Manu Ginóbili acaba de ingresar al Salón de la Fama y se convirtió en leyenda
"Honrar y celebrar los momentos y la gente más grande del básquet", el fin por lo que se destaca a cada elegido.
Por Fernando Rodríguez
Twitter: @rodriguezefe
Instagram: ferodriguez_
Hay viento en la ciudad, mucho viento. Es un día con características bien bahienses, porque al recurrente aspecto climatológico se le suma el aumento de la temperatura por el inicio de los torneos de menores del básquetbol local.
Cientos de chicos copan las canchas. Deambulan por las calles identificados con la ropa de sus clubes. Le dan color.
Para los argentinos, el 2 de abril es un día gris: se conmemoran los 40 años del Día de los Veteranos y Caídos en Malvinas.
El deporte insignia de Bahía Blanca la convirtió en Capital del Básquet, donde es más que una actividad, casi una religión, como alguna vez bien definió Néstor García, hoy técnico de la Selección argentina.
Acá estamos, donde nacieron y crecieron grandes jugadores y entrenadores, en el lugar que nos permitió a –casi- todos, alguna vez correr en una cancha, gritar un doble, aprender a ganar y aún más a perder.
La cultura nos llevó a naturalizar lo que el básquetbol bahiense nos ofrece día a día, eso que dimensionamos recién cuando nos detenemos un instante a mirar. Y es momento de hacerlo. Se acaba de oficializar que Manu Ginóbili será parte del Salón de la Fama. El anuncio emociona. Nos transporta.
Cerramos los ojos y vemos que en Salta 28 el gimnasio de Bahiense del Norte lleva su nombre. El de ese chiquilín que hace 37 años –a los 7- se fichaba oficialmente en la Asociación Bahiense, como sucede habitualmente con tantos otros chicos.
El juego entusiasma, genera ilusión, desafíos, alegrías, frustraciones. Te permite soñar. Y él lo hizo desde muy chiquito. Sólo su entorno más íntimo sabía lo que le generaba el básquet.
Por eso, su frustración cuando perdía los 1x1 a muerte contra Pepe Sánchez; el corte de una Selección bahiense de Infantiles; el lento crecimiento en altura o el descenso a Segunda con Bahiense...
Nada de eso lo detuvo. Por el contrario, todo lo potenció.
Tenía claro su objetivo. Luchó día a día contra él mismo y hasta con el deseo de su mamá, que en su afán de que terminara la secundaria en Bahía le pidió más de una vez a Yuyo, su marido, que diera la vuelta en la ruta cuando llevaban a Manu en el Fiat Regatta hasta La Rioja.
Allá, donde Huevo Sánchez lo esperaba para hacerlo saltar con Andino en la Liga Nacional. Esa competencia que parecía quedarle grande a un flaquito desgarbado que, indefectiblemente se comparaba con sus hermanos, ya consolidados en la elite. Y a quienes superó rápidamente, con crecimiento sostenido y que le abrió las puertas de Italia, donde entró casi pidiendo permiso y salió catapultado a la NBA.
Sin pasar por el básquetbol universitario –aunque llegó a interiorizarse para incursionar-, fue drafteado, más allá que la NBA parecía más bien una formalidad que una verdadera posibilidad. Se veía lejos. Y como siempre hizo, la acercó.
Los prejuicios, como en cada desafío que afrontó, eran inevitables. Siempre pareció que más no podía dar. Y él se encargó de desafiar los límites, pensando en grande, transformando cada aventura en realidad.
Armado con el molde del club de barrio, la cultura de una ciudad, la solidez de una competencia nacional, la exigencia del nivel europeo y la elección de una franquicia hecha a su medida, Manu Ginóbili, el que tiene entre sus logros más notorios cuatro anillos NBA y un título olímpico, se ganó un lugar en el Salón de la Fama.
“Otra de las cosas que nunca soñás cuando empezás a picar la pelotita naranja! Gracias a todos los que me acompañaron en este camino!”, escribió Emanuel una vez oficializada la noticia.
El fin que se persigue con la inclusión en el Salón de la Fama se resume en una frase: "Honrar y celebrar los momentos y la gente más grande del básquet". Y ahí estará Manu.
¿Qué más decir? Acaba de nacer una leyenda...