdo a la fonética inglesa) sino porque nunca aparecen superpuestos en los registros. Cuando uno aparece, el otro se esfuma en los mapas. Y viceversa.

Sin embargo, el escritor Juan Jacobo Bajarlía -considerado como el referente argentino sobre el Destripador- afirmaba que la historia de Alonzo Maduro sí continuó luego del fin de Szemeredy.

De hecho sostuvo que murió recién en 1929, en un hotel de la avenida Alem al 500, frente a la Plaza Roma, en el barrio porteño de Retiro. De aceptar esta versión habrá que reparar en un dato, al menos, curioso: Maduro terminó sus días a tan sólo tres cuadras de donde Alois Szemeredy mató a Caroline Metz.

Como sea, la historia criminal argentina tiene suficiente espacio como para que la sombra del Destripador todavía pueda esconderse en los pliegues del misterio. Hasta que por fin alguien la atrape.