Biblioteca al Paso en Dorrego: El Árbol del Cielo festejó sus 4 años
La propuesta de crear este espacio en una estación de ferrocarril abandonada tuvo gran aceptación en la comunidad y hoy es uno de los sitios más reconocidos como lugar de encuentro y de arte. En su emblemática esquina suceden cosas “mágicas”.
Licenciada en Comunicación Social egresada de la Universidad de La Plata. Docente en nivel superior. Redactora de La Nueva desde 2010. En LU2 Radio Bahía Blanca tiene la columna "Buenas buenas" y se desempeña como redactora creativa. Es especialista en cubrir historias humanas de superación. Además, es profesora de yoga.
Pasaron cuatro años de aquellos primeros bosquejos en carbonilla sobre las paredes de la vieja estación abandonada de Coronel Dorrego. Trazos que indicaban adónde se iban a colocar los muebles de esta biblioteca al paso y que también eran la marca de un sueño que comenzaba y que ya tenía un nombre: El Árbol del Cielo.
En este tiempo, el proyecto creció, se modificó, sumó voluntades y abrazó a quienes se acercaron a la biblioteca ya fuera a buscar un libro, a participar de una charla, una lectura o a disfrutar de un encuentro comunitario con anclaje en el arte y todas sus vertientes.
Sus protagonistas, tanto las promotoras del espacio como quienes la visitan, son quienes sostienen la continuidad, la reconocen y construyen su identidad desde los aportes cotidianos.
El cuarto aniversario no pasó desapercibido y se festejó con una mateada comunitaria en la propia biblioteca, al aire libre.
Silvia Palacio, parte del equipo, comentó que pese a que el evento se hizo en un día muy frío poco a poco se fue abrigando con la compañía de grades y chicos que se acercaron con cuentos, adivinanzas, juegos, música y ganas de compartir.
“Las fotos colgadas en el cordel nos recordaban los momentos vividos en estos cuatro años. La biblioteca desde sus comienzos fue creciendo con el granito que cada uno aportaba y los momentos que se viven en esa esquina siempre resultan mágicos”, agregó.
Lidia Valenzuela, vecina de Dorrego, reflexionó sobre el lugar que este proyecto ocupa en su vida.
“Amo los libros. Son refugio para la familia y para mí. He sentido a la biblioteca al paso El Árbol del Cielo como un hogar para la literatura. Allí hemos compartido historias para adultos en las noches de verano y dramatizaciones y cuentos infantiles con mis hijos y nietos en las tardecitas de los miércoles”, contó.
“Asistí a la presentación de libros y participé de eventos artísticos. La celebración de la Pacha Mama también fue un momento emblemático comunitario. Siempre es una alegría estar allí y generar reuniones amorosas”, señaló.
Diana Guzmán, parte del equipo de este espacio desde sus inicios, comentó que el proyecto siempre le pareció muy interesante, lúdico y con capacidad de sorprender.
“Estoy colaborando con mucho placer. Regalar belleza a cambio de sonrisas y ternura ¿qué más se podría ofrecer? Hemos compartido momentos mágicos junto a los libros, las palabras y a los cuentos”, agregó.
“Cuando puedo sumo canciones junto a mi guitarra y me llena de gozo participar en los encuentros. Siento mucha gratitud”, añadió.
Rosana Polinesi, también miembro del equipo, subrayó que en época de celulares y de inmediatez esta biblioteca en pleno espacio público es como un “milagro”.
“Es un espacio que invita a parar para volver a ubicarse, que invita a habitar otros suelos y otros cielos. Es una esquinita de sol en que las letras se abrigan y donde siempre hay alguien”, mencionó.
Contó que cada vez que pasa por allí descubre a niños que recorren páginas o gente que está sentada en los coloridos bancos.
“Eso me llena el alma y me dice que hay que seguir, que vale la pena”, dijo y compartió sus deseos para dentro de cuatro años: “que el espacio esté, que siga bello, que siga habitado y que siga transformado por distintos libros, páginas y gente”.
Por su parte, la escritora Laura Forchetti, otra de las promotoras e ideóloga de la biblioteca, comentó que al ser un espacio tan libre y tan horizontal nunca saben qué va a suceder en cada evento más allá de lo organizado: si la gente va a concurrir y con qué inquietudes o propuestas.
“Desde el equipo nos ponemos de acuerdo, pero hay mucho espacio para lo que aparezca. Cada evento me deja una sensación de alegría, una sensación luminosa”, apreció.
“Para este aniversario, pedimos que las personas trajeran un regalo. No algo material sino más bien simbólico, espiritual. El regalo es tiempo, ese ratito para compartir algo. Y aparecieron cuentos, poesías, historias, adivinanzas, juegos, música, caramelos y tortas”, comentó.
Opinó que la mayor fortaleza de la biblioteca está en las ganas que hay siempre de juntarse, en la confianza de que todo va a salir bien y en que desde sus inicios la gente de Dorrego se apropió del lugar.
“Es mucho el trabajo de las escuelas, de todos los niveles y modalidades de educación. Todos en algún momento hicieron algo en la biblioteca. Es reconocida como un espacio comunitario y de libertad donde por supuesto están los libros, el corazón de la biblio”, señaló.
Los que más circulan, y los que más cuestan que estén de regreso, son los libros de literatura para infancias. Más allá de que desde el equipo desearían que la circulación fuera más dinámica y efectiva, también valoran que haya ganas de leer.
“Nuestro sueño es que la biblio siga siendo ese lugar de encuentro para conversar, para contarnos cosas, leer, mirarnos a los ojos y compartir un momento de alegría, música y palabras en un lugar público, en la calle, un lugar que nos pertenece”, concluyó Laura.
Proyecto en marcha. Este año se cumplen 100 años del nacimiento del reconocido poeta dorreguense Roberto Juarroz y en la Biblioteca al Paso ya se realizaron actividades en su homenaje porque además se cumplieron en marzo los 30 años de su fallecimiento. La biblioteca se llama El Árbol del Cielo, justamente, en honor a este poeta y a su infancia transcurrida en Dorrego.
Juarroz, de niño, vivió con su familia en la casita de la estación y cada vez que, ya siendo un adulto, regresaba a este sitio, recordaba los momentos que había pasado con a su mamá en una hamaca que estaba colgada de un árbol. Con el tiempo, el poeta descubrió que ese preciado árbol tenía un nombre muy particular y se emocionó al conocerlo: era un Ailanthus altissima, o "Árbol del cielo".