Bahía Blanca | Miércoles, 08 de mayo

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“Todo gira en torno a Malvinas. Es la pecera que le da sentido a mi vida”

El VGM Guillermo De la Fuente encontró un formato resiliente tras regresar de las islas el 21 de junio de 1982. Una historia que se inició en la Policía Militar, pasó por los Estados Unidos y hoy transita en la dirigencia.

El VGM, conscripto de la Policía Militar en 1982, Guillermo De la Fuente, en el archivo histórico de La Nueva. / Fotos: Pablo Presti-La Nueva. y gentileza Flia. De la Fuente

Marzo se convirtió, desde 1983, en el mes más difícil de transitar. El que lo saca de cauce (aunque navegue en el mismo río) y el que lo pone a prueba (como si no las hubiera atravesado), pero que, paradójicamente, lo fortalece.

Guillermo De la Fuente, Veterano de Guerra de Malvinas (VGM) como conscripto de la Policía Militar de Bahía Blanca, que llegó a las islas el 4 de abril y que regresó al continente 7 días después de finalizado el conflicto, lo vuelve a explicar (para quienes no lo conocen).

“No sabía de qué se trataba, pero sí que era el mes de la víspera del 2 de abril. Me exacerbaba, me aceleraba y sinceramente no sabía dónde iba a terminar. Hasta que un día decidí hablarlo con profesional médico, con un psiquiatra”, dice.

“Si bien hoy todo está mucho mejor, no puedo dejarlo en el olvido. Bueno, ya terminamos marzo y pasó el 2 de abril”, advierte. Y apenas sonríe. No lo dice, pero se acerca el 2 de mayo, otro símbolo representado en el día del hundimiento del crucero ARA General Belgrano, que se llevó 323 víctimas de las 649 del total (de argentinos) del conflicto con el Reino Unido.

“¿Cómo lo controlo? Mi vida siempre gira en torno a Malvinas; siempre. ¿Entendés? Es que comprendí, no de un día para otro, que dejé un pie en el muelle de Puerto Argentino. Mi sombra se mantiene allá y entiendo que esa es la impronta de casi todos los veteranos”, relata.

“Cuando fui a la guerra no sabía en qué isla estaba Malvinas, no había escuchado la marcha ni nada. Por eso nos encomendamos en estos años a trabajar para que, por ejemplo, en todas las rutas argentinas haya un cartel que diga ‘Las Malvinas son argentinas’ y, en algunos casos, la distancia desde cada lugar a Puerto Argentino. Y también porque uno vive con culpa: ¿Por qué volví? Bueno, acaso sea para asistir a los compañeros de la guerra que no la estén pasando bien y por eso los tenemos que traer (sic)”, agrega.

La llegada a Malvinas, a las 11 del 4 de abril de 1982. De la Fuente es el sexto (parados) desde la izquierda.

En este sentido, las acciones llegaron lejos (más allá de Bahía Blanca).

“Participé en muchas manifestaciones en estos últimos años, ya que nunca teníamos respuestas. Una vez, en uno de los reclamos frente al Ministerio de la Defensa, en Buenos Aires, me comí (sic) un escudazo de la policía. ¿Reclamando qué? Por la ley 24.310 (NdR: pensiones graciables) de reconocimiento médico, donde dice que la Fuerza nos tiene que convocar a una junta para evaluar las consecuencias emocionales de la guerra”, indica.

Armando una trinchera en la mañana del 1 de mayo de 1982, cuando se produjo el mayor ataque británico a Puerto Argentino.

“Oportunamente yo me la hice, pero la pedíamos para todos. El estudio me dio un 11,5 % de discapacidad, pero cuando lo leyó mi psiquiatra me comentó que, por lo menos, me tendrían que haber dado el 45 %. Y no porque sea un tipo violento o algo parecido. ‘Guillermo, vos desayunás, almorzás, merendás y cenás con Malvinas. Y te vas a dormir y soñás con Malvinas’, me dijo”, recuerda.

—Infiero que en función de los actos de homenaje por tu rol dirigencial todo se magnifica…

—Es que, en realidad, vivir en esa pecera le da sentido a mi desarrollo personal.

La salud y la mente (CVGM)

Desde su cargo de presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Bahía Blanca, De la Fuente trabaja en un programa de salud mental para quienes participaron en el conflicto.

“Ahora estamos armando un encuentro en Mar del Plata. Ya no podemos hacer un partido de fútbol porque nos rompemos todo, pero nos encontraremos con nuestros seres queridos”, expresa.

Con sus hijos David (izq.) y Andrés, en una imagen de la última semana. Hoy, se trata de una relación fortalecida.

“La idea de integración se ha intensificado porque cada uno de nosotros, los que hemos militado durante este tiempo, dejamos a la familia de lado y eso afectó, según mi opinión, nuestra capacidad de expresar emociones”, dice.

“Lo hablé con mis hijos (Andrés, de 36 y David, de 34) el año pasado. Y tuve que decirles: ‘Disculpen, nunca les dije que los quería porque estaba ocupado con la causa rescatando compañeros y me olvidé de que los tenía a ellos. Es un tema jodido”, añade.

Fines de los ochenta, en las primeras acciones solidarias de los VGM. Aquí, en la plaza Tambor de Tacuarí tras sembrar los primeros árboles. De la Fuente aparece a la izquierda.

“Te cuento una anécdota. Un día le digo a David, quien es el director del Coro de Jóvenes de Bahía Blanca y toca el saxo en nuestra banda Los Malvineros: ‘¿No me acompañas a abrir el acto de Malvinas? Fue alrededor del año 2000. Y me respondió, sin rencores ni algo semejante: ‘Me encanta que vayas y disfrutá de esos momentos, pero yo a Malvinas no le debo nada. ¿Sabés por qué? Porque Malvinas se llevó a mi papá’. Ahí lo entendí”, comenta.

Pasaron cosas entonces. Y la música hizo un trabajo contemporizador. Hoy, David acompaña a los VGM; incluso, a veces, en la misma vigilia de la noche del 1 de abril en la plaza de la intersección de Cuyo y La Falda.

Con el grupo Los Malvineros, otra forma de ponerle música a la vida. Federico (izq.) y Hugo Castro (VGM); David y Guillermo De la Fuente y Gustavo Corvalán, el 2 de abril de 2022.

De la Fuente nació en José León Suárez, en el partido de San Martín (AMBA), pero sus padres Amaro y Nidia (ya fallecidos) se instalaron en Bahía Blanca cuando él tenía 13 años. Dos de sus hermanos, Fernando (58) y Analía (55), viven en nuestra ciudad y Andrea (52) en Buenos Aires. En Bahía Blanca se casó con Rosana y tienen dos hijos.

“Con Andrés salimos a navegar y compartimos otras cosas. A él le gusta más la aventura”, distingue.

El regreso (agosto)

Tras la vuelta de Malvinas, De la Fuente siguió en la Policía Militar hasta la baja definitiva del 20 de agosto de 1982.

“Cuando llegué de las islas tenía dos deseos: comer y dormir. En la colimba había perdido 32 kilos y sólo dormía cuatro horas por día”, cuenta.

“Los primeros 6 meses fueron los más oscuros de mi vida. Oscurísimos. Tomaba mucho y no hacía casi nada. El Guillermo de día era muy diferente al Guillermo de noche. Pero algo pasó para que refrescara un espíritu solidario que venía desde la cuna, ya que mi padre, que trabajaba en Gas del Estado y en un traslado terminamos en Bahía Blanca, tenía una impronta social y cultural relevante y, además, militaba en los gremios y en Tacuara. Todavía tengo los discos que en casa se escuchaban de (José) Larralde, de (Jorge) Cafrune, (Roberto) Rimoldi Fraga, de (Horacio) Guarany. Esa mirada de asistir al otro, al compañero de Malvinas que no la estaba pasando bien, viene de ahí”, admite.

El reflejo de los actos del 2 de abril de 1989. Era una etapa diferente para los VGM.

“Un día vino El Vasquito (Miguel) Irastorza y me comenta que no puede ser que no nos conozcamos si estuvimos en Malvinas. Y le dije: ‘Lo que pasa es que pertenecemos a distintos grupos sociales’. Y ahí nos empezamos a juntar y a sumar veteranos con la idea de formar un centro. Entre otros estuvo Alejandro Meringer; fue por el 84 u 85”, indica.

Por entonces, los horarios a cumplir ya eran parte de sus rutinas.

“Empecé a trabajar en Techint. Y luego en Francano, que era de mi suegro. Más tarde salí de peregrinación con inversiones que, ciertamente, no me salieron bien. Con un tallercito me fundí durante el gobierno de (Carlos) Menem; luego salía a pescar con un veterano y un amigo y vendíamos el pescado en la calle. Después puse una verdulería y más tarde entré en el negocio de la venta de ollas, hasta que un día apareció un tío de Rosario, que era importador y me propuso vender inoxidables. Ya conocía más o menos el tema por las ollas, así que empezamos hasta que en 2000, cuando se terminó el Proyecto Mega, nos quedó una pila de cheques rechazados. Fue un desastre. Ahí decidí irme a vivir a los Estados Unidos”, expresa.

A los 37 años, con 100 dólares en el bolsillo y sin saber el idioma, ese mismo año se radicó en Miami.

“Había vendido una camioneta en 8.000 dólares, pero como el cheque vino rechazado sólo me pude ir con U$S 100. Así que empecé a caminar para buscar trabajo. Me costó muchísimo y hasta llegué a dormir en la playa, pero la rueda comenzó a girar y conseguí un buen taller de herrería artesanal”, cuenta.

El presidente del CVGM de Bahía Blanca, en el acto de este martes 2 de abril en Cuyo y La Falda.

A los seis meses, su mujer Rosana y los niños se instalaron en la costa estadunidense.

“Fue difícil. Los que dicen que con un sueldo allá te alcanza es mentira. Y además me di cuenta de que no era lo que estábamos buscando. Por eso siempre que me dicen si algún pibe se quiere ir afuera, comento que vaya, que pruebe y que solito va a volver, porque acá se vive como en ningún lugar del mundo”, asevera.

“En 2005 los chicos y la mamá se volvieron a Bahía Blanca. Ya no era bueno estar allá; el ambiente se había tornado áspero, sobre todo para los inmigrantes, algo que te hacen saber en forma permanente. Me quedé trabajando un par de años más y de toda esa experiencia me quedó una frase: ‘Miami huele a renuncia’, porque quienes vivimos allí renunciamos a algo, ya sea a una familia, a un país y demás”, sostiene.

Antes de regresar, el VGM convocó a varios compatriotas y recordó el 2 de abril (de 2007) en el puente de Key Biscayne.

“Lo publiqué en el diario argentino de Miami, agarré la camioneta, le puse un tubo de 6 metros con la bandera argentina y nos fuimos hasta la mitad del puente. Hubo un momento de reflexión y al final tiramos flores al mar. En agosto ya estaba de nuevo en el país”, señala.

La partida (abril)

—¿Cuándo llegaron a Malvinas?

—El 4 de abril, a las 11 más o menos. ¿Cómo estaba el día? No lo sé. Acaso era bueno, pero cuando se abrió la puerta del Hércules nos morimos de frío. El clima es insular, con sensaciones térmicas de 20 grados bajo cero. Y después está la neblina, como dice la canción. El primer encontronazo fue ese. También pensaba que Puerto Argentino, que aún no tenía ese nombre, era una localidad menor camino a otra más importante; pero no, eran 3 cuadras por 10. En parte me desilusioné”.

—¿Cuántos integrantes tenía la Policía Militar?

—Alrededor de 60, de los cuales 52 éramos conscriptos. Nuestra unidad no era de combate, sino de apoyo. Básicamente fuimos a controlar de que no haya quilombo, ya sea con los pobladores y con los soldados, para que no se zarpen. Siempre tuvimos muchísimo laburo.

Con su madre Nidia y sus hermanas Analía y Andrea, en la noche del sábado 3 de abril de 1982. Ya lo sabía: en esa madrugada partiría hacia Malvinas.

“Ni bien llegamos tuvimos que salir de patrulla para capturar a siete ingleses de la Royal Marine que se habían escapado, desde la recuperación del 2 de abril, y hacía dos días que andaban dando vueltas. Una patrulla los encontró y los custodiamos. Ahí nos dimos cuenta de que todo había dejado de ser una cosa fantástica y adolescente. Es decir, fuimos a la guerra a pelear, ya teníamos enemigos adelante y la orden era: 'Si hacen algo extraño hay que dispararles'. Ahora, ¿me definís algo extraño? Bueno, fue el primer golpe de realidad.

“También tuvimos que ordenar el tránsito porque era un despelote. Algunos manejaban camiones por la derecha, pero la gente de allá lo hace por la izquierda y de repente se encontraban en la misma senda, así que, como podíamos, intentábamos explicarles a los residentes de qué se trataba”, dice.

Con el uniforme oficial, antes del conflicto bélico.

“La orden que nos dieron fue la de respetar a la población civil. Y así lo hicimos en las requisas y en otros procedimientos. De hecho, los mismos británicos tuvieron un comentario muy elogioso hacia la Policía Militar, porque no hubo robos ni abusos. Y eso fue porque vivíamos patrullando. Siempre había, por lo menos, 3 o 4 parejas de la PM recorriendo el pueblo. Esa era nuestra responsabilidad y la cumplimos hasta el último día”.

—¿Cuánto tiempo permaneciste en las Islas Malvinas?

—La guerra duró 74 días, pero yo estuve 78: 72 de conflicto, 5 días prisionero y uno más en el barco. (NdR: Norland, que llegó a Puerto Madryn, Chubut, el miércoles 21 de junio).

La llegada a Bahía Blanca, en junio de 1982, junto a su madre y a su hermano Fernando.

—¿Cómo funciona la memoria respecto de la guerra?

—Para esos 78 días hay una forma selectiva para algunos hechos, algunos días, algunos momentos y algunos episodios. Es amnesia selectiva. Yo tengo muy buena memoria y me acuerdo de casi todo como si lo hubiera vivido ayer, pero hay tramos con una amnesia total. De hecho, me cuentan cómo fue el desembarco en Malvinas y me lo olvido al instante. No sé. Me funciona así”.

La vuelta (España)

—¿Volverías a Malvinas?

—Me encantaría, pero no voy ni en pedo. A ver; cómo lo digo sin eludir mi nivel de locura (suspira; se toma una pausa). Estoy haciendo los trámites para la ciudadanía española como nieto.

—…

—Sí, como nieto. Si no me muero antes de que me llegue el pasaporte, en algún momento iré de nuevo a las islas.

“Pero será como gallego y para que me sellen ese pasaporte; no el nuestro. ¿Por qué? Porque Malvinas es Argentina. Es ridículo verlo de otro modo”.

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