Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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El último acuerdo entre dioses

   Un año para un adios de todos, a todos, en cada cancha. Una despedida y el final. Pacto divino.

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   Diego volvió a la Argentina luego de vivir por años en tierras ajenas y extrañas, entre arena y camellos, entre jeques y una vida sin tono. Volvió para dirigir a un equipo chico, de La Plata. El último de la tabla, casi condenado al descenso.

   Un año le dio el Creador. Un año para que con paciencia y constancia se despidiera. Recorrió todas las ciudades, visitó todas las canchas. La gente lo ovacionó sin pudor y sin rencores. Le construyeron tronos, le dieron regalos, le rindieron honores. Un año fue de cancha en cancha. Se despidió de todos, cada semana, sintió el cariño.

   Un año le concedió Dios para una despedida que nunca hubiese ocurrido de no mediar ese banco técnico. Cumplido el año, tuvo dos meses de gracia. La mañana del último día se sintió peor que nunca. Con una angustia superior a cualquier manejo. Pidió estar sólo. En una casa ajena y desconocida, sin ninguno de los suyos. Se acostó, miró el techo de la habitación, verificó que no tenía los agujeros de su casa de Fiorito. Si llovía no se mojaría. Cerró los ojos más tranquilo y dejó descansar a su corazón. La angustia dejó de ser.