Bahía Blanca | Domingo, 19 de mayo

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Bahía en la ficción: cuando la ciudad fue parte de la literatura argentina

Borges, Cortázar, Sábato, Bioy y Arlt, entre otros, escribieron alguna vez sobre estas tierras. Pero no fue sino hasta la publicación de la novela "Bahía Blanca", de Martín Kohan, que la ciudad ingresó definitivamente en otra dimensión del mapa literario nacional.

Archivo La Nueva.

Por Mariano Buren / elpais@lanueva.com

   “Ninguna persona que yo conozca ha dicho jamás nada bueno de Bahía Blanca”, piensa Mario Novoa, un profesor universitario de Buenos Aires, justo antes de solicitar un traslado de un mes con el propósito de profundizar in situ sobre la obra de Ezequiel Martínez Estrada.

   Con esa frase cortante comienza “Bahía Blanca”, una novela publicada en 2012 por Martín Kohan que encaja perfectamente dentro del rótulo de thriller psicológico: por motivos que se conocen varios capítulos más adelante, Novoa necesita “dar vuelta la hoja, como se dice por lo común, de una vez y para siempre” y, en ese sentido, la ciudad parece ofrecerle todas las condiciones necesarias.

   La novela transcurre en diferentes escenarios que pueden ser fácilmente identificables: el barrio Universitario, una parte del centro y la zona de Ingeniero White. Pero las locaciones son lo de menos. Más bien podría decirse que, a lo largo del relato, Bahía actúa como un sombrío telón de fondo, en el que todo aparece difuminado, ya sea personas, lugares o situaciones. Exactamente lo que el personaje busca para su estadía.

Martín Kohan

   Kohan amplifica, de alguna manera, una larga tradición dentro de la literatura argentina: la descripción de Bahía Blanca como una ciudad distante, de paso y algunas veces anodina.

   Los rastros de ese corpus literario pueden encontrarse tanto en Jorge Luis Borges (“A juzgar por las ruinas de Bahía Blanca, que tuve la curiosidad de explorar, no se ha perdido mucho”) como en Julio Cortázar (“Un profesor de Bahía Blanca le llamó la visión trivializante, y era una expresión muy afortunada por ser de Bahía”), e incluso en la elegante pluma de Adolfo Bioy Casares (“Antes de que sea tarde me convertiré en viajero, por los polvorientos caminos que más allá de Bahía Blanca penetran la desnuda y desmedida Patagonia”).

   Las menciones parecen multiplicarse al revisar los estantes de las bibliotecas: mientras Roberto Arlt deambula por Patagones y afirma en una de sus aguafuertes que no hay que “tener miedo del ridículo al afirmar que es diez veces más bonito que Bahía Blanca”, los personajes de María Rosa Lojo sostienen que a la “Tierra del Diablo (…) los cristianos la llaman Bahía Blanca (…) ¿Quién si no el diablo puede vivir en un lugar dónde sólo hay viento y rocas?”

Julio Cortázar

   También están aquellos que se limitan a nombrarla, como una pieza necesaria dentro del engranaje del relato: en un cuento de Isidoro Blaisten, “pese a que habían viajado toda la noche, nadie probó la cerveza en Bahía Blanca", en un relato de Sara Gallardo se cuenta que "el rápido a Bahía Blanca arrastró al hijo del capataz de la cuadrilla que reparaba las vías” y en una novela de Ernesto Sábato, uno de los personajes revela que “otro hermano, menor que yo, André, e medio loco y ni siquiera sabemo adónde anda, creo que por Bahía Blanca”.

   Otras voces se suman al recuento ficcional: “Bahía Blanca, Río Negro, el Chubut, nombres elogiosos y con sabor de lejanía” (Leopoldo Marechal), “Hay que abandonar la capital, replegarnos al sur: Avellaneda, Florencio Varela, Bahía Blanca” (Ricardo Piglia), “Se llamaba Marta y ahora suele escribirme desde Bahía Blanca para reprocharme mis recuerdos desencontrados” (Osvaldo Soriano) y “Se supone que te toca morirte a las 4.03 en el semáforo de la ruta. Te tiene que pisar un Scania, un camionazo frigorífico que va para Bahía Blanca” (Eduardo Sacheri).

   Lo cierto es que no fue sino hasta la publicación del libro de Martín Kohan que la ciudad ingresó definitivamente en otra dimensión literaria. A medida que se avanza en la lectura es posible comprobar cómo Mario Novoa y Bahía Blanca se fusionan lentamente en una geometría de contornos sombríos, secretos, inequívocamente densos. La incomodidad, que los otros autores sugieren o apenas rozan, en este caso parece invadirlo todo.

Jorge Luis Borges

   “Bahía Blanca es la verdadera heroína de la historia”, afirmó el escritor hace algunas semanas, cuando lo consultaron por la adaptación de la novela al formato cinematográfico.

   Y completó: “Si hubiera hecho una novela realista sobre Bahía no hubiera tenido sentido literario”.

Roberto Arlt
 

   Es posible que sea una buena interpretación para entender cuál es el lugar asignado para la ciudad en el mapa de la literatura nacional. Quizá el verdadero sentido se encuentra al pensarla como una contracara oscura de, por ejemplo, la alienación melancólica de Buenos Aires, la felicidad industrial de Mar del Plata, o la bohemia futbolística de Rosario.

   Una Macondo dark, sin trópico ni realismo mágico pero con viento, estepa y un halo de frontera.

   Por lo pronto la película "Bahía Blanca" -dirigida por el bahiense Rodrigo Caprotti e interpretada por Guillermo Pfening, Elisa Carricajo, Javier Drolas y Ailín Salas- fue estrenada en las salas locales la semana pasada y, según cuentan, refleja perfectamente los momentos más (in)tensos de una novela que transcurre acá nomás, a la vuelta de cualquier lugar conocido.

    Será cuestión nomás de aceptar que, a los ojos de la ficción, Bahía no es tan blanca.