Cien años con el fuego en el alma
¿Cuánto puede pasar en un siglo?. A casi un mes de apagar 100 velitas, "Rafa" demuestra que su memoria sigue encendida. Así desvela parte de una historia que nació con su padre, un italiano que llegó sin nada y que se hizo millonario; y que hoy se extiende como un legado para sus nietos y bisnietos.
Con esos ojitos claros perdidos en el tiempo, "Rafa" se calla de repente. Piensa, como buscando las palabras justas que testimonien lo que siente, y tarda un poco en decir que no tiene miedo a la muerte, pero que le gusta vivir y que si bien duda de la existencia de otra vida, no acepta que se la descarte.
"Rafa" admite que recién ahora, con sus flamantes y lúcidos 100 años, se está acercando a la religión, que recuerda a la Virgen Negra, de la que tanto le hablaba su papá, y que ha comenzado a pensar en la posibilidad de reencontrarse con sus seres queridos. Además, hace unas noches que duerme poco y de sus últimos sueños cuenta que lo regresaron a sus tiempos de pibe, montando su caballo a todo galope por la inmensa pampa.
"Yo hablaba con mi caballo, lo abrazaba y lo besaba", asegura, con una voz firme que empieza a quebrarse a medida que avanza en su largo viaje por ese lejano ayer que se vuelve hoy en sus palabras.
Protagonista de una historia que su documento indica que comenzó el 21 de marzo de 1910, "Rafa" (Rafael Donnari) cree que bien pudo haber nacido por lo menos dos días antes, y, mientras camina despacio por la vereda de Estomba al 600, cerca de su casa, se autodefine como un hombre de carácter que ha sido muy feliz, que ha tenido una linda mujer, que ha cometido errores... y que en su camino se ha cruzado con dos personajes muy particulares: Eva Perón y René Favaloro.
Papá, el tano pionero
"Rafa" se maravilla cuando habla de Luis Donnari, su papá, quien vino de Italia a los 14 años, detrás de un hermano sacerdote. Llegó en una carreta hasta un boliche del por entonces partido de las Sierras y el destino, que parecía condenarlo al abandono entre esas sierras tan distantes de sus montañas, lo puso frente a un corpulento y poderoso estanciero alemán de apellido Noteboocke, quien le auguró un futuro de riqueza.
"Ese alemán, que andaba con dos revólveres, tenía como 40 mil hectáreas en la zona de lo que hoy es el distrito de Tornquist. Papá se crio con él, estimo que sería entre 1886/7, y se quedó a trabajar en el campo. Se volvió todo un hábil criollo, se ganó la confianza de su patrón y este le terminó dando siete mil hectáreas vírgenes y hacienda. "Algún día serás rico", le repetía.
Luis se casó, a los 23 años, con la hermana de uno de sus empleados, Eleonor Palmira Santoni, que tenía 14 años. La esposa-niña, que cocinaba cada día para 50 o 60 peones, tuvo 10 hijos.
"Papá ganó mucho dinero, formó colonias, tuvo casas, una de ellas en Bahía, y el primer auto de la región. También viajó a Europa. Me contaba que Ernesto Tornquist era tan respetado que fue garante de un préstamo que la Argentina recibió del exterior y que, para quedar en la posteridad, regaló las tierras para la creación de un pueblo, la iglesia, la municipalidad, la comisaría, el hospital y el colegio de las hermanas", indica Rafael.
A ese colegio de monjas de Tornquist lo mandaron al "paisanito bravo" que se había enamorado de la hermana Rosa, a la que jamás olvidará, y que, para apaciguarlo, lo ponía en penitencia de rodillas sobre semillas de maíz.
"Después, me mandaron al Don Bosco, de pupilo. Eramos tan diablos... y se nos daba por pelear a mano limpia en los recreos. A los barrios, como Villa Mitre, no se podía ir, de lo peligroso que era, y eso que en Bahía nos conocíamos todos. Eran épocas muy distintas y las quintas alambradas llegaban hasta la calle 11 de Abril. Por eso me cuesta creer cómo creció esta ciudad".
Para entonces, Luis Donnari, que por su tarea colonizadora fue reconocido por el presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen, tenía una fortuna. Tras su viaje a Italia, aceptó la representación de la fábrica automotriz italiana Ansaldo, y montó sus oficinas en Buenos Aires y en varias grandes ciudades del país.
Del alemán no tuvo más noticias hasta que, una tarde de 1928, se le apareció en la Capital Federal, para abrazarlo y recordarle que se había cumplido su vaticinio: "No te dije que ibas a ser rico...".
La vida que da sorpresas
Después de terminar el bachillerato, Luis quería que Rafael fuera a una universidad, pero este prefirió irse a un campo de Villarino, con su hermano Victorio. Soñaban con volverse ricos, hasta que una granizada les arruinó la cosecha y los dejó en la calle. Poco después, la crisis de 1930 también devastó la empresa de su padre.
"Me volví a Bahía Blanca porque tenía una promesa de empleo en la Aduana, pero apareció el doctor Francisco Berardi, un caudillo conservador, que me encargó el inventario del Hospital Policlínico (hoy Penna) y después entré como administrador. Con un folleto, aprendí a escribir a máquina al tacto y me quedé. En una inspección del ministro provincial de Salud Pública, el doctor Carlos Boccalandro, me felicitó por el sistema de fichas que organizamos y al tiempo me nombró inspector administrativo de la Asistencia Pública de La Plata y del hospital de Mar del Plata, pero conservando el puesto en el Policlínico. Fui muy estricto y responsable en las tareas y con el personal".
Rafael ya estaba casado con América Celia Ventimiglia, hija de un sastre, y tenían dos hijos; Raúl Rafael y Alicia Celia. La familia vivía en Rodríguez 43, aunque él viajaba constantemente.
"Fui conservador, llegué a ser presidente de mesa en unas elecciones, pero después simpaticé con Perón. Yo iba y venía a La Plata, porque seguía en el Policlínico, hasta que, en 1952, me pidieron la renuncia; según me dijeron, por un simple formalismo, pero me engañaron y quedé otra vez en la calle, pero ahora con mujer y dos hijos. Sufrí mucho, tuve el aliento de los médicos amigos y nuevamente apareció el doctor Boccalandro, porque gracias a sus gestiones entré a los laboratorios Bagó y Finadiet, en los que me jubilé".
Lejos de detenerse, Rafael extendió su viaje por la vida desempeñando distintas tareas en el puerto de Ingeniero White donde hoy comparte cada jornada con su hijo Raúl, en una empresa de amarre. Por eso, con sus vitales 100 años, sus días empiezan a las 6.
* * *
Rafael admite que no tiene pruebas, pero sospecha, más allá de la razón, que algo lo espera después de esta vida que afirma haber disfrutado y sufrido. Será por eso que siente con tanta fuerza las creencias que su papá le transmitió sobre la Virgen Negra de Loreto.
"He sido muy feliz y también pasé momentos muy duros ante las pérdidas de los seres queridos; sobre todo, la de mi padre. También viví el dolor muy de cerca, viendo cómo se moría la gente en los hospitales. Por eso, si tuviera la oportunidad de una nueva vida, elegiría ser médico, sin importarme el sacrificio, y la viviría con dulzura y enamorado".
Los ojitos grises de Rafael Donnari buscan refugio en los de su nieto Raúl, al que lo unen la sangre y la pasión por Boca. Y en ese ir y venir por el ayer, afloran los versos de un poeta español, a los que el "Rafa" recurre, adaptado, para pintar su presente.
"Cien años.../quién diría./Al cabo de ellos,/arranco mis cabellos/y con fuego en el alma todavía...".
Ricardo Aure
Un hombre de trabajo
* 1938/1952. Administrador del Hospital Policlínico de Bahía Blanca, hoy Interzonal José Penna.
* 1950/1968. Inspector administrativo de la Asistencia Pública de La Plata y del Hospital Provincial de Mar del Plata.
* 1952/1968. Gerente regional de los laboratorios Bagó y Finadiet.
* 1968/1970. Pagador de estibadores en la empresa marítima Dodero.
* Desde 1970 a la fecha, integra, desde su fundación, la empresa Amarre Bahía Blanca, con sede en Ingeniero White.
Evita, Favaloro y Bahía
A
Rafael Donnari, en sus tiempos de inspector en La Plata, ocupaba un departamento en la Asistencia Pública, al que se llegaba por una ancha escalera de mármol, en la que una noche de 1950 encontró a Eva Duarte de Perón.
"Se celebraba el aniversario de La Plata, pero yo me había acostado temprano, como siempre. De pronto, escuché golpes en mi puerta y una voz que me avisaba que llegaba la señora del presidente Perón. Me vestí rápido y, mientras bajaba por la escalera, apareció Evita Duarte, que venía con el gobernador Domingo Mercante, el coronel Castro, hombre de confianza de Perón, y otros militares. Estaba preocupada por uno de sus custodios, quien había resultado herido en un accidente de tránsito. Personalmente, vi todo el afecto con el que trató a ese hombre".
B
Más de 10 años después, en una de sus recorridas como gerente regional de los laboratorios Bagó, Rafael llegó a La Pampa, y, de paso por Jacinto Aráuz, durante una reunión de médicos, conoció al doctor René Favaloro.
"Pensé que no me iba a atender, porque estaba muy ocupado, pero no fue así. Me atendió con mucha amabilidad, estaba con su hermano y nos quedamos charlando por horas. Favaloro daba sus primeros pasos y aún estaba lejos de ser el gran cardiocirujano de fama mundial".
C
Rafael se sorprende en cada caminata por la ciudad y se queja por los pocos conocidos que reencuentra.
"Vine cuando era un pueblito rodeado de quintas y la quiero mucho, porque la veo pujante y con un puerto estratégico. Además, aquí me casé, nacieron mis hijos, mis nietos y mis dos bisnietos. Y aquí me voy a morir".