Bahía Blanca | Domingo, 06 de julio

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El autor del Principito y tres historias para leer con el corazón

Mario Minervino / [email protected]

   En octubre de 1929 llegó a Bahía Blanca el aviador Antoine de Saint Exupèry (1900-1944), de 29 años de edad, francés de nacimiento, apasionado por la aviación, entusiasta periodista y escritor.

   El 1º de noviembre pilotearía uno de los dos aviones que inauguró la bautizada "Línea Patagónica", uniendo entre nuestra ciudad con Comodoro Rivadavia, con escalas en Trelew y San Antonio Oeste. Saint Exupéry venía de cumplir funciones en la estación Cap Juby, en el norte de África, como empleado de la empresa aerocomercial Latécoère y ahora tenía esta suerte de ascenso como Director General de la línea que prestaría servicios regulares entre Buenos Aires, Asunción, Santiago de Chile, Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia.

   El funcionamiento de esa compañía será el origen de la aviación aerocomercial del país: desde la Aeroposta se llega, vía directa, a Aerolíneas Argentinas. Por eso, el lugar donde instaló su aeropuerto –en Villa Harding Green—es considerado “Cuna de la aviación argentina”.

   Pero, el toque inesperado, el aporte mítico, el rasgo poético de esta historia viene de otro lado.

   Ese piloto de pocas palabras que llegó a Bahía Blanca, con escaso conocimiento del castellano, enojado en parte con su nuevo destino (“Me siento un poco triste. Me gustaba mucha mi antigua vida. Esta creo me envejece. Buenos Aires es una ciudad odiosa, sin encanto”, dijo), se convertiría, 15 años después, en autor de El Principito, uno de los libros más editados (y leídos) de la literatura universal. Una novela corta que habla de la amistad, del corazón, de una rosa, de un amor, de lo esencial.

   Aquellos aviones de madera y aluminio, un puñado de pilotos franceses y argentinos volando sobre la Patagonia, Saint Exupéry cenando en la confitería del Hotel Muñíz y en el café de Londres, abordando el tren en la estación Sud, justifican estas tres pequeñas historias.

Vicente Almonacid: el héroe que quiso enderezar la avenida Alem

   La idea de establecer la línea aérea en la Argentina fue de un riojano: Vicente Almandos Almonacid.

   El propietario de la compañía que hasta entonces funcionaba en Europa escuchó su propuesta y le dio crédito porque Almonacid era un héroe de la primera guerra mundial.

   Lo singular es que cinco años antes, entre 1906 y 1911, Almonacid pasaba sus mañanas en una pequeña oficina del palacio municipal de Bahía Blanca, como jefe que era de Obras Públicas. Por la tarde, además, era secretario del flamante Colegio Nacional.

   Almonacid era entusiasta y creativo. En pocos meses patentó dos inventos para mejorar las condiciones sanitarias locales.

   Y también se metió en temas que causaron revuelo, político y social. Por un lado, encontró un plano, realizado por Pedro Pico en 1880, donde se veía que la traza de la avenida Alem era recta: sus quiebres eran resultado de la acción de propietarios que fueron corriendo los límites de sus terrenos, apropiándose de espacios públicos.

   El escándalo llegó al Concejo Deliberante y puso en jaque a varios vecinos reconocidos.

   Por otro lado, preocupado por las inundaciones que generaban los desbordes del arroyo  Napostá, exigió a los propietarios del barrio Parque Adornado (actual parque de Mayo) que reabrieran el arroyo Maldonado, cerrado dentro de ese espacio para dar continuidad al barrio.

   Desató dos escándalos, se sintió cuestionado y en 1914 renunció a sus trabajos y se alejó de la ciudad. Sin pena y sin gloria.

   Un par de años después algunos de sus inventos relacionados con la aviación le valieron una beca en París. Cuándo en 1919 volvió al país fue tapa de la revista el Grafico, la gente lo llevó en andas y lucía un traje de la fuerza aérea francesa desbordaba de medallas: era un héroe del país galo.

   Regresó a Bahía Blanca en 1929, como director fundador de la Aeroposta Argentina. Para poner en marcha una ruta regular entre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia. Unos pocos memoriosos lo recordaban con aquel modesto empleado municipal.  A su lado estaba Antoine de Saint Exupéry, jefe de tráfico, ambos caminando por O'Higgins y Chiclana.

Saint Exupéry: una boa, una isla

   No hay manera de tener demasiadas precisiones sobre los puntos de inspiración de Saint Exupéry al escribir El Principito.

   Porque lo publicó en 1943 y jamás imaginó que dejaba un éxito de la literatura universal. Saint Exupéry desapareció un año después, mientras cumplía una misión para la Fuerza Aérea Francesa, volando sobre el mar Mediterráneo. Nunca pudo hablar de su último libro, nunca supo de su trascendencia.

   Entre decenas de especulaciones sobre ese libro, se incluye aquella acerca de que el dibujo que aparece en la primera página --una boa que se come a un elefante y que la gente grande confunde con un sombrero--, está inspirado en la Isla de los Pájaros de Puerto Pirámides, la cual Saint Exupéry visitó en varias oportunidades en sus viajes al sur, y cuyo perfil, visto desde la costa, es casi casi un sombrero, o una boa.

 

Un amigo en la cordillera, una rosa en un asteroide

   Estando en Bahía Blanca, Saint Exupéry recibió un llamado: su amigo, piloto y compañero Henry Guillaumet había caído en plena Cordillera de los Andes, piloteando su nave Potez 25, en el trayecto entre Mendoza y Santiago de Chile.

   Saint Exupéry viajó a la ciudad cuyana y durante cinco días voló sobre la cordillera buscando a su amigo.

   "En invierno, los Andes no devuelven a los hombres", le decían los más veteranos.

   Pero Guillaumet logró lo imposible: caminó cinco días entre las montañas y logró ser rescatado. Saint Exupéry contó esa historia en su libro Tierra de Hombres, publicado en 1939.

   Allí Saint Exupéry hace referencia que Guillaumet le contó como en plena cordillera encontró fuerzas para caminar, para seguir, para no rendirse a la fatiga y el sueño.

   Su grandeza consistió, según escribió Saint Exupery, en sentirse responsable. "Responsable de sí mismo, del correo que tenía a cargo, de los compañeros que lo esperaban. De saber que tenía en sus manos la pena o la alegría de aquellos. Responsable de todo lo nuevo que se construye entre los vivos, en lo cual él debe participar. Responsable también del destino de los hombres, en la medida de su trabajo".

   Cuando en el libro el Principito el niño decide dejar la Tierra para regresar a su asteroide lo hace por esa misma razón: se siente responsable por su rosa, a la que dejó sola, a la que debía cuidar y proteger. "Los hombres han olvidado esta verdad (...) Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...".

Final

   Se cumplen 89 años de la llegada de Saint Exupéry a Bahía Blanca. Durante dos años alternó sus días por nuestras calles. Su empresa se retiró del país en 1931 y el regresó a Francia.

   El 1 de noviembre de 1929 había despegado de Villa Harding Green piloteando un Laté 25, con destino final Comodoro Rivadavia, abriendo la historia aerocomercial nacional.

Es el hombre que nos enseñó que lo esencia es invisible a los ojos, que no se ve bien cn el corazón, que los ritos son importantes y que se sólo dispusiera de 43 minutos de vida, caminaría lentamente hacia una fuente.

   "Jamás he contado esta historia y los compañeros que me vuelven a ver se alegran de encontrarme vivo, aunque me notan triste. "Es el cansancio", les digo. (De El Principito, 1943).