Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Un golpe de timón para ajustar desequilibrios

   El cambio de meta de inflación para 2018 en adelante no es relevante en sí misma. Para el 2017 el techo que se había fijado el Banco Central fue de 17% y sin embargo terminará en cerca de 24%, es decir un desvío enorme. Y sin embargo la economía recuperó lo perdido el año pasado, el crédito subió un 50% y el consumo empezó a repuntar en el segundo semestre. A los inversores tampoco pareció importarles demasiado, como lo refleja la caída del riesgo país hasta los niveles más bajos de los últimos diez años.

   Finalmente, lo que el mercado valora del 2017 es que la inflación quebró la tendencia y mostró una tendencia a la baja que todo indica que continuará en 2018. Ni siquiera está claro, sin embargo, si será posible bajar la inflación del 24% al 15% el año próximo. Hoy la mayoría de los analistas cree que se ubicará entre el 17% y el 18%, pero al menos un poco más cerca del nuevo objetivo.

   ¿Cuál fue el sentido entonces de modificar la meta para el año próximo, desde un 10% a un 15%? Nada tuvo que ver con la “reputación” del Banco Central o con pifiarle nuevamente a las previsiones.

   En realidad, el cambio anunciado en conferencia de prensa el jueves por el equipo económico en pleno tiene que ver con corregir distorsiones que empezaban a acumularse y podían poner en peligro la recuperación de la economía.

   Fue el propio titular del Central, Federico Sturzenegger, quien reconoció que al haberse recalculado la meta “ya no tiene sentido” mantener tasas tan altas. La consecuencia fue una inmediata disminución sobre todo en los plazos largos desde niveles de casi 30% a 25% anual.

   El salto adicional que tuvo el dólar el jueves estuvo directamente relacionado con esa disminución de tasas. Y en general por la visión de que la política monetaria será finalmente tan gradualista como el plan fiscal. Esa diferencia de velocidades entre la reducción del déficit fiscal y el apuro por bajar la inflación estaba generando distorsiones cada vez más notorias en el funcionamiento de la economía. De nada servía a esta altura insistir con una meta incumplible que lo único que estaba provocando era un desbarajuste en variables claves.

   La economía mostró un comportamiento de menor a mayor en 2017. Empezó con una reactivación tímida que incluso tuvo un traspié con la decisión del Gobierno de limitar las ventas en cuotas sin interés. Pero igual fue mejorando lentamente hasta reactivarse en forma muy clara en el segundo semestre. Los números de noviembre (los últimos disponibles) están mostrando una mejoría bastante notoria del consumo, pero también que la inversión aumenta a un ritmo superior al 10%, mientras que la industria sigue su ritmo alcista.

   El problema es que en 2018 esta tendencia favorable corría serios riesgos de llegar rápidamente a un límite si no se hacía algo. O puesto de otro modo, no hacer nada para no generar nerviosismo podría salir muy mal.

   Con el cambio de la meta de inflación el Gobierno procura dos objetivos simultáneos: reducir la tasa en términos reales (es decir que ya no esté tan alta en relación a la inflación) y especialmente evitar la persistencia del atraso cambiario. El dólar arriba de $ 19 se acerca en valor real a los niveles máximos del año, registrados a fines de julio, un par de semanas antes de las PASO.

   Para las empresas el escenario se empezaba a poner cuesta arriba. Al ya conocido “costo argentino” se sumaban tasas de interés muy altas que habían encarecido el crédito de corto plazo (por ejemplo descuento de cheques para financiar capital de trabajo) y un dólar cada vez menos competitivo.

   El déficit de cuenta corriente del 4,5% del PBI no es más que un reflejo de los problemas que enfrenta el “sector externo”. Adentro aparece el rojo de la balanza comercial, que este año se ubicaría en 8.000 millones de dólares, pero también el desequilibrio del turismo, que este año arrojará una salida neta récord de 11.000 millones de dólares.

   Esa salida de divisas se ve totalmente compensada por el ingreso de dólares, tanto por colocación de deuda del Gobierno nacional, provincias y empresas, pero también por las divisas que ingresan quienes buscan especular con altas tasas de interés en pesos.

   Dejar crecer esos desequilibrios mucho más allá podría volverse inmanejable y además pone en peligro la reactivación.

   El plan del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cierra sólo con crecimiento del PBI. Ya no a las “tasas chinas” como en su momento impulso el kirchnerismo, pero sí a una tasa constante de entre 3% y 3,5% anual. En la medida que se consiga ese objetivo, será más fácil reducir el desempleo y la pobreza, pero además reducir en forma gradual el déficit fiscal un punto por año. Y al mismo tiempo evitar que siga aumentando el ratio de deuda en relación al Producto.

   Se trata, por lo tanto, de encontrar un fino balance para el año que viene: bajar la inflación pero si llegar al punto de enfriar el crecimiento, porque de lo contrario todo se vuelve cuesta arriba.