Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El miedo no es zonzo

"La realidad está en los médicos y enfermeros que mueren o enferman a diario en la trinchera barrosa de camas escasas, con sueldos miserables y a los que no compensa aplaudir desde el balcón."

Hace 75 años, 500.000 soldados estadounidenses se arrojaron contra el último bastión de Japón en Okinawa, donde “los soldados y los civiles viven juntos y mueren juntos”. Más de 140.000 civiles japoneses mataron por miedo a la “inmisericorde” violación y muerte de los “libertadores”, a todas sus mujeres y sus  hijos con machetes, palos y sus propias manos.
Los supervivientes se ahorcaban colgándose de los árboles o arrojándose a los acantilados suicidas. A este holocausto, un mes después el Presidente Truman -un pusilánime útil a la  “inteligencia” británica- ordenó tirar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Nacía el futuro gendarme del mundo.
La diferencia de esa guerra con el “coronavirus” es que aquí la guerra es contra un enemigo invisible, y que el miedo que campea en nuestra realidad atacada es un “miedo líquido”(Zygmunt Bauman) propio de una “sociedad líquida” o en cambio constante y transitoriedad. Esa misma sociedad que le brinda confort -contemplación autocomplaciente- al decir de Julián Marías, y que refuerza su innata falsa percepción o creencia de eternidad: “A mí no me va a tocar”. Sin embargo una cuota de realismo le advierte por instinto de supervivencia acerca de la incertidumbre en que nada.
Es el miedo a una entradera, miedo a la perdida del empleo, miedo a que los respiradores no alcancen, miedo a que la “cuarentena” no sirva, miedo a que la vacuna tarde demasiado o que cuando llegue sea peligrosa porque trae componentes modificatorios del ADN de cada uno. Y unos bombardean con “guárdese en su casa”, y otros lo convocan a un “banderazo” en defensa de la república y los derechos constitucionales conculcados. A los primeros los domina el hartazgo del encierro. No se les ocurre pensar que el riesgo no está en salir, sino en que cada vez quedan menos equipos humanos de salud, agotados para atender los "vulnerables" caídos.
Ambos ahora tienen en común que en la calle ya no gobierna Alberto. Sus DNU carecen de acatamiento. El virus que circula como único tirano impone como única ley su capricho de parásito replicador. ¿La realidad dónde está? En los médicos y enfermeros que mueren o enferman a diario en la trinchera barrosa de camas escasas, con sueldos miserables y a los que no compensa aplaudir desde el balcón. Y en los de “afuera” que convocan a defender derechos individuales constitucionales -supuestamente violados- pero ignoran los artículos 14 y 14 bis que consagran la participación obrera en las ganancias de las empresas, o el 82% móvil, el acceso a vivienda digna, a los fondos del Anses intangibles, etc.  
Visión esquizofrénica. Hay miedo como peligro posible que puede irrumpir sin avisar, que genera incertidumbre, donde nuestra vulnerabilidad emerge como “miedo intermitente”. Miedo ante riesgos concretos -¿nadie va a venir a mi velorio? Ojo vos con la pala en la fosa común, o vos al manipular al finadito en la bolsa específica- como ante riesgos virtuales, porque se enmascara y se oculta tras su velo todo aquello que conviene olvidar o no representarse.
Por eso, como la reacción natural ante el miedo es correr, hay una buena cantidad de “devotos” republicanos que optan por “correr el riesgo” al precio de patear cajones propios o ajenos.

Miguel Angel Asad es abogado.