Piropos eran los de antes
En la esquina de Sixto Laspiur y la avenida Colón, a pasos del puente, un adolescente de mediana estatura y ojos café exhibe su enorme sonrisa de dientes blancos a todo el que pasa.
Ofrece limpiar los vidrios de los autos, pero, en caso de una negativa, a toda mujer le pregunta con respeto: "¿Le puedo decir algo sin ofenderla?".
Después de recibir un sí dudoso, pero casi siempre inmediato, suelta uno de sus mejores piropos, sin esperar nada a cambio, más que una sonrisa (aunque sea la mitad de grande que la suya).
"Si Valeria es `masa'... usted es una confitería".
Después, regala su deseo de buena suerte, da media vuelta y continúa con su rutina.
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Mientras que para algunos el piropear es un gesto ofensivo o de machismo, en la mayoría de las culturas latinas ya forma parte del subgénero popular y es bien recibido por las mujeres.
Aún es posible identificar el arte de los piropos en la voz de algunos vecinos, apostados sobre una esquina o rincón de nuestra ciudad.
Sin embargo, la mayoría de estos decidores han cedido en su ingenio e inocencia.
Para el profesor Eduardo Giorlandini, experto en cultura popular, el piropo entendido como galantería para ganar el corazón de una dama no subsistió en la historia de nuestra lengua y su sentido se ha tergiversado con el correr del pasado siglo.
"El piropo es histórico y universal. Por siglos se ha difundido más que nada en los países de habla latina, como Francia, España y Argentina. Hoy, lo que se escucha es el piropo grosero, ofensivo y, muchas veces, de carácter erótico", indicó.
Una respuesta a ello fue la disposición policial decretada en nuestro país a fines del 1800, que disponía que el hombre debía abstenerse de piropear a una mujer o, de lo contrario, sería multado con 50 pesos.
Así lo cantaba el tango Cuidado con los cincuenta, compuesto en 1906 por Angel Villoldo: "¡Caray! ¡No sé por qué prohibir al hombre que le diga un piropo a una mujer! ¡No hablar! ¡Chitón, porque puede costarle cincuenta de la nación!".
Tiburones de la calle
En 1929 se publicaba en las páginas de "La Nueva Provincia" que un grupo de galanes apostados sobre las vidrieras de calle O'Higgins había sido denunciado por molestar con sus piropos a las damas que paseaban.
Calificados como "guarangos" y "tiburones", estos desafortunados decidores se caracterizaban por su buena vestimenta, su postura apolínea y sus "rústicos ademanes y palabrotas".
Este diario entonces decía: "El requiebro galano, gentil que vibraba en los oídos de las damas de antaño, con la suavidad de un madrigal, le ha sucedido ogaño la frase grosera, procaz, hiriente...".
Según Giorlandini, los grupos de piropeadores de calle O'Higgins persistían para el año '55, ubicados también en las esquinas de Chiclana y al frente del Café Nº 1.
"Yo participé de uno de estos grupos pero en forma pasiva. Entonces sólo les decían `cosas bonitas' a las chicas que pasaban".
Fenómeno social
Sin embargo, para el estudioso, una de las épocas en que el piropo fue protagonista de las calles porteñas llegó como consecuencia de la inmigración producida a partir de la ley Avellaneda, promulgada en 1874.
"A principios del 1900 se produjo una desproporción en la composición social de Buenos Aires. La menor cantidad de mujeres desarrolló la heurística de los hombres y en consecuencia el arte de inventar piropos", indicó Giorlandini.
"En general se trataba de galanterías, formuladas decorosamente ante la belleza femenina".
En los supuestos de injurias, procacidad y grosería, el piropo era punible, según lo dictaminado en las ordenanzas de la época.
Giorlandini recordó que hasta el mismísimo Carlos Gardel, cuando recién transitaba sus 17 años, era enviado a la comisaría por sus flirteos, de donde sólo podía sacarlo su madre.
"Con los años se han transformado muchísimo los modos, los gestos y las palabras, así como el comportamiento de los seres humanos".
Atrás quedó la formalidad del piropo, como la expresión de una poesía frente a la belleza de una mujer o un alegre canto al amor.
Casos memorables
En Arabia Saudita dos jóvenes fueron condenados a 120 latigazos cada uno por piropear a una mujer en el centro comercial de la ciudad de Yeda.
El lugar cuenta con una sociedad tribal muy conservadora, donde se impone la separación de los sexos en los espacios públicos y son comunes los castigos con flagelación.
En tanto, las tribus beduinas en Egipto condenaron a un hombre a cortarle la lengua por sus piropos, aunque, finalmente, le conmutaron la pena a cambio de 46 camellos valuados en más de 10 mil euros cada uno.
Entre los beduinos, el conseguir una cita con una mujer implica que el hombre dé a conocer sus intenciones a un emisario, quien consultará por el consentimiento de la otra parte.
Asimismo, en la ciudad de Motril, Granada, se condenó a un hombre a pagar más de 4.300 euros de multa después de piropear a una compañera de trabajo.
Si bin el castigo parece menos cruel que los anteriores, no deja de ser significativo para el bolsillo del considerado "acosador".
Gestos. "Como en el lunfardo, el piropo tiene una forma gestual de expresión: una guiñada de ojo, mostrar el pulgar hacia arriba en seña de aprobación, son un ejemplo de ello".
Eduardo Giorlandini.
Definición. Piropo deriva del latín y del griego pyropus. Según la Real Academia Española, es una variedad del granate, piedra fina de color rojo de fuego. También lo define como rubí. Su sentido coloquial refiere a una frase ingeniosa que tiene por objetivo cortejar o enamorar a una mujer.
En la historia. Entre los siglos XII y XIII, la poesía del piropo era el arte de seducción para los cortesanos, ya que tenían prohibido demostrar sus pasiones en público de otra manera. Debían enamorar recurriendo a estas simples, pero muchas veces efectivas, declaraciones de amor, en tiempos en que se desarrollaba en Europa la cultura de los trovadores.
Soledad LLobet/Especial para "La Nueva Provincia"