Enfermeras: un aplauso que debe continuar
Verónica y Lorena son enfermeras del sector público de Bahía Blanca. Su trabajo cambió 100 % por la pandemia, al igual que la mirada social. Resaltan que se sienten más valoradas, pero en el camino del reconocimiento todavía faltan unos cuantos pasos.
Por Belén Uriarte / [email protected]
Su hija adolescente la sorprende con la casa limpia y la comida hecha. En el hospital, todos recurren a su servicio. Afuera, los aplausos se multiplican. Verónica siente que su alma desborda.
Lorena cambia cumpleaños por guardias, posterga almuerzos y llama a su hijo durante sus 12 horas de hospital para acortar distancias. Sabe que eso también es parte de la enfermería: no se queja, lo abraza.
Verónica Ayala, que tiene 45 años y trabaja como enfermera desde hace 21, dice que la pandemia trajo muchos cambios y reconocimientos.
—Tanto la familia como la sociedad se dan cuenta del verdadero valor de la profesión: reconocen que, a pesar del miedo y la exposición, venimos y tratamos de dar lo mejor.
Hace 17 años ingresó al sector de terapia del hospital Penna, en el que hoy es jefa de Enfermería. Cuenta que su horario es de 6 a 12, pero desde la llegada del coronavirus su trabajo se multiplicó: suele quedarse hasta las 14, las 16 y a veces hasta las 19 resolviendo cuestiones administrativas y preparando al personal. Y por supuesto, siempre pegada al teléfono por cualquier emergencia.
—Termino cansada, pero tranquila: todo esfuerzo y preparación tiene sus frutos. Tenemos el primer paciente de COVID-19 y se está trabajando muy bien, sin riesgos y con todos los elementos. Eso se debe a un trabajo previo que se hace con todo el equipo: todos nos sentamos, investigamos, nos preocupamos e hicimos aportes para escribir los cuidados y la organización a tener en cuenta desde el momento que entra el paciente.
Señala que trabajan con protocolos de tratamiento de otros países (España, Italia, EE.UU.) y con fuentes ministeriales y asociaciones como la Sati (Sociedad Argentina de Terapia Intensiva). Además, asegura que cuentan con la medicación que requiere este tipo de pacientes y que se instruyen continuamente ya que la información sobre la enfermedad es muy dinámica.
El hospital no es el que era meses atrás. Hay más camas, el personal corre de un lado al otro y se respira incertidumbre. Verónica cuenta que son escuchados, pero al ser un centro de salud provincial, los reclamos no son tan directos como en otros hospitales: las autoridades dan respuestas a medida que las van obteniendo desde Provincia.
Destaca que no les falta protección: por el aporte recibido, no solo del Ministerio sino también de mucha gente dentro y fuera del servicio hospitalario, pudieron adecuarse a la cantidad de pacientes que atienden. Recibieron donaciones de camisolines y máscaras; y también se pusieron de acuerdo entre ellos para comprar de manera colectiva —y más barata— materiales que les resultan más cómodos y seguros.
En terapia visten varios elementos de protección, como antiparras, mascarillas y camisolines repelentes. Para reducir los riesgos, hay un grupo asignado al tratamiento de los pacientes que transitan la enfermedad. Verónica reconoce que hay angustia y que todos tienen un poco de miedo, pero se preparan para enfrentarlo.
—La carga psicológica es grande. Nos ayudamos entre todos, principalmente desde la escucha. Vienen psicólogos y se hacen reuniones en grupo, donde se exponen miedos y dificultades. Incluso hay una psicóloga disponible a la mañana para la consulta personal. Dentro de todas las limitaciones, estamos contenidos entre nosotros y por el hospital.
Indica que en el sector de terapia hay 37 enfermeros y que a partir de la pandemia el trabajo cambió 100 %. Por eso destaca el compromiso de todo el cuerpo hospitalario —médicos, kinesiólogos, personal de limpieza, entre otros— que permite llevar adelante un verdadero “trabajo en equipo”.
—Damos gracias a Dios porque tuvimos la oportunidad de prepararnos, hay mucho compromiso. Por ahora hay pocos casos y la ciudad está preparada; para los casos de desborde creo que nadie está preparado y se reacciona de acuerdo con lo que se tiene. Ojalá no se dé.
Verónica piensa que si bien se van a incrementar los casos, la situación no va a ser como en otros países porque “las medidas que tomó el Gobierno y el sector de Salud ayudaron muchísimo, si no estaríamos como el resto”.
A pesar de terminar extenuada, confiesa que su trabajo la llena y satisface, tanto en lo profesional como en lo humano.
—Muchos me dicen ‘ni loco haría lo que hacés vos por la misma plata’, porque no estamos bien remunerados ni me pagan más por el puesto que ocupo. Pero respondo que es el amor a lo que uno hace.
Verónica, que es licenciada en Enfermería y cursa una maestría en Cuidados Críticos, desea que todos los enfermeros formen parte de la rama profesional. Cuenta que años atrás unos 10 compañeros fueron incorporados, pero con el tiempo algunos se jubilaron y esos puestos no se renovaron.
—En mi servicio somos muchos los licenciados en Enfermería y uno solo está reconocido dentro de la ley de profesionales. El resto solo figuramos como técnicos.
Destaca que por la pandemia la labor se hizo más visible y reconocida, incluso dentro del hospital: señala que muchos se acercan a preguntar cómo actuar y qué materiales usar.
—Si bien todos somos importantes, cualquiera sea la disciplina, todo pasa por enfermería: somos el nexo con todas las demás áreas y estamos las 24 horas con el paciente. Enfermería controla equipos, materiales, personal; es multifunción.
***
Lorena Anero nació en Bahía Blanca, tiene 43 años y es enfermera desde hace 26. Define a su profesión como su todo: si pudiera volver atrás, elegiría el mismo camino.
Estudió Enfermería en la escuela del hospital Municipal, hizo la licenciatura a distancia y se recibió de instrumentadora quirúrgica. Estuvo siete años en el Privado del Sur y luego pasó al centro de salud municipal de Estomba y Bravard.
La profesional, que trabaja en quirófano, explica que los turnos normales son de seis horas rotativas, pero como ella está en la modalidad de guardia hace 12: entra a las 6 y se va a las 18, con francos cada dos días.
Cuenta que las jornadas de guardia son muy intensas. Se levanta a las 5, se prepara y sale en auto desde el barrio Vista Alegre hasta el hospital, al que llega 5:45 para tomar la guardia. Antes del coronavirus, preparaba los quirófanos para las cirugías programadas y cerca del mediodía empezaba con las urgencias. Desde el coronavirus, se suspendieron las programadas, aumentaron las precauciones y tiene que estar atenta y dispuesta para lo que surja.
Cuando tiene un tiempo libre —a veces a las 14 o las 15— almuerza y a las 18 regresa a su casa, en la que lo espera Gianluca, su hijo de 13 años. Antes de compartir tiempo con él, saca su ropa afuera, pasa la suela de sus zapatos por lavandina y va directo a ducharse. Limpia su casa, repasa los picaportes y recién ahí se relaja un poco —porque a su hijo le suspendieron las clases de natación e inglés— hasta la hora de la comida. Después de la cena, se acuesta: confiesa que termina rendida.
—Estoy en quirófano, pero mi hijo sabe que si me llegan a necesitar para atender pacientes (ante el posible avance del coronavirus) no me va a ver por largo tiempo. Nos haremos videollamadas: no lo voy a arriesgar a él ni a mi mamá, que es del grupo de riesgo.
Ellos son su cable a tierra en momentos de angustia y estrés. Disfruta mucho de las clases de natación de su hijo y de los mates con su mamá y su hermana. Ahora, que el aislamiento se lo impide, se refugia en la tele y aprovecha a sumar horas de descanso.
En medio de la cuarentena, Lorena explica que en el hospital hay un protocolo que les indica cómo deben actuar desde el momento en que ingresa un paciente. También determina de qué manera debe ser la atención en cuidados críticos. Incluso el comité del hospital se reúne tres veces por semana para informar las novedades y bajar directivas.
—Nos estamos cuidando. Andamos mucho con el alcohol en gel y el lavado de manos, que teníamos incorporado, lo intensificamos. Tenemos barbijos y elementos de higiene: por ahora no faltan y obviamente tratamos de cuidarlos.
Con el ambo, las botas y el gorro, Lorena recorre una y otra vez los pasillos del quirófano. Revisa que en la mesa de operaciones no falte nada y cuando llega algún paciente, se prepara con el camisolín, los guantes y el barbijo. Además, está atenta por si la necesitan para otras tareas: días atrás dieron de alta al paciente con coronavirus que estaba internado en el Municipal y según los especialistas, se espera el pico de la enfermedad para mayo.
Salvando las distancias, Lorena dice que este momento la retrotrae al brote de la gripe A en 2009, cuando trabajaba en el sector de guardia.
—Me hace acordar mucho a ese momento, aunque sabemos que este virus es más peligroso porque se contagia más fácil. Lo bueno es que ahora tenemos más acceso a internet y más información: prácticamente nos enteramos de todo en tiempo real; incluso miramos videos y leemos para estar al tanto de lo que sucede.
Asegura que no ve pacientes ni familiares con miedo, aunque sí con precaución. Y dice que, como siempre, siente el reconocimiento de la gente tanto dentro como fuera del hospital.
—Los aplausos de las 21 son espectaculares, uno se siente muy reconfortado. En las salas, el paciente y las familias son agradecidos: cuando entran al hospital se dan cuenta de nuestra labor. Lo que uno por ahí no siente es el reconocimiento gubernamental: no se nos valora completamente como profesionales y siempre nos costó escalar.
Ejemplifica que días atrás la Provincia pidió “profesionales de la salud y enfermeros” por la crisis sanitaria, haciendo esa diferenciación que no logra entender.
—Más allá de lo salarial, se trata de que reconozcan el trabajo, que nos respeten y que no tengamos que explicar por qué somos profesionales —dice Lorena, quien remarca que hace tiempo se está intentando formar un Colegio que los agrupe.
Cuenta además que para los enfermeros es más difícil ingresar a carrera hospitalaria, sobre todo en el sector privado: son pocos cupos los que habilitan y es más accesible para otros profesionales de la salud.
Remarca que quienes más reconocen su labor son sus familiares, especialmente su hijo y su mamá, que vive a tres cuadras de su casa. Ellos, que sacrifican tantas horas a su lado y dan fuerzas en este momento de gran incertidumbre, entienden que la enfermería es un acto de amor.
—Saben que me cuido y que no los voy a arriesgar, pero no puedo dejar de ser enfermera. Al resto les digo que lo más importante es que se queden en casa, que se cuiden y nos cuiden.
Por la profesión
En noviembre de 2018 muchos grupos de enfermería salieron a las calles de Bahía para gritar que no son administrativos y rechazar la normativa impulsada por Horacio Rodríguez Larreta que buscaba catalogarlos como tales en la Ciudad de Buenos Aires. Según indicaron autoridades sanitarias de la ciudad, esa iniciativa no prosperó.
En Bahía Blanca, la licenciatura en Enfermería se dicta en la Universidad Nacional del Sur y de acuerdo a la ley provincial 10430 quienes obtengan ese título deben ser considerados profesionales.
Sin embargo, en la práctica no se cumple en su totalidad.
Desde la jefatura de Enfermería del hospital Penna le confirmaron a La Nueva. que el centro de salud cuenta con 42 auxiliares de enfermería, 239 enfermeros y 80 licenciadas/os en Enfermería: “De los licenciados solo el 40 por ciento se encuentra en el escalafón profesional, el resto está en el escalafón técnico”.
En el caso del hospital Municipal, el porcentaje de profesionales es mayor: según informaron sus autoridades, cuentan con 294 trabajadores —entre enfermeros, instrumentadores, técnicos anestesistas y camilleros-enfermeros — y el 96 % es profesional.
Un año especial
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró este 2020 como el Año Internacional del Personal de Enfermería y de Partería.
En su sitio oficial indica que este personal “desempeña una función crucial en la prestación de servicios de salud, ya que consagran sus vidas a cuidar a las madres y los niños, administrar vacunas que salvan vidas, proporcionar consejos de salud, cuidar de las personas mayores y, en general, satisfacer las necesidades sanitarias esenciales del día a día. Además, suelen ser el primer y el único lugar de atención disponible en sus comunidades”.
Aclara que “a fin de lograr la cobertura sanitaria universal, el mundo necesita que el personal de enfermería y partería aumente en 9 millones”.