Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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UIA vs. Gobierno: debate por el “costo argentino”

   Después que el ministro de la Producción les pidiera a los industriales que “se dejen de llorar”, se desató una verdadera guerra de declaraciones entre el Gobierno y uno de los sectores más influyentes en la economía, aunque su peso específico es cada vez menor. Y si bien el lunes está prevista una reunión en Casa Rosada para aliviar la tensión, las quejas del sector persisten y la preocupación por lo que hay por delante también.

   Vale la pena poner el conflicto en contexto. La actividad económica ya recuperó la pérdida de 2016 y superó el pico máximo del gobierno de Cristina Kirchner. Pero para la industria la situación es distinta. El año pasado apenas consiguió rebotar 1%, luego de una caída cercana a 4,5% en el primer año de la administración de Cambiemos. Por lo tanto, aún está lejos de los máximos. Y la capacidad instalada sin utilizar todavía está en valores altos, es decir que no habría que esperar un salto importante de las inversiones hasta que las fábricas no se encuentren trabajando a pleno.
Pero aún dentro del mismo sector la situación es muy dispar. La construcción, por ejemplo, muestra crecimiento de dos dígitos por el aumento de la inversión en la obra pública. La inversión privada también empieza a repuntar de la mano del crédito hipotecario. También la industria automotriz muestra signos de reactivación, en parte impulsados por las mayores ventas que se avecinan a Brasil y un mercado interno que sigue con alta demanda. En este caso, sin embargo, los principales beneficiados son los autos brasileños que dominan las ventas locales (se trata de los vehículos más baratos).

   Pero, más allá de las situaciones particulares, las quejas de los industriales se relacionan con un problema histórico: el “costo argentino”. En sus declaraciones de esta semana, el titular de la UIA, Miguel Acevedo, volvió a la carga sobre el peso de los impuestos, las altísimas cargas laborales y la ausencia de crédito a tasas accesibles, luego de que el BCRA decidiera suprimir la línea de financiamiento productivo. La misma obligaba a los bancos a prestar a tasa del 17% anual fija para financiar capital de trabajo.

Pero además también están las quejas por los altos costos logísticos, en particular relacionados al transporte. Ya son célebres las comparaciones respecto de los costos de trasladar containers. Cuesta más trasladar mercadería desde la provincia de Buenos Aires al puerto que desde el puerto hasta China.

   En el medio aparecen las discusiones con relación al gradualismo. La decisión del Gobierno de avanzar de a poco con el ajuste fiscal también implica que la disminución de impuestos planteada en la reforma tributaria es excesivamente lenta. En el caso de Ingresos Brutos, por ejemplo, se plantea una desaparición completa en cinco años. Pero mientras tanto la dinámica es totalmente diferente. En la mayoría de las provincias avanzaron con un incremento de la alícuota, aprovechando que el Pacto Fiscal lo habilitaba, aunque luego deberán bajarla gradualmente. Y en los casos en los que no pudieron hacerlo, los gobernadores avanzaron con fuertes aumentos del impuesto inmobliario y ya están pensando en un fuerte revalúo de las propiedades, tanto urbanas como del campo.

   En el caso de los impuestos al trabajo, la reforma laboral terminó cajoneada, aunque habrá una reducción (siempre gradual) de las cargas patronales especialmente para los salarios más bajos.
Claro que ni la suba del dólar de los últimos dos meses consiguió reducir demasiado las distorsiones que históricamente complican la competitividad industrial. Aún luego del salto del tipo de cambio de casi 20%, el sueldo de un operario de una fábrica o de un cajero de supermercado duplican a los que se pagan en Brasil y triplican el de otros países de la región. Y son más altos que en la mayoría de los países de Europa.

   En el fondo, lo que inquieta a los empresarios es que la actividad local no termina de levantar, el consumo se mantiene aletargado y, lo más importante, los márgenes de rentabilidad se siguen achicando a pasos acelerados. Nuevamente, la industria sufre mucho más la apertura económica y la reducción de los márgenes que los servicios, que tienen más posibilidades de fijar precios.
Desde Casa Rosada insisten en que ya no hay margen para aplicar soluciones mágicas, como prestar a través del Banco Nación a tasas del 9% fija en pesos (recuérdese los Créditos del Bicentenario) o mantener planchadas las tarifas para inflar artificialmente el consumo o bajarles los costos a las empresas.

   Por lo tanto, la única solución es conseguir competitividad genuinamente, mientras se plantea una apertura “responsable” de la economía. No es casual que el propio titular de la UIA se haya quejado por la presencia de tomates importados en las góndolas. Claro que son pocos los sectores que están en condiciones de competir con productos importados de menor precio y mayor calidad, ni salir a exportar más allá de algunas honrosas excepciones.

   El lunes UIA y Gobierno firmarán la “pipa de la paz” y habrá fotos acordes a la ocasión. Pero más allá de lo que muestre la superficie el debate es de fondo y requiere darle muchas vueltas para evitar caer en las crisis cíclicas que atravesó la Argentina en los últimos 40 años.