Bahía Blanca | Sabado, 16 de agosto

Bahía Blanca | Sabado, 16 de agosto

Bahía Blanca | Sabado, 16 de agosto

Con el convencimiento de volver

Tenía ocho años cuando empecé a soñar con conocer Inglaterra. Usaba boina con pompón, jumper gris con corbata a rayas azules y rojas. En el desaparecido Colegio Southlands y de la mano de mis maestras de inglés --miss Betty y miss Sylvia--, viajaba por las calles de Piccadilly Circus, presenciaba rituales de Druídas celtas en Stonehenge, recorría castillos normandos y navegaba por el Támesis... sin mover los pies de Bahía Blanca.

 Tenía ocho años cuando empecé a soñar con conocer Inglaterra.


 Usaba boina con pompón, jumper gris con corbata a rayas azules y rojas.


 En el desaparecido Colegio Southlands y de la mano de mis maestras de inglés --miss Betty y miss Sylvia--, viajaba por las calles de Piccadilly Circus, presenciaba rituales de Druídas celtas en Stonehenge, recorría castillos normandos y navegaba por el Támesis... sin mover los pies de Bahía Blanca.


 Fue mucho antes de cantar las letras de Los Beatles, Queen y Sting; de leer Shakespeare y Agatha Christie y de querer enamorarme en Notting Hill, paseando por Portobello Road. También fue antes de que el cine de Mel Gibson gritara la libertad en la piel de William Wallace.


 Treinta años más tarde, elegida para participar del programa IGE (Intercambio de Grupos de Estudio) por el distrito patagónico 4930 de Rotary Club para visitar el sudeste del país, durante un mes, el sueño se hizo realidad.


 Ya desde el avión, Inglaterra impresiona por su verde.


 Dios no sólo salva a la "reina", sino que le riega sus plantas. La lluvia es la protagonista del extraño clima al que los británicos se acostumbraron tanto que difícilmente salgan sin paraguas.


 El destino elegido eran los condados de Surrey, East Sussex, West Sussex y Kent, todos a hora y media de viaje, como máximo, de la mítica capital londinense.


 Ya a 40 kilómetros de Londres, el paisaje se vuelve rural, con grandes extensiones de praderas de cultivo y pastoreo de sus ovejas y vacas.


 Se puede pasear por cualquiera de estas extensiones, como hicimos entre Redhill y Horley, por los publics foothpaths: senderos trazados gracias al legado romano del derecho de "servidumbre de paso" que atraviesan o bordean los campos y las propiedades, pasan por tupidos bosques y permiten sacar a pasear el perro por un túnel de verdes arboledas.


 "Si no les gustan las escaleras, no les van a gustar los castillos", advirtió John Penny, rotario y "compinche" del grupo argentino.


 Estábamos entrando en el castillo Arundel, uno de los pocos aún habitados por la realeza e intacto desde 1138.


 Contiene reliquias, como retratos del pintor Van Dyck, tapices, relojes y objetos históricos, entre los que se encuentran el rosario y el libro de oraciones que usó María, la reina de los escoceses, antes de su ejecución, en 1587.


 Entre la historia de sus muebles cuentan que el rey ordenó construir, a propósito, sillas verdaderamente incómodas para instalar en la sala de espera, cuando no quería recibir visitas.


 Continuamos el viaje por angostos caminos --¡conduciendo por la izquierda!-- y pasando por sus granjas, sus praderas y sus hermosos pueblos.


 También, por una vasta parte del territorio que fue escenario de grandes e históricas batallas.

Detenidos en el tiempo




 Chichester, capital del Sussex Occidental, es bellísima.


 En la pequeña iglesia del puerto de Bosham podemos
encontrar el Tapiz de Bayeux: un gran lienzo bordado, pieza única del arte del siglo XI, que relata los hechos entre 1064 y 1066 de la conquista de Inglaterra por los normandos y del transcurso de la decisiva batalla de Hastings.



 Precisamente, en su pequeña cripta, el rey rezó antes de partir hacia el frente.


 Cuando uno ingresa a los castillos o palacios ingleses, parece que el tiempo no hubiera transcurrido.


 En los jardines West Dean Edward James --millonario, poeta, escultor y mecenas de Dalí, entre otros-- creó un colegio de referencia mundial de la conservación, las artes, la artesanía, la escritura, la orfebrería, la relojería, la jardinería y la música.


 Instalaciones enclavadas en un bellísimo jardín de 2.500 hectáreas dotado de flores, frutas, verduras y plantas se encuentran en las diferentes áreas temáticas.


 Buena oportunidad para fotos, un paseo romántico, un picnic con sandwiches de queso y pepino y té helado o una gaseosa derivada de la flor elderflower (una florcita silvestre blanca, de la familia del sauco).

Todos al templo




 La Catedral de Chichester, fundada en 1075, es la única medieval en Inglaterra con un campanario separado. También es la única que puede verse desde el mar.


 Cuentan los lugareños que la ciudad, a pesar de que conserva dos grandes calles transversales establecidas por los romanos, siempre ha sido lo suficientemente pequeña como para que toda su población pudiera ingresar a la Catedral.


 Cerca, en Fishbourne, está el Palacio Romano, o al menos los restos de lo que se presume lo fue en el siglo I A.C.


 El guía cuenta que los vecinos encuentran restos romanos cada vez que remueven la tierra de sus patios a medio metro de profundidad.


 Sobre sus pasarelas, el mismo arqueólogo, chistoso él, contará lo que deducen de los mosaicos originales blancos y negros, incluyendo el Cupido, perfectamente conservado en el ala del norte.


 Hacia el sur, las playas se transforman en la verdadera vedette.


 En el este, Brighton es una ciudad rebosante de energía y vida nocturna y de excéntricas "historias de la historia".


 Cuando nos invitaron a tomar un café en el parque Royal Pavillion, pensamos que lo más interesante serían las ardillas, que usaban las sillas del parque como trampolín para trepar a los árboles.


 El asombro fue al llegar al palacio real Royal Pavillion, edificado a principios del siglo XIX por el rey Jorge IV. Su estética es un cruce delirante de estilos asiáticos: estando de moda en aquellos tiempos este estilo, el rey mandó construirlo con minaretes y otros detalles otomanos, mientras que el interior lo decoró enteramente con elementos chinos que encargó a decoradores que jamás habían estado China.


 Lo cierto es que resulta sobrecogedor.


 Su inmenso comedor, con gigantescas lámparas decoradas con llameantes dragones y una verdadera selva de motivos florales quita la respiración al visitante.

De todo un poco




 Hacia el oeste, otras ciudades costeras como Eastbourne, Worthing y Hove comparten el paisaje costero con sus muelles tipo espigón, llamado "piers", de madera o hierro, donde se pueden encontrar artistas, diversiones, pabellones de máquinas tragamonedas, tiro al blanco, teatro de variedades, atracciones de feria, restaurantes, etcétera.


 En la misma costa visitamos Portsmouth.


 Si bien la ciudad dejó de ser un puerto militar, la mayoría de las atracciones turísticas están relacionadas con su historia naval: los museos del Día D y de la Marina Real, y el astillero donde se encuentra el barco HMS Victory, buque insignia de la armada británica capitaneada por el famoso Almirante Nelson que pasó a la historia cuando enfrentó la armada napoleónica, en la Batalla de Trafalgar, en 1805.


 Portsmouth es visita obligada a la Torre Spinnaker (llamada como la vela globo de embarcaciones a vela).


 La torre, de 170 metros, es la edificación más alta en Europa y cuenta con un piso de vidrio desde donde se puede observar el interior y caminar sobre él con la extraña sensación de estar en el aire.


 Posee un enorme vidrio cóncavo que ofrece una magnífica vista panorámica de 180 grados del puerto, la costa sur y la Isla de Wight.


 Estas vistas abarcan más de 37 kilómetros de distancia y resultan impresionantes durante el día y de noche con un fastuoso espectáculo de luces.


 En Surrey, dos ciudades son para recomendar a los viajantes que deseen pequeños tesoros en pequeños pueblos: Godalming y Guildford.


 La primera, votada recientemente como el cuarto mejor lugar para vivir en el Reino Unido, se encuentra a orillas del río Wey y por él se puede navegar en pequeñas barcazas de madera que recuerdan las épocas del siglo XVII, cuando transportaba la madera con destino los molinos de papel.


 En la misma ciudad vivió Churchill y se puede ver un memorial en honor a John Phillips, telegrafista del Titanic y reconocido porque, mientras el barco se hundía, él siguió enviando mensajes de ayuda.

De frente a los fantasmas




 Guildford, capital de Surrey, es un pueblo lleno de movimiento con numerosas tiendas y grandes almacenes.


 Si poco se sabe de la ciudad, un original recorrido será el "Tour de los Fantasmas": un paseo por las calles, recovecos y edificios más importantes de la ciudad, condimentado con relatos de aparecidos, ánimas que acechan vivos y almas en pena que siguen rondando.


 Tanta recorrida genera sed y apetito.


 Cualquier bar encierra una historia.


 Me quedo con el de Beachy Head, un edificio del 1600 en cuyo frente se observan incrustaciones en madera de Jorge y el Dragón, provenientes de una nave que naufragó frente a sus acantilados.


 Adentro hay que probar la cerveza inglesa, no tan rica ni helada como la nuestra.


 Se puede comer muy bien, por siete libras (unos 42 pesos) unas papas rellenas (jacked potato), las papas fritas con pescado o el Ploughman's lunch (almuerzo del labrador, en inglés), consistente en trozos de queso cheddar, stilton o en cualquier otro local, encurtidos, un trozo de pan y manteca.


 Ingesta, esa, que nos puede proveer de energía suficiente para visitar los acantilados de tiza que rodean el mar en Birling Gap y maravillarse con el contraste del mar celeste.


 Mi viaje por el sur inglés concluye tomando algo en el East Beach Café en Littlehampton.


 Admirado o polémico, es una estructura apaisada de aspecto "entre extraño y familiar, como un trozo de madera desgastado que la corriente ha arrastrado a la orilla", como sugiere la web del local.


 Su cubierta estriada, que actúa a la vez como piel y estructura del edificio, está fabricada a partir de un solo armazón de acero que envuelve todo el espacio exceptuando la cara frontal, abierta al mar a través de una cristalera.


 Para algunos, un adefesio que estropea el paisaje del mar celeste que mira a Francia. Para otros, reminiscencias de Guggenheim.


 Para mí, fue la última postal inglesa que registró mi retina, antes del viaje a casa, con el corazón lleno de alegría, por el sueño cumplido, y la absoluta certeza de saber que volveré.