Bahía Blanca | Martes, 01 de julio

Bahía Blanca | Martes, 01 de julio

Bahía Blanca | Martes, 01 de julio

"La situación empeora y exige replanteos"

"La situación empeora y exige replanteos del gobierno", asegura el general (RE) Roberto Marcelo Levingston (84) cuando se le pide un sintético juicio sobre la actualidad nacional. El 32 presidente de la República que, a principios de los '70 --y como parte de la llamada Revolución Argentina--, se mantuvo en el poder durante nueve meses y cuatro días, es el más longevo de todos sus pares y quebró varios años de ostracismo mediático al conceder una entrevista a "La Nueva Provincia".


 "La situación empeora y exige replanteos del gobierno", asegura el general (RE) Roberto Marcelo Levingston (84) cuando se le pide un sintético juicio sobre la actualidad nacional.


 El 32 presidente de la República que, a principios de los '70 --y como parte de la llamada Revolución Argentina--, se mantuvo en el poder durante nueve meses y cuatro días, es el más longevo de todos sus pares y quebró varios años de ostracismo mediático al conceder una entrevista a "La Nueva Provincia".


 "La Argentina, en alguna medida, se desvió del camino señalado por nuestros padres fundacionales. Tenemos la obligación de reencaminar las cosas, aunque en un clima de unidad nacional. Los enfrentamientos sectoriales mantienen alejada, por ahora, esa posibilidad", completa su análisis.


 Siete años mayor que Raúl Alfonsín, diez años más viejo que Carlos Menem --también supera en edad a María Estela Martínez de Perón, Jorge Videla, Reynaldo Bignone, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde--, Levingston es un desconocido para las nuevas generaciones.


 Como su paso por la función pública coincide con un turbulento tramo de nuestra historia --en 1970-1971 germinan las guerrillas urbanas--, vale la pena prestar oídos al testimonio de un protagonista con muchas cosas para decir.


 Levingston desempolva sucesos que marcaron a fuego la sensibilidad de la gente --que 34 años atrás se movía a ritmo cansino y sin las agobiantes presiones de la actualidad--, evoca la desahogada situación económico-financiera de la Nación y, finalmente, transmite un mensaje descarnado, pero no exento de esperanza.


 Apenas un compromiso sobrevolará la conversación: evitar las preguntas enfocadas, puntualmente, sobre las autoridades de los últimos años.


 "En las décadas recientes, la política argentina no respondió a las exigencias de un país con nuestros recursos, desarrollo humano y profesional. La actual crisis conlleva una decadencia que no merecemos. La causa fundamental reconoce un origen ético", responde sin pestañear al consultársele sobre la calidad de la clase dirigente.


 "Sigo muy de cerca lo que pasa y con inquietud. Ojalá podamos superar las dificultades, pero no se logrará declamando sino con propuestas coherentes y que solucionen los problemas sociales", abunda.


 --Ante este escenario de confusiones, disputas y carencias, ¿qué puede aportar la irrupción del fenómeno Blumberg?


 --La presencia del ingeniero (Juan Carlos) Blumberg es digna de resaltar. Es un liderazgo que nace como consecuencia de la desgraciada muerte de su hijo (Axel). Lo interpreto como la segunda etapa de aquel sentimiento general "que se vayan todos"...


 --Y nadie se fue...


 --Nadie se fue y como las causas no han sido superadas y la inseguridad gravita en el espíritu del pueblo, él recibe tanta adhesión en sus marchas. Las reuniones políticas, en cambio, consiguen escasa asistencia. Veo, en resumen, al fenómeno Blumberg como una demostración pacífica para que las autoridades comprendan la necesidad de concretar las transformaciones pendientes.


 --En el plano externo, y como usted es el titular de la Academia Argentina de Asuntos Internacionales, ¿cree que el país debe tener hipótesis de conflicto?


 --Aunque alguien diga que las hipótesis han desaparecido, estamos en la Tercera Guerra Mundial: la lucha contra el terrorismo. Hay hechos en todas partes del globo... La reciente masacre de niños en Rusia y la bomba en la embajada australiana en Indonesia, por ejemplo... Nosotros, durante los '90, sufrimos dos atentados brutales.


 Al margen de las masacres citadas por Levingston --sede diplomática israelí (1992) y AMIA (1994)--, la Argentina fue, veinte años antes, campo de experimentación para otro tipo de violencia: la descargada por las formaciones subversivas.


 Penetremos en un imaginario túnel del tiempo y trasladémonos hacia aquellos años densos, donde había proscriptos en las elecciones; la carrera militar, al decir de algún humorista, resultaba un atajo hacia la Casa Rosada y los tanques en la calle servían para intimidar a funcionarios remisos a las concesiones. Hagamos un ligero repaso histórico y aclaremos para que no oscurezca.


 El presidente constitucional Arturo Umberto Illia (UCR) es echado el 28 de junio de 1966 por las Fuerzas Armadas que imponen a la Revolución Argentina, un ambicioso proyecto que no pudo cristalizar y que tuvo tres conductores: Juan Carlos Onganía (1966-1970), Levingston y Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973).


 --¿Por qué sacaron a Illia?


 --Con o sin razón, al gobierno del doctor Illia se lo señalaba como una administración de gran lentitud; eso motivó que intereses políticos, no sólo de las FF.AA. sino también de ámbitos civiles, promovieran el corte de su mandato. Yo, durante su gestión, fui coronel e integré el Servicio de Informaciones del Ejército; concurrí a las reuniones de seguridad del ministerio del Interior.


 --¿Usted desarrolló agitación golpista?


 --En ninguna oportunidad asumí una actitud golpista, pero tuve un pensamiento. En la época de Perón, el país entró en una evolución política motivada por los mismos procedimientos del gobierno y fuerzas civiles y militares, como ejes de la reacción, provocaron su desplazamiento. Esto vuelve a ocurrir, con mayor o menor razón, durante la etapa de Illia.


 --¿Por qué?


 --Porque el país se ideologizó en exceso. Las ideologías no pueden servir sólo para el enfrentamiento, deben tener aptitud para la convivencia aun, por supuesto, en el disenso. Fíjese que los profundos desacuerdos internos se reflejan dentro de un mismo partido político. El año pasado, el justicialismo tuvo tres fórmulas presidenciales.


 --¿Conoció a Juan Perón?


 --Lo conocí como oficial del Ejército en actividad. Cuando él regresó al país, después de haber sido yo presidente, me invitó a conversar.


 --¿Fue o es peronista?


 --No. Tengo una concepción distinta de la política. El general Perón creó un movimiento singular, abarcativo y de gran influencia en la vida nacional. Los sucesores, sin embargo, ingresaron en una etapa de enfrentamiento que debilita su presencia y, a veces, hasta las propias características fundacionales del peronismo.


 --¿Cómo evalúa los cuatro años de Onganía?


 --Tuvo orden, integridad y honestidad. Hizo una aproximación al desarrollo general del país, al balance económico-financiero... como derivación, se vivió cierto equilibrio social.


 --¿Y por qué lo tumbaron?


 --El general Lanusse, seguramente, tenía designios personales de llegar a la Casa Rosada. En mi parecer, los otros comandantes --Pedro Gnavi (Armada) y Carlos Rey (Aeronáutica)-- no quisieron y él lo debió aceptar para disimular las razones que invocaba en su ataque a Onganía.


 --¿De qué lo acusaba?


 --La principal imputación a Onganía era que le daba escasa injerencia a las distintas fuerzas y que no había fijado una fecha para la terminación del proceso militar. Así las cosas, el acepta mi designación, pese a que había ocho o diez oficiales superiores más antiguos.


 El rumbo de los acontecimientos generales, mientras tanto, enfila hacia la violencia abierta.


 En 1969, el Cordobazo --inscripto en las revueltas estudiantiles que, un año antes, conmovieron al mundo-- estalla en la más próspera ciudad del interior y culmina una seguidilla de conflictos comenzados en comedores estudiantiles del litoral. El asesinato del sindicalista metalúrgico Augusto Timoteo Vandor obliga a declarar el estado de sitio.


 Hay más: el secuestro y posterior ejecución a sangre fría del general Pedro Eugenio Aramburu es la macabra presentación formal de la agrupación Montoneros. Días antes de hallarse el cadáver del ex presidente provisional (1955-1958), Onganía debe irse a su casa. Levingston está en los Estados Unidos, como representante ante la Junta Interamericana de Defensa (JID).


 --¿Cómo se entera que es el elegido?


 --Participaba en un agasajo diplomático cuando recibo una llamada telefónica de Lanusse, por entonces jefe del Ejército. Como yo mantenía muy buenas relaciones con todas las autoridades de ese momento, los otros dos comandantes me proponen para suceder a Onganía; seguramente, porque siempre el presidente era un miembro del Ejército, debido a su mayor dimensión y peso específico.


 Desconocido para la gente, al anunciar su nombre, la Junta de Comandantes distribuye a la prensa un currículum y una foto de Levingston... es la primera vez que el presidente debe ser presentado con elementos usados para identificar a los subsecretarios de ministerio. Asume el 13 de junio de 1970; tiene 50 años.


 --La aparición del cuerpo de Aramburu, ¿es el momento más crítico de su gestión?


 --Es una situación desgraciada. Onganía había dictado un decreto-ley imponiendo la pena de muerte para los responsables de secuestro y muerte de la víctima. Pero a Aramburu lo asesinan al día siguiente del rapto y la norma fue posterior a ello, aunque previa al hallazgo del cadáver. Y las leyes no son retroactivas.


 La estrategia insurreccional incluye el crimen del influyente gremialista mercantil José Alonso y los copamientos de las localidades de La Calera (Córdoba) y Garín (conurbano bonaerense), atribuidos a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).


 "Ahí recrudece el accionar subversivo que, actualmente, ha sido totalmente blanqueado. La subversión inicia el enfrentamiento con las FF.AA., que fueron convocadas a luchar por un gobierno constitucional posterior a mi gestión", enfatiza Levingston al aludir a la decisión tomada por "Isabel" Perón (1974-1976).


 Hacia 1971, la muerte es un visitante asiduo y no querido; la sociedad se mantiene en vilo, sin poder creer lo que ve. A Montoneros y FAR se suma el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que, en abril del '72 --ya con Lanusse instalado en la Casa Rosada--, secuestra a un alto directivo de Fiat y plantea un nuevo conflicto por cuanto los actores son, simultáneamente, una organización guerrillera, un Estado nacional y una corporación internacional.


 Antes de finalizar ese mes, en Rosario (Santa Fe), es ultimado el jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, general Juan Carlos Sánchez, y la conmoción aumenta hasta ribetes inusitados. La hidra del terror se reproduce sobre una geografía otrora bucólica y apacible. Aún falta lo peor.


 "A raíz de esas circunstancias, y como la subversión no tiene jurisdicciones, iniciamos el estudio para prevenir su desarrollo y crecimiento. La insurgencia se había ejercitado con varios episodios locales, especialmente el Cordobazo. Todo ello, lleva a la constitución de la Cámara Federal en lo Penal", detalla Levingston.


 "Este tribunal es dejado sin efecto cuando llega el gobierno del doctor (Héctor) Cámpora y su ministro del Interior, (Esteban) Righi (hoy, jefe de todos los fiscales del país). Como consecuencia, quedan en libertad 1.200 personas detenidas con todos los requisitos de la ley --añade--. El resto de la historia es conocida; se profundiza la actividad guerrillera, una de las causas de este enfrentamiento que aún no puede ser superado".


 --Su caída no tiene que ver ni con el brote subversivo ni con la situación económica. Lanusse lo acusa de intentar quedarse más tiempo del convenido, de demorar la salida electoral...


 --¡Yo no demoré nada! Cuando dejo de ser presidente por un enfrentamiento personal con Lanusse, estaba redactándose la normativa político-electoral postergada desde la caída de Perón, en 1955.


 Si Arturo Frondizi (1958-1962) se niega a renunciar y debe ser confinado en la isla Martín García, si Illia también evita dimitir y es expulsado por las fuerzas de seguridad, si Onganía pulsa la apoyatura de algunas unidades castrenses antes de doblegarse, Levingston opta por dar un paso al costado sin ofrecer la menor resistencia.


 Previamente, intenta sofocar la disputa quitando a Lanusse de la jefatura del Ejército y ordenando su detención, pero le permite salir bajo palabra de honor que, de acuerdo a nuestro entrevistado, su rival no respeta y retoma el liderazgo del arma. De allí, hacia el sillón de Rivadavia. A la 1.50 de la madrugada del 23 de marzo de 1971, el bastón y la banda cambian de manos.


 "Lanusse, inicialmente, pretende sentar las bases de una operación política para ser presidente constitucional e intenta pactar con la Hora del Pueblo, una asociación de peronistas, radicales y otras corrientes menores. Luego, sólo radicales porque Lanusse desafía a Perón, subestimando su poder. Le fue mal; primero, Perón se queda con el gobierno, mediante Cámpora, y después lo asume personalmente", narra Levingston.

RAUL HORACIO MAYO

(Mañana, segunda parte)