Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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PUEBLOS QUE TODAVIA LATEN/ Hoy: Yutuyaco

Ese monte que recuerda un pasado diferente DAVID ROLDAN "La Nueva Provincia" Teníamos la idea de llegar a Yutuyaco desde Rivera. Según el mapa, debíamos transitar unos kilómetros hacia el norte, dejando el camino de tierra que une con Villa Mazza, para desviarnos a la derecha. Sin embargo, a pocos kilómetros de Carhué por la deteriorada ruta 60, rumbo, precisamente a Rivera, nos llamó la atención un cartel. Nos marcaba, a la izquierda, Tres Lagunas (5). A la derecha, Yutuyaco (22) y Leubucó (37).

Ese monte que recuerda un pasado diferente


DAVID ROLDAN
"La Nueva Provincia"










 Teníamos la idea de llegar a Yutuyaco desde Rivera. Según el mapa, debíamos transitar unos kilómetros hacia el norte, dejando el camino de tierra que une con Villa Mazza, para desviarnos a la derecha.


 Sin embargo, a pocos kilómetros de Carhué por la deteriorada ruta 60, rumbo, precisamente a Rivera, nos llamó la atención un cartel. Nos marcaba, a la izquierda, Tres Lagunas (5). A la derecha, Yutuyaco (22) y Leubucó (37).


 Abandonamos el pavimento y allá fuimos.


 El primer tramo de tierra, encajonado, en algún momento se transforma en un tobogán.


 Apuntamos al norte. Suponemos que nos deslizaremos hasta terminar en medio del lago Epecuén que, se ve a lo lejos, manso y plateado por el sol de la mañana.


 Es más, llegamos a pensar que en ese inusitado crecimiento de sus niveles que tuvo cuando las inundaciones de 1985, terminó cortando el camino.


 No es así. Poco antes, el camino vecinal dobla hacia la izquierda.


 Los primeros tramos son anchos, con campos productivos a ambos lados y, de tanto en tanto, densas y añosas arboledas que marcan el acceso a grandes estancias.


 Después, a medida que avanzamos, el camino se va transformando en una huella marcada y remarcada por el paso de los pocos vehículos que uno suponen deben transitar por allí.


 ¿Quién, sino alguien que tiene que ver con esas explotaciones agropecuarias utilizará esa vía?


 Quizás, muy pocos.


 Nosotros fuimos decididos a buscar Yutuyaco, extraño nombre, entendíamos, que hasta tiene cierto ritmo al pronunciarlo.


 La base del trayecto comienza a ser arenosa y el auto, por momentos parece que se va a quedar, pero avanza.


 Pablo le ha tomado la mano a la traza, cuidándose de no apartarse de las dos guías terrestres que se ven.


 De pronto, empezamos a ver, cientos de cardos rusos, que se desprendieron y rodaron, hasta quedar atrapados contra los alambrados.


 Dónde, sino en la arena, nacen, crecen y evolucionan hasta secarse.


 Después, el viento aprovecha su escasa raíz, los desprende y se entretienen, haciéndolos rodar.


 Cuándo, sino en épocas de sequía, se reproducen.


 Este ha sido complicado en el distrito de Adolfo Alsina.


 Por eso, están otra vez los cardos, apilados o, de tanto en tanto, estacionados sobre la misma huella, obligándonos a detener el auto y correrlos, para seguir...

***






 Transcurridos 18 kilómetros desde la ruta, con Pablo empezamos a adivinar dónde estará Yutuyaco.


 Vemos, en el extremo del camino, un denso monte de eucaliptus.


 ¿Será allí?, nos preguntamos.


 Parece que sí.


 Unos metros antes el camino mejora, aunque no faltan pozos. ¿Cuánto hará que no pasa una motoniveladora? Quizás, bastante tiempo.


 Allá está Yutuyaco.


 Lo delata la presencia, a la derecha, de tres o cuatro galpones del ferrocarril.


 Enfrente, el monte.


 ¿Quién vivirá allí?, resulta otra pregunta obligada


 Todo parece silenciado desde hace muchos años.


 Sin embargo, teníamos un dato: que aún vivía allí una veintena de personas, pero...


 En el patio inmenso de la primera casa que hallamos, sobre la izquierda del acceso, vemos un chico.


 Hay gente.


 El monte no está solo.

***






 Avanzamos un poco más y advertimos restos de una vieja construcción; otra casa más y, después de atravesar la vía, un perfil blanco, que, entendemos, es el referente más importante del pueblo: la escuela.


 Está cerrada. ¿Habrá clases?


 Nadie nos puede dar una respuesta.


 El lugar está desierto.


 No nos queda más remedio que recorrer un poco el lugar.


 Advertimos, en una esquina, una vivienda de blancas paredes y aberturas color verde.


 Golpeamos las manos. Nos reciben, molestos, varios perros.


 Volvemos a golpear, hasta que una mujer se asoma y se acerca.


 Le comentamos la idea de saber sobre el pueblo y nos invita a pasar al comedor.


 "Yo mucho no les puedo contar de aquí...", advierte.


 --Pero... ¿cuánto lleva viviendo en Yutuyaco?


 --Y... unos treinta años...


 --¿Le parecen pocos?


 --Mi marido vivió más. Llegó de muy chico.


 --¿Dónde está él?


 --En el campo. Vuelve al mediodía para el almuerzo.


 Julia nació en Rolón. Su padre, que después se fue a Guatraché, se casó dos veces. Tuvo 11 hijos (6 y 5) y ella nació del segundo matrimonio.


 Un día, en Rivera, conoció a Carlos Humberto Compagnucci, su actual marido y se casaron.


 De inmediato se vinieron para Yutuyaco.


 "Aquí vivían mis suegros que tenían campo. Con los años se fueron a Rivera y nosotros nos hicimos cargo", apunta.


 Se va y vuelve con su libreta de casamiento.


 Ratifica que se casó en 1970, el 9 de octubre.


 Julia recuerda, con nostalgia, que en Yutuyaco había dos almacenes, un hotel, panadería, carnicería y otros comercios.


 "De este lado de la vía" (hacia el norte, donde ellos viven) era más grande...", asegura.


 Y evoca al tren de pasajeros, que tomaba en la estación, para ir a La Pampa a visitar a sus familiares.


 --¿Cuántos llegaron a ser aquí?


 --Algunos hablan de más de 200...


 --¿Hoy, cuántos habitantes quedan?


 Saca la cuenta: 3 en su casa, 1 allá, 4 del otro lado, 1 más en otra esquina, otros 3, cerca, y 6 de la familia que atiende el tambo.


 --¿Sólo 18?


 --Y... sí.

***






 Nos vamos, con la promesa de volver, cuando aparezca Carlos.


 Cruzamos la vía y nos dirigimos a la aquella casita, donde vimos al chico.


 Golpeamos las manos.


 Se acerca un hombre, desconfiando de nuestra presencia.


 Nos presentamos. Su rostro no cambia.


 "Bueno, podemos hablar, pero no aquí. Hace frío. ¿Quieren pasar?, pregunta Oscar Prost (36) y abre la puertita de tejido.


 En la cocina están su mujer, Lorena, (30) y los dos hijos, Florencia (11) y Fernando (9).


 "Hacete unos mates, por favor...", le reclama Oscar a su esposa.


 El agua de la pava toma temperatura sobre el hierro de una cocina a leña. Sobre otra hornalla, en una olla se calienta aceite. Ella está preparando al almuerzo de los chicos, que se alistan para el colegio.


 Cuenta Oscar que su padre llegó desde La Pampa a trabajar en este lugar y aquí se radicaron. Fueron seis hermanos y sólo él se quedó.


 "El trabajó en el campo y también arregló caminos con una máquina de la municipalidad", recuerda. Ya no vive.


 --¿Usted pudo hacer la primaria?


 --Sí, pero después... tuve que trabajar.


 Admite que le gustaba estudiar, pero las cosas se complicaron y abandonó los libros.


 --¿Qué vocación tenía?


 --Hubiera querido ser doctor...


 Hoy la familia de Oscar vive en la modesta casa de sus padres.


 Entre mate y mate, nos cuenta otras cosas. Sentimos calor de hogar y la cocina su cuota.


 "El pueblo se ha venido a menos..." admite.


 Nos da un claro ejemplo.


 "En esta cuadra había 5 viviendas. Hoy sólo quedamos nosotros...", dice.


 Coincide en que la falta de trabajo en los campos atentó contra la vida del pueblo.


 "El chacarero chico ha desaparecido. Sobreviven las grandes estancias", afirma.


 Y, de los pocos productores "chicos" que subsisten, la mayoría arrienda el campo y se va al pueblo.


 Oscar trabaja en los galpones que eran del ferrocarril, alquilados a la firma Roberto Vázquez, de Salliqueló.


 Palea cereal y también hace mantenimiento.


 "El trabajo grande se da en época de cosecha", admite.


 Décadas atrás, cuando el trigo se embolsaba, cientos de obreros llegaban de todas partes.


 "A mí me contaron que Yutuyaco llegó a tener 700 personas", admite.


 --¿Cómo se conocieron con Lorena?


 --Fue en el almacén, en una guitarreada. Ella venía de Salliqueló como solista.


 Aparecen otras historias, todas matizadas por un pasado más floreciente, con algún simpático cuento en el medio.


 Los chicos deben irse a la escuela.


 Pablo retrata a toda la familia en la parte de atrás de la casa.


 --¿Se quedarán aquí, Oscar?


 --Y... aquí tengo trabajo, pero los chicos necesitan estudiar...


 No parece muy convencido de irse. Ella no opina.


 "La tranquilidad de aquí vale oro...", coincide el matrimonio.


 No caben dudas.

***






 Volvemos a lo de Compagnucci.


 Nos recibe Carlos Ariel, uno de los hijos. El otro, Darío Leonardo, quedó en el campo.


 --¿Está tu padre?


 --Ya viene, fue allá... ¿ve? A unos 250 metros, para hablar por teléfono...


 --...


 --Es que allá el celular "agarra". Aquí no y el teléfono fijo hoy no anda...


 Carlos tiene 67 años y desde los 7, está en Yutuyaco.


 Su padre llegó al lugar, compró un campo y se quedó.


 Admite que el pueblo tuvo tiempos mejores.


 "De todas formas, yo escuchaba a mi padre, que anticipaba que estos pueblos se iban a terminar... Y así fue", evoca.


 --Pero las tierras son buenas...


 --Sí, aquí "viene" cualquier cosa, aunque ya no se puede competir.


 --No me diga que también aparecieron los "pools" de siembra...


 --Por supuesto. El tema es que cuando uno quiere arrendar un campo, ellos siempre pagan más. Encima, la carne (de vaca) hace tres años que vale lo mismo...


 --¿Hay gente que quiere venir a trabajar?


 --No se consiguen peones. Antes, al menos, el hijo aprendía del padre. Con los años, los hijos se fueron, los padres envejecieron y terminaron vendiendo o arrendando.


 --¿Y usted, qué piensa hacer?


 --Con mi mujer a fin de este año o el próximo nos iremos Rivera, donde tenemos una casita. Quedarán los hijos con el tambo y el resto de los campos. Nuestro ciclo ya terminó.


 Comienza la tarde. El viento del Este está fresco, pero el sol entibia. Julia y Carlos se fotografían frente al tambo.


 "Lástima que vinieron ahora. En la primavera, esto es un vergel", dice ella.


 Algún día volveremos. Lo prometemos.

***






 La escuela 36 luce hermosa. El edificio tiene apenas 25 años. Es cómodo y cálido.


 Griselda Castello es directora desde 2001. Siempre fue maestra rural y recorrió varios parajes más de esta región.


 Cuando la nombraron no tenía referencias de Yutuyaco. Ni siquiera conocía el camino.


 "Fue un año de inundaciones. A veces nos traían en tractor o por la vía", recuerda.


 Hoy tiene 8 alumnos. Tres son del pueblo y el resto del campo.


 La matrícula este año se mantuvo, pero viene decayendo.


 Griselda nació y se crió en la zona rural. Ama el campo y desarrolla muchas actividades con sus alumnos vinculadas con estas labores.


 --¿Cómo son los chicos?


 --Curiosos, pero tranquilos... Trabajan mucho y se ayudan entre ellos.


 En la sala de al lado, está María de los Angeles Paultroni. Viene de Leubucó, a 15 kilómetros. Atiende el SEIM (jardín).


 Hoy sólo tiene 5 chicos que atender. Fueron muchos más.


 Lleva dos etapas en el establecimiento, pero cuando llegó, en 1997, recuerda que aquí había negocios, carnicería y hasta peluquería.


 Ambas, Griselda y María de los Angeles, se sienten felices en Yutuyaco, aunque, uno advierte que se silencian su voz cuando les preguntamos por el futuro del pueblo...


 No es para menos.

***






 Antes de marcharnos, pasamos por la estación de ferrocarril. Está ocupada por un matrimonio. Las vías, junto al andén, brillan. El tren de carga pasa, cada tanto, y los galpones se usan para almacenar trigo.


 Oxidados, aun sobreviven los carteles que anuncian la llegada de los convoyes a este lugar.


 La última recorrida por el pueblo, nos permite observar, de cerca, los restos de dos almacenes hoy abandonados, la fonda donde hacían comidas para llevar, los que queda de la segunda escuela y sólo paredes del viejo club, entre otros vestigios del ayer.


 Todo ha sido invadido por las plantas. Vemos que van y vienen ovejas, gallinas y cerdos en buscan de sustento natural.


 La maleza avanzó a su antojo. Lo que en otros tiempos fueron calles hoy dibujan huellas.


 Hasta la carrocería desmantelada de un "Rastrojero" vio crecer, en su interior, un enorme árbol.


 Nos cuentan que de los pozos surge agua buena, que tienen energía eléctrica, pero que no hay gas, ni un lugar donde comprar lo imprescindible para subsistir o recibir la más simple asistencia médica.


 Para todo está Rivera, pero a 25 kilómetros y por tierra.


 Nos da la sensación que pocos saben o se acuerdan que allí, en Yutuyaco, hay vida.


 Que aún permanecen 18 almas que todos los días se esfuerzan por no marcharse y, aunque sea, disfrutar, en silencio, de ese monte que recuerda un pasado diferente...





CUENTAN QUE...

...en 1908 fue inaugurada la estación de ferrocarril.
...al año siguiente, Lucas Torres, propietario de la estancia Epumer, desde 1880, realizó el primer fraccionamiento de tierras, por lo que 1909 se toma como año de fundación.
...Torres llamó al loteo Villa Epumer, igual que su estancia y una pequeña laguna de la zona.
...en los años 40, como Epumer también era el nombre de una colonia de La Pampa, el poblado pasó a denominarse Yutuyaco, como la estación ferroviaria.
...este vocablo de origen quechua puede traducirse como "bebedero de las perdices".

245

kilómetros separan a Yutuyaco de Bahía Blanca.