Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

Cuando Hollywood conoció el nombre de Bahía Blanca

En 1933 MGM estrenó "Vuelo nocturno", una adaptación de la novela que Saint-Exupéry había publicado en base a su experiencia como piloto de la Aeroposta Argentina. Fue entonces cuando la ciudad compartió marquesina con John Barrymore, Clark Gable y Myrna Loy, entre otras estrellas.

Al llegar a la página 15 de la edición del jueves 8 de marzo de 1934, los lectores de La Nueva Provincia se sorprendieron ante un llamativo aviso publicitario que cubría casi la mitad del espacio asignado para las noticias del mundo de la radio, el teatro, la música y el cinematógrafo.

Vuelo nocturno la grandiosa película de la Metro Goldwyn Meyer se ha filmado en homenaje a nuestros aviadores”, era el título de un anuncio que se extendía a lo largo de tres columnas, entrelazado con los retratos de Antoine de Saint-Exupéry, Rufino Luro Cambaceres, Leonardo Selvetti, Domingo Yrigoyen, Próspero Palazzo y Ricardo Gross, los pilotos de la ruta patagónica de la Aeroposta Argentina, la primera compañía de aviación comercial dentro del país.

“He aquí a los bravos aviadores bahienses en cuyo honor se ha filmado Vuelo nocturno, inspirándose en las proezas y hazañas de sus viajes aéreos de Bahía a la Patagonia”, se remarcaba.

“Bahía Blanca... Bahía Blanca... Éste es el nombre que constantemente aparece en esta grandiosa película. 'S.O.S... Bahía Blanca', clamaba a través del espacio la voz desesperada del piloto, mientras el viento y la lluvia agitaban ante su frágil aparato la sombra de la muerte... ”, describía el anuncio, enfatizando sin pudores la presencia de la ciudad dentro del filme.

“El pueblo de Bahía Blanca sabrá responder a este homenaje que la Metro Goldwyn Meyer ha ofrendado a los aviadores argentinos. Vuelo nocturno se estrena mañana en el Gran Splendid”, finalizaba la publicidad, que curiosamente omitía las presencias de John Barrymore, Clark Gable, Helen Hayes, Myrna Loy y Robert Montgomery, entre otros protagonistas de un elenco hollywoodense de primera clase.

La película -una adaptación de la novela homónima que Saint-Exupéry había publicado tres años antes, en base a sus experiencias como piloto de la Aeroposta- llegaba a la coqueta sala art-déco de Alsina 129 después de un exitoso recorrido de seis meses por los cines de Estados Unidos, Europa y Buenos Aires. La aceptación que la precedía, sumada a la certeza de que Bahía tenía un lugar destacado en la trama, garantizaban una buena afluencia de público para las siguientes semanas.

Pero, ¿con qué se encontraron aquellos espectadores? Quienes habían leído la novela, seguramente coincidieron en que se trataba de una adaptación bastante ajustada, aunque con la incorporación de ciertos detalles narrativos para que la historia se deslizara unos grados desde el enfoque filosófico que ofrecía el libro original hacia la necesaria cuota de heroísmo y romance que exigía la industria cinematográfica estadounidense.

"(...) Esta película está basada en un incidente extraído de los archivos sudamericanos. Ocurrió en la víspera de la realización de ese sueño albergado durante largo tiempo por los pioneros de los vuelos regulares nocturnos. Toda la acción transcurre en 24 horas", explica un texto introductorio en los primeros segundos de proyección.

Jules Fabian (Gable) pilotea uno de los aviones de la Trans-Andean European Air Mail, la única empresa de correos aéreos que realiza vuelos nocturnos en Sudamérica. Lo acompaña su operador inalámbrico Henri Quimet (Leslie Fenton), el encargado de las comunicaciones radiales con las estaciones terrestres de la compañía. Partieron desde la localidad chilena de Punta Arenas con destino a Buenos Aires.

"Es necesario que sobrevuele 1.500 millas de terreno difícil. Debe llegar sin falta aquí, a Buenos Aires, antes de medianoche", afirma secamente monsieur Rivière (Barrymore), el director de la compañía. Su personaje tendrá un rol cada vez más significativo dentro de la trama.

Al mismo tiempo, el vuelo de Fabian y Quimet se desarrolla con normalidad mientras se acercan a Comodoro Rivadavia. "Dígale a Buenos Aires que llegaremos a horario. Pregunte por las condiciones meteorológicas", le pide el piloto a su acompañante.

Desde la central porteña le responden que en San Antonio las condiciones son buenas y que "en Bahía Blanca el cielo está despejado, con viento moderado y visibilidad ilimitada".

Sin embargo a los 27 minutos de iniciada la película se escucha un trueno de fondo, como una advertencia de que algo está por cambiar.

En las oficinas de la Trans-Andean European Air Mail, Rivière discute agriamente con los empleados y directivos por su inflexibilidad a cancelar o postergar vuelos, aún en caso de que las condiciones climáticas pongan en riesgo a sus aviadores. "Un piloto tiene que querer llegar a tiempo (...) Son todos iguales, perezosos, descuidados, se asustan fácilmente. Cada uno de ellos. Si no soy duro con ellos...", argumenta.

"Perdemos tiempo. Horas cada noche. Siempre nos retrasan la niebla y la oscuridad. Es una cuestión de vida o muerte para nosotros", remarca el gerente, cada vez más ofuscado.

En paralelo, la esposa de Fabian (Hayes) prepara una cena hogareña para agasajarlo luego del extenuante vuelo. Todo parece listo para recibirlo: la mesa servida, el vino enfriado, las velas encendidas y la música de fondo. Sólo le falta la confirmación del horario, por lo que decide llamar al aeródromo.

"¿Llega puntual? ¿Por San Antonio? Entonces debería estar en Bahía Blanca en una hora y quince minutos. Lo sé con suma precisión", le asegura a su interlocutor.

Pero a 980 kilómetros de distancia, a medida que los truenos y relámpagos los envuelven, el piloto y su operador no se muestran tan tranquilos: "No podemos contactar con Buenos Aires por radioteléfono. Intentaremos comunicarnos cablegráficamente con Bahía Blanca", escribe Quimet.

Desde el aeropuerto de la ciudad les llega la respuesta: "Bahía Blanca dice que hay una tormenta alrededor nuestro. ¿No crees que sería mejor aterrizar aquí?", le consulta el operador a Fabian.

"No se puede aterrizar, nos estrellaríamos. Continuaremos. Trataré de hacerlo pasar por abajo o por arriba de la tormenta", contesta el personaje de Clark Gable sin perder el aplomo.

Rivière también recibe los reportes del clima en su despacho, e intuye que puede haber problemas, pero se mantiene en su postura de que todos los vuelos de la empresa deben llegar a tiempo, sin excusas. Sólo se permite entregar un listado con "todas las comisarías de los pueblos" de la zona para que estén alertas e inicien la búsqueda del avión, en caso de ser necesario.

En medio del temporal, el piloto empieza a preocuparse y se aferra a los comandos con fuerza. Sabe que están desorientados por la falta de visibilidad, pero confía en su experiencia para solucionarlo.

En Buenos Aires, en tanto, también están al tanto de los inconvenientes del vuelo 603. "Está perdido, con poco combustible. Se le acabará en 30 minutos", calcula uno de los empleados.

La esposa, visiblemente preocupada por la demora, vuelve a llamar al aeródromo. "¿Por qué se retrasa? ¿Dónde? ¿Bahía Blanca? Pero debería haber llegado allí hace horas", le reprocha al empleado que atendió el teléfono.

"¿Qué ha pasado? Llame al señor Rivière", reclama con la certeza de que le están ocultando información.

Pero el gerente se niega al diálogo: "No tengo nada que decirle. Lleva retraso. Eso es todo", contesta.

Mientras Fabian observa alarmado cómo se vacía el tanque de combustible, en las oficinas de la empresa intentan contactarlo a través del Código Morse.

"11.20 PM Incapaces de encontrar Bahía Blanca. Encenderemos bengala y trataremos de aterrizar", anota el piloto en su bitácora.

El desenlace se presiente.

Pese a que la tormenta abarca a todo el sudoeste bonaerense, la torre de Villalonga logra captar un mensaje telegráfico del 603: confirman que están perdidos sobre el mar, tratando de dirigirse hacia el oeste, en busca de la costa, pero que cuentan con combustible sólo para unos pocos minutos más.

Los operarios deciden reenviar el mensaje a Bahía. "Los cables todavía están operativos allá. Que ellos lo transmitan a Buenos Aires", deciden.

El mensaje llega a la sede central justo cuando el avión sale inesperadamente de la tormenta. Fabian y Quimet observan sorprendidos la claridad de las nubes que los rodean.

Por unos instantes parece que la salvación todavía es posible, acaso con un aterrizaje de emergencia. Pero ya no les queda combustible.

El piloto decide avisarle a su operador que el viaje no llegará a su destino: "Se ha acabado. Cuando yo grite, salta. Buena suerte", dice el último mensaje.

Quimet toma un trago de su petaca para darse coraje y se prepara para arrojarse fuera de la aeronave.

"¡Salta!", le ordena Fabian, quien espera unos segundos antes de lanzarse también con su paracaídas.

La escena vuelve a la oficina de un Rivière sombrío, a quien solo parece importarle que se rompió su récord de cinco años sin accidentes. Pero no puede demostrarlo porque está acompañado por la esposa del piloto.

"Estamos haciendo todo lo humanamente posible. Por desgracia no sabemos dónde buscar", le admite el director de la Trans-Andean European Air Mail.

La mujer casi no lo escucha. Sólo es capaz de balbucear que "la cena ya estaba lista" y que el reencuentro entre ellos "iba a ser una celebración".

"Ahora nunca vendrá, ¿sabe lo que eso significa? Lo único que a usted le importan son los horarios, los aviones, los motores. Nunca piensa en esos hombres, en esos pilotos, en qué se siente el estar perdido allá arriba", le reprocha entre lágrimas.

A Rivière lo incomoda el planteo y le pide que se vaya. "Altera al personal, a todos nosotros. No puedo soportarlo. No soy de hierro", reconoce.

Es la única licencia sentimental que se permite durante los 84 minutos del filme. 

"No voy a tolerar lágrimas ni histeria aquí. Ni suyas ni mías. La sensiblería estorba", reafirma, como para terminar de ganarse la antipatía de todos los espectadores.

Ya en la siguiente toma el director opta por una imagen simbólica para confirmar las peores presunciones: los paracaídas de Fabian y Quimet flotan solitarios en medio de un oleaje revuelto.

Los demás pilotos se enteran rápidamente de la tragedia de sus compañeros, pero saben que en la empresa no hay margen para la tristeza: tienen un servicio por cumplir esa misma noche.

Uno de ellos (William Gargan) es abordado por su esposa (Loy) justo antes de despegar con su avión rumbo a Río de Janeiro: "¿Para qué es todo esto? ¿Sólo para que alguien en París pueda recibir una postal un martes en vez de un jueves?", lo cuestiona.

"No me preguntes, amor. Sólo soy un piloto. No tengo todas las respuestas", le dice mientras enciende el motor.

Horas después, cuando llega a Río, una ambulancia lo espera en la pista: en la bodega del avión hay un cargamento de suero, indispensable para un paciente con parálisis infantil. 

El pequeño se ha salvado gracias al servicio de correo aéreo.

En los últimos instantes, la película resalta la importancia de esos aviadores pioneros: "Tal es el coraje humano, esos hombres murieron para que otros pudieran vivir", puede leerse antes del final.

Es difícil saber si Saint-Exupéry vio la adaptación de su novela, pero si lo hizo es posible que haya estado de acuerdo con la elección de esa frase para el cierre.