Bahía Blanca | Miércoles, 17 de abril

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Sobre la palabra "populismo"

"Es una palabra 'mágica' por sus connotaciones negativas, aunque no sepamos su significado, y que se instala como una verdad revelada." Escribe María Cristina Muñoz

   “Recuperar la autonomía conceptual que independice nuestra esperanza de manipulaciones verbales […] pues la Historia no es sólo lo que contamos sino como lo nombramos”. (La cursiva es de quien suscribe)

   Este párrafo final de un artículo  publicado por este diario en fecha 10-1-21 con el título: “Vacuna: quien la nomina domina”, del doctor Amuraba Noufouri de la Universidad de Salamanca,  me remitió a otros artículos en los que otras  nominaciones “dominan” el campo de la política y los medios de comunicación. 

   Uno de ellos es el de populismo. Palabra “mágica” por sus connotaciones negativas aunque no sepamos exactamente su significado,  y  que por la persistencia de su uso se instala en el discurso habitual como una verdad revelada que refiere a lo peor de la política. 

   “El populismo se usa de forma casi universal (...) como una taquigrafía que puede significar tanto manipulación, demagogia, autoritarismo, clientelismo y, en los casos más extremos, fascismo”.  

   Y habría que agregar: ¡corrupción!  ¡Siempre! Que se extiende como mancha de aceite. Siguiendo la cita: “Todo el mundo sabe o piensa que sabe qué es el populismo (...) es algo obvio.”

   Para todos/as aquellos que lo utilizan sistemáticamente en escritos discursos, entrevistas, etc.  ciertamente de manera no ingenua,  la apelación a este término tiene por función  la descalificación vergonzante   y la implícita y explícita necesidad de “derrotarlo” para poder así levantar las banderas de la “moderación,  libertad, diálogo y de progreso sin exclusiones” (Discurso radical del 28-2-21) 

   Palabras que se emplean sin siquiera reconocer, obvio, el daño efectivo que los partidos políticos programáticos y tecnocráticos han producido al conjunto de la sociedad. 

   De lo vacuo de las palabras de esos programas  que en la práctica se “diluyen” ante los requerimientos de las élites a las que no pertenecen, pero a las que temen (¿aquí la palabreja corrupción jamás se aplica?) o  a la que desearían   pertenecer, y así los convierte en fieles servidores de esos intereses. 

   Dice Casullo: “Dado el carácter multiforme y polisémico del fenómeno, existen casi tantas organizaciones del campo conceptual populismo como lectores”. 

   De lo que no parece haber dudas entre los teóricos de su estudio es de que el populismo es un subproducto de la democracia, propio del campo de la política, no como un opuesto. 

   ¡Que además funciona! ¿Por qué razón? 

   En primer lugar, porque opera sobre las iniquidades históricas de los que padecen mayor debilidad frente a los poderes económicos y financieros, clases medias incluidas. 

   Y además porque, indiscutiblemente, han legislado  en   la extensión de derechos acorde con las exigencias propia de la evolución de los tiempos. 

   “No sabemos bien lo que es el populismo (los hay de izquierda en Latinoamérica y de derecha en EE. UU. y Europa). Tal vez se deba a que tampoco sabemos que es la democracia aunque aspiremos a ella”.

María Cristina Muñoz vive en Bahía Blanca.