Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Mundial de fútbol: magia y catarsis

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   Cada cuatro años hay una pausa en la rutina que comienza con una ceremonia inaugural, que paraliza a la sociedad y despierta pasiones cuando el equipo sale a la cancha. Parafraseando al conjunto de rock La Versuit  es un mes donde se vive “la argentinidad al palo”.

   ¿La “celeste y blanca” nos une y se diluyen las diferencias? ¿Nos acoplamos en una emoción colectiva?

   Se define como identidad nacional al conjunto de rasgos propios de comunidad, es una construcción social, histórica y cultura; según el historiador Felipe Pigna, la historia de un país es su identidad. Si bien en un mundo globalizado en el que costumbres ajenas a las propias, hábitos foráneos permean cotidianamente y distintos rasgos culturales se “infiltran” de manera imperceptible ocasionando que no se pueda concluir en la existencia de una identidad que incluya a todas las clases sociales, a todos los grupos, lo cierto es que la persona tiene una necesidad de asirse a valores, sentimientos, personalidades e íconos: el mate, los alfajores, el tango, René Favoloro, César Milstein, el dulce de leche.

   Décadas pasadas fue “el Diego y la mano de dios...” ahora es “Lio Messi”, la relación entre identidad y fútbol son para la mayor parte de los argentinos una combinación indisoluble. Estudios de identidad nacional revelan que la  adhesión a un país está ligada a simbolismos y, que una camiseta de un equipo sea portadora de los colores de la bandera remite a la representación de país. 

   El fútbol para los argentinos es un símbolo poderoso y como tal  en pocos días junto a los televisores y pantallas se encenderán pasiones, ilusiones y esperanzas, se multiplicarán las ganas de ver, de ser parte, y de ganar. 

   Comienza el mundial y para muchos se vivirán días intensos, colmados de expectativas, el bar, la oficina, las vidrieras, el taxi, la escuela, tendrán el eco de un estadio y cierta adrenalina que alcanzará su punto cúlmine en una exclamación de gol.

   Enrique Pichon-Rivière en “Psicología de la vida cotidiana” sostenía que el fútbol “es un ritual que congrega a espectadores y equipos en una ceremonia que tiene algo de magia y algo de catarsis”. Magia que se expresa cuando el fanático se convierte en director técnico sugiriendo jugadas y cambio de jugadores desde el sillón junto a la familia; magia cuando millones de argentinos empujamos la pelota al arco asumiendo que la energía de un país consolidará el gol; catarsis en cada exabrupto por la corrida de un “barrilete cósmico” que es interferida por un golpe del adversario; catarsis en cada grito de gol como corolario de lo impensado, de lo creado, de lo inexplicable.

   Serán jornadas en las que paradójicamente las distancias nos unen, las diferencias se minimizan, las palpitaciones aumentan y se vibra como si fuéramos parte de una tribuna en medio del país árabe.

   Se acercan días en los que problemas no se resolverán, pero en cuanto suenan las estrofas del Himno Nacional Argentino se caen las lágrimas y, tal vez entendemos que se gana cuando decidimos patear todos juntos para el mismo lado: ¡Vamos Argentina!