Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Cuando las olas te dejan pasar: 2 días navegando en la fragata Libertad

Foto: Sofía Frugoni / Video: Francisco Villafáñez

Por Sofía Frugoni / sfrugoni@lanueva.com

 

   El sol del amanecer encandila y todo a su paso queda en contornos, solo se ven siluetas. A unos metros, amarrada, la fragata ARA Libertad, sus palos desnudos y la sombra en el agua que la hace inconfundible.

   Desde la Base Naval de Mar del Plata todo es alevosamente verde y el recorrido hacia el buque es por césped húmedo hacia un pequeño camino de cemento que lleva a toparse con ella.

   Se impone ante el resto de los buques como si supiera que es única. Y lo es.

   Tres palos verticales: trinquete en la proa, mayor en el medio y mesana en popa. Los tres atravesados por 5 vergas, que son los palos horizontales, y de allí despliegan las características velas blancas de la Fragata.

   La caminata con el barco amarrado es muy sencilla, es lo mismo que estar en tierra firme. Pero las dudas de aquellos inexpertos en navegación empiezan a aflorar:

   ¿Se moverá mucho?,

   ¿nos vamos a marear?,

   ¿estaré descompuesto?,

   ¿a quién le pido un dramamine?.

   Lunes 11 de marzo y la gente comienza a acercarse para despedirse de la fragata, que zarpa bajo el comando del Capitán de Navío Juan Carlos Romay y el segundo comandante Capitán de Fragata Luis Hernán Velázquez Pacheco, y deja la base marplatense para navegar hacia Puerto Belgrano y recibir un mantenimiento que la va a dejar ahí hasta junio. A lo lejos se escuchan trompetas, bombos, redoblantes y platillos; se acerca la banda de la Armada a ser parte de la despedida.

   En la cubierta principal comienzan las maniobras para desamarrar el barco. En este proceso de "desconexión" se produce un breve corte de luz. Es que durante la estadía en puerto el barco usa la electricidad provista por la ciudad en la que está y al desamarrarse pasa a usar sus propios generadores. Es en esos pocos minutos en los que el buque queda sin energía.

   Empiezan a acercarse dos remolcadores que van a ayudar a que la proa, la parte delantera del barco, quede mirando hacia al mar. Todo este movimiento se hace con los motores apagados, es decir que todo depende de estos "ayudantes".

   La proa ya no mira hacia ese verde brillante, húmedo y prolijo, ahora apunta a un azul profundo y a la espuma de las pequeñas olas que pierden la vida mucho antes de llegar a la orilla.

   Los dos motores que posee se encienden y la hélice comienza a girar. La fragata ya depende de la tripulación que alberga.

   En la punta de la escollera norte hay más gente esperando el paso del buque para agitar los brazos y hacer flamear banderas argentinas. El barco devuelve ese saludo, hace sonar su bocina y es en ese momento en el que los cuerpos se llenan de altura, fuerza y orgullo. La energía de la fragata en movimiento es sin dudas muy especial.

   Alejada de Mar del Plata pareciera que hizo un acuerdo con el mar para que el viaje sea lo más calmo posible. El agua está planchada, parece una pileta y el barco no rompe las olas, ellas le dan paso.

   Para aquellos inexpertos llenos de dudas, las preguntas comienzan a tener respuestas.

   ¿Se mueve mucho? Podría ser peor.

   ¿Nos vamos a marear? Sí.

   ¿Estaré descompuesto? Probablemente.

  ¿A quién le pido un dramamine? A las médicas que están en enfermería. Sí, el barco tiene un mini hospital con quirófano, sala de internación, laboratorio y odontología.

   El tambaleo se siente mucho menos en el puente de mando, pero hay que recorrer todo el barco y es ahí cuando la proa parece inalcanzable y ningún invitado se imagina pisando más allá del trinquete.

   Se acerca el mediodía y comienzan las maniobras para izar las velas, la cubierta principal se llena de cadetes. Algunos van a los palos y otros se quedan abajo. Los que suben van verga por verga desatando las sogas que sostienen la vela, mientras que los que están en cubierta, una vez dada la orden, tiran de las sogas y dejan las velas desplegadas y tirantes. La fragata tiene un total de 27 velas: 6 cuchillas, 5 foques, 15 cuadras y una cangreja, que no se utiliza siempre.

   "Prestar atención, para toda la dotación, en especial el personal de máquinas, el buque se encuentra navegando a vela pura. Continúen", anuncian por los parlantes. No pasa mucho tiempo y el barco comienza a escorar a babor, es decir, a navegar sobre el costado izquierdo. De repente caminar se torna una tarea complicada y pasar de babor a estribor es lo más parecido a escalar una montaña.

   No es tanta la tarea que se tiene que hacer para comer. Las mesas están vestidas con un mantel antideslizante de PVC que impide que los vasos, platos y cubiertos se caigan.

   El sol comienza a caer y el cielo se tiñe de naranja. El mar sigue azul y cada vez más profundo. El barco queda sereno: sus tripulantes ya cenaron y mientras algunos van a cubrir sus guardias, otros se acuestan a dormir.

   Pero también están los curiosos que quieren ver una noche de puro mar. Toda la cubierta, incluido el puente de mando, está a oscuras para no confundir a los otros barcos y que únicamente se puedan ver las luces de navegación: una roja en la banda de babor, una verde en la de estribor y una blanca en el tope. Además, la negrura sirve para que los encargados del puente puedan agudizar la vista.

   Unos minutos toma que los ojos se acostumbren y puedan notar en el cielo hasta la más lejana estrella. Todas juntas iluminando las velas y cada tanto alguna fugaz decora la postal.

   El día dos arranca temprano y arranca para todos. Es casi imposible intentar levantarse tarde. La fragata obliga a despertarse entre las 6 y las 7 y aprovechar el día entero. A las 6:30 los cadetes, es decir estudiantes de primer año de la Escuela Naval Militar, realizan la formación en cubierta junto a algunos oficiales. A partir de las 7 ya se puede desayunar y el barco empieza a recuperar el movimiento de gente para lo que resta del día.

   El viento ya no es tan favorable como para utilizar las velas entonces comienzan las maniobras para sacarlas y navegar con los motores. Al igual que para izarlas, algunos van a los palos y otros quedan en cubierta aflojando las sogas.

   No todo en la fragata es trabajo, la dotación también se capacita: hacen simulacros de incendios en los que algunos van al lugar del fuego, identifican la causa y lo apagan, otros actúan de víctimas y están quienes ayudan con los materiales necesarios. También hay cursos de RCP y primeros auxilios, donde no solo aprenden a reanimar a una persona, sino también a tratar una fractura, un corte o golpes fuertes. Todos los días se realizan estos simulacros y cursos para mantener a toda la tripulación capacitada en caso de algún inconveniente.

   La vida a bordo va cambiando a medida que pasan los días y quienes antes no pasaban del trinquete, ahora se ponen un arnés y caminan por la delfinera en proa. Los miedos quedaron atrás, todos quieren la foto desde la punta de la fragata. Ya no importa qué tan seguros están: a esta altura, pisar un suelo de soga se convirtió en lo más normal. Y sí, solo es el segundo día y todo para todos ya es muy común, como si hubieran nacido ahí dentro o como si con tan solo 24 horas hubieran aprendido que no es tan grave navegar en un buque militar. Seguramente, la sensación sea más sublime que en cualquier crucero all inclusive por Brasil.

   El barco se va acercando a Puerto Belgrano, vuelve a caer el sol y comienzan las maniobras para fondearlo. Al igual que con las velas, todo va sucediendo a medida que los superiores van dando las órdenes. Despacio, el ancla comienza a bajar hasta quedar enterrada.

   La noche cambió. Ahora tiene las estrellas escondidas y fueron las nubes las que hicieron de gran manto y dejaron una oscuridad total.

   La fragata está quieta, pero el mar le sigue pidiendo permiso para pasar por sus costados. Ya todos comieron y algunos van a dormir y otros, como todas las noches, cubren la guardia.

   Para que la mañana no sea tan diferente a las otras, el barco vuelve a despertar a todos a la misma hora que lo venía haciendo. Queda ahora ver el último amanecer.

   Un cielo negro espera en cubierta con apenas un fino borde naranja en el horizonte. El sol comienza a asomar y ya está decidido que el barco debía levar anclas. Cada vez está más cerca de Puerto Belgrano.

   Mientras la claridad anuncia un nuevo día, también deja imágenes de esas que solo se ven en documentales o en alguna foto viral de las redes sociales: mar azul, cielo naranja, el sol saliendo del horizonte, gaviotas volando y esa sensación de paz como cuando la mente está en blanco y solo hay lugar para disfrutar.

   Pero a esta postal se le agrega algo único. En la popa flamea alto la bandera argentina, que en su movimiento hipnotizante invita a mirarla hasta darse cuenta que la vida sigue, por más que ya todos la conocen, todos alguna vez la dibujaron, la tocaron y la sintieron propia. Esa bandera es vista en cada puerto del mundo al que llega la Fragata. Muchos piensan en esto y se conmueven hasta las lágrimas, hasta ese punto en el que el pecho no puede inflarse más para decir, con orgullo, "somos argentinos".

 

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