Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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La herejía de la indiferencia

“Los contagios y muertos le resbalan a la Argentina indiferente. Esta cree que si el bicho te pesca, con  unos días de internación se zafa.”

   Los servidores de la salud quedaron solos como patrulla perdida. Esos a los que ya nadie aplaude desde ningún balcón. Esos a los que la irresponsabilidad de muchos sentados a las mesas de bares o  reuniones familiares, ignoran supinamente. 

   Caterva que mira bizco cuando mira, y que consiente cómplice que funcionarios elegantes lo nutran con mentiras. Más de 300 depósitos de viejitos sin fiscalizar donde el virus cumple con las exigencias del Fondo de achicar la franja etaria de tantos con edad avanzada e hijos con poca memoria. Indiferencia al ilícito apoderamiento de los fondos del Anses. La lista es mucho mas larga. Procuro al ñudo buscar formas literarias que hagan tragables verdades difíciles de digerir, y me disculpo si con ellas no vacilo en escupir el asado. 

   El parásito replicador Covid-19, sabe que la regla ética en biología es “dichoso el virus que inspira poco miedo”. El ADN argentino quedó expuesto cuando le daban a San Martín, para cruzar los Andes, tres esclavos a cambio del nene de mamá. También cuando festejó el desguace territorial por arbitraje del Papa en la disputa con Chile. Plebiscitamos  lo que yo en este medio denunciara como “la soberbia de los vivos”. No porque quisiera la guerra, sino porque el único ganador de ese laudo fue el árbitro papal que se quedó con el Mar de la Paz, lleno de krill, petróleo y nódulos polimetálicos. Se festejó la disgregación territorial con indiferencia, porque eso -aplicando la ley biológica animal, “que solo dejan de marcar su territorio, cuando están próximos a morir, o renunciar a su instinto de supervivencia”- era el preludio del estado fallido de hoy. De tales vientos devendrían otras tempestades. 

   Cuando en Malvinas nuestros soldados, marinos y aviadores entregaban sus vidas heroicamente contra las fuerzas de la OTAN, aquí en el continente se festejaban goles en partidos de fútbol y se abrazaba el 10 con Videla, Massera y Kissinger. Pero no alcanzó. Devino ignorar la Causa de Malvinas. Devino descargarlos en las afueras de las ciudades o condenarlos a suicidarse sin obra social. Miles murieron en el continente: muertos por la desmemoria de sus compatriotas. 

   Hay que hacerse cargo. Afuera de los hospitales, hoy la externa indiferencia y la ignorancia negacionista del virus y sus secuelas están repitiendo lo que la Argentina futbolera hizo en 1982: indiferencia con los héroes. Ayer los ridiculizó como “chicos de la guerra”. Los menospreció como “Malvinas, carro atmosférico”. Hoy, las camas, los respiradores y las indiferentes rondas cerveceras sobran. Lo que falta son los equipos médicos terapicistas, enfermeras y especialistas que entiendan y atiendan, y que afuera de sus nosocomios no saboteen su “carcere duro”. 

   Los contagios y muertos le resbalan a la Argentina indiferente. Esta  cree que si el bicho te pesca, con  unos días de internación se zafa. 

   Nadie piensa en posibles pulmones perforados o neuronas afectadas, riñones inservibles o pérdidas de ganas de vivir que deja –amén de la muerte- el parásito replicador. Tampoco importa que la vacuna de la farmacéutica Astra Zeneca y cinco más utilicen células de riñón HEK-293 de fetos abortados. Sigan bailando indiferentes en la cubierta del Titanic. Fiesta negacionista, seguida de la majestuosidad de muertes insensatas.