Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

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El milagro de Isabella: la niña que vio la luz en medio de la tormenta

Su madre entró en trabajo de parto mientras se inundaba su casa. Ir al hospital fue una auténtica odisea, hasta que la solidaridad de desconocidos cambió su destino.

Victoria Angelini, Isabella y Juan Irusta

El 7 de marzo, Bahía Blanca despertó sumergida en una pesadilla de agua y desesperación. La peor inundación de su historia dejó a su paso calles anegadas, autos flotando y familias luchando por salvar lo irremplazable. Y por salvarse. Pero, en medio del caos, nació una luz.

A las 12:53 de aquel viernes inolvidable, Isabella llegó al mundo. Su primer llanto rompió el rugido de la lluvia como un destello de esperanza. En el día más oscuro, ella vino a iluminarlo.

Para Victoria Angelini, su madre, ese día marcó un antes y un después. Lo habría sido también en un día soleado, pero las circunstancias embravecieron cada instante. "Cuando empecé con el trabajo de parto, estaba con mi pareja, Juan, sacando agua de nuestra casa. Ahí, salimos para el hospital", relató.

En diálogo con La Nueva., Victoria confesó que no reconoció los signos del parto hasta que la situación fue inevitable. "Una entra en trabajo de parto con cinco centímetros de dilatación, yo llegué con ocho. Estaba en ese momento, pero no me había dado cuenta", explicó.

El camino al hospital se convirtió en una odisea. Con el 911 colapsado y las calles convertidas en ríos furiosos, llegar a la Maternidad era imposible. "Juan dice que fue desesperante, y esa palabra lo resume todo. Pero en ese momento, no nos importaba nada", aseguró.

Decidieron entonces, desde su casa en el barrio Tiro Federal, dirigirse al Italiano. "No sabés lo que fue salir, era el peor momento —relató—. A una cuadra de mi casa, el agua llegaba a un metro de altura, literalmente, así que no podíamos pasar con el auto. Intentamos dar la vuelta, buscar otros caminos, pero tampoco había paso hacia el centro por ningún lado".

Para entonces, el canal Maldonado y el arroyo Napostá ya habían desbordado, y la ciudad era un caos.

Con esfuerzo, lograron avanzar hasta la esquina de Punta Alta y Balboa. Allí, vecinos les hicieron señas de que no podían seguir. Otra vez, la desesperación.

Hasta que la solidaridad apareció para cambiar su suerte. Marta y su familia les abrieron las puertas de su casa, les ofrecieron abrigo y llamaron a enfermeros del barrio. "En ese momento, sentí contención y calma", recordó Victoria.

Estaban a solo tres cuadras del hospital Italiano. Por un instante, pensaron en seguir a pie. Dudaron. Eran pocos metros y, a la vez, un trayecto demasiado peligroso.

Cuando todo parecía incierto y el temor crecía, Ignacio, un vecino, se ofreció a llevarlos en su camioneta. Entre pozos y calles sumergidas, avanzó hasta la clínica, donde las enfermeras los esperaban bajo la lluvia eterna.

"Intentaba concentrarme en las indicaciones que Juan le daba a Ignacio para no pensar en el dolor. Tenía contracciones fuertes. Encima, Juan iba señalando los pozos y decidiendo en microsegundos por dónde seguir para no quedar varados", narró.

Los médicos la recibieron con agua hasta las rodillas y, apenas cuarenta minutos después, nació Isabella. Pesó 3,120 kilogramos y trajo consigo la certeza de que, incluso en medio del desastre, la vida se abre paso.

"Isabella Tormenta", la llamaron las enfermeras que presenciaron su llegada, testigos de un milagro en medio del caos. Victoria, madre primeriza, se deshizo en lágrimas. "No sé si lloraba de cansancio, de alegría o de todo junto", confesó.

La llegada de Isabella Irusta fue más que un nacimiento: fue un símbolo. Y un recordatorio de que, cuando todo se desmorona, la solidaridad y la empatía prevalecen.

El día que Bahía Blanca se ahogó en la tragedia, una niña apareció para demostrar que la humanidad siempre encuentra la manera de brillar y que puede hallarse una sonrisa en medio de tanta tristeza.

"En momentos críticos es casi imposible que uno actúe maliciosamente, siempre aflora la empatía, la solidaridad. Me parece hermoso que lo 'primitivo' siga siendo eso", concluyó Victoria.

Con el correr de los días, las imágenes de la ciudad inundada se volvieron postales del desastre. No solo acá, en el resto del país y más allá también. También deambuló, en un círculo más íntimo, la de Isabella en brazos de su madre.

El agua y sus marcas, tarde o temprano, se retirarán. Las calles serán reparadas, las casas volverán a ser hogares, y la vida seguirá su curso. Pero la historia de esta pequeña será contada una y otra vez, como un símbolo de resistencia, esperanza y humanidad. Como algo increíble de imaginar.

Porque incluso en la tormenta más feroz, siempre hay lugar para un milagro.