“China sabe que la vacuna no será la solución definitiva; lo que importa es la prevención”
Gabriel Fernández, piloto bahiense de avión comercial, reside en Shenzhen, al sur del país, dijo que se prepararon para tener pocos casos y evitar los rebrotes. “El uso del barbijo es natural desde la gripe aviar”, señaló.
Pablo Andrés Alvarez / [email protected]
Para Gabriel Fernández, un hijo adoptivo de Bahía Blanca, volver a China para retomar sus funciones laborales fue toda una odisea.
Nacido en Buenos Aires y mudado a nuestra ciudad a los 8 años, hace 9 que vive en el país asiático, donde llegó por una oferta de trabajo: es piloto de avión profesional.
Esa vocación lo llevó a recorrer prácticamente el mundo entero con su familia, que está conformada por su esposa, la bahiense María Paula Villanueva, y sus hijas: María Coral, Jazmín y María Sol, quienes también nacieron en nuestra ciudad antes de comenzar el peregrinaje por el mundo.
Prosiguió por Tanzania, Sudáfrica e Italia antes de radicarse en Shenzhen, una ciudad al sur de China que tiene 11 millones de habitantes y que se encuentra a más de 1.000 kilómetros de Wuhan, donde se originó el coronavirus.
Precisamente, poco antes de que se desatara la pandemia a nivel mundial, Gabriel y su familia volvieron a Bahía de vacaciones.
Arribaron los primeros días de febrero, pero las restricciones mundiales lo obligaron a quedarse hasta fines de agosto.
“Vine por un mes y me tuve que quedar por casi seis. Y volver a China en plena pandemia realmente fue una verdadera odisea”, contó este hombre de 55 años que realizó sus estudios primarios en la Escuela 5 de nuestra ciudad.
“Llegué a Italia el 25 de agosto, cuando finalizó el verano europeo. Ya se comenzaban a tomar medidas para frenar el famoso rebrote y la verdad que las viví en carne propia”, añadió.
Al modificar China las disposiciones para ingresar a su territorio, el peregrinaje comenzó en el consulado ubicado en Roma.
“Fue en ese momento que cambiaron varias disposiciones, entre ellas que los PCR (testeos) sólo se podían realizar en establecimientos oficiales y, por ende, se saturaron enseguida. Y se sumaban varios procedimientos más porque mi destino final era China”.
Aunque el gobierno italiano se organizó bastante bien, todo fue engorroso y tedioso.
“Por ejemplo, para ir a China me tenía que hacer un hisopado 5 días antes y luego lo redujeron a 72 horas. O sea, tres días antes de embarcar tenía que tener el resultado negativo indefectiblemente y mandarlo al consulado para su aprobación. Pero el problema fue el colapso de los sistemas. Un análisis que demora 8 horas, tardaba más de 48”.
En ese interín, China cerró sus fronteras y dejó sólo 5 aeropuertos internacionales abiertos, con ingresos restringidos para evitar los contagios.
“Los costos de los pasajes se dispararon. Pagué más de 5 mil dólares el pasaje de ida. Yo tenía vuelo desde París, donde esperé el resultado del PCR negativo. Me llegó el mismo día del vuelo, así que esperé la aprobación del consulado hasta último momento y perdí ese vuelo”.
Era un vuelo por semana. Así que ese hisopado ya no le sirvió.
“Pero en Francia no le hacían a pasajeros en tránsito: la opción era volver a Italia o ir a Amsterdam a tomar otro vuelo que salía a los 4 días. Esa misma tarde me fui a Holanda, donde lo hice en un laboratorio privado y me dieron el resultado inmediatamente, así que pude pasear los otros tres que me quedaron libres”.
Ingresó a China el 11 de septiembre, a través del aeropuerto de Hangzhou, tras 12 horas de viaje.
“Ni bien llegamos nos hicieron otro testeo. En vuelo nos tomaron 3 veces la temperatura. Del aeropuerto nos llevaron al período de aislamiento obligatorio de dos semanas en la habitación de un hotel”.
En esos días que estuvo por Europa, Gabriel notó mucho relajamiento en la población, que finalizó con el rebrote de contagios.
“Todo cambió cuando llegué a China. Ya en el vuelo, todos los tripulantes usaban trajes especiales, con todas las protecciones imaginables. Antes del check in nos tomaron la temperatura. En el puente de acceso, otra vez. Y en la puerta del avión, otra vez. En vuelo, tres veces más. Si tenías más de 37, te aislaban en la parte trasera”.
En China los protocolos son inflexibles.
“De esa manera logran controlar los brotes. En todos los lugares toman la temperatura. En la empresa que trabajo, en todas las puertas hay scaners para tomar la temperatura en forma automática. Si tenés más de 37,5 suena una alarma y la puerta no se abre”.
Gabriel contó que los chinos están a la vanguardia en todo lo referente a lo tecnológico. Y lo demuestran.
“Ellos se manejan con una App especial, similar al whatsapp, pero en el que te van testeando y te van habilitando a distintas cosas. Cuando llegás a cualquier lugar, te piden el estado de esa aplicación. Si tenés verde, podés avanzar. Si por ejemplo, yo estuve en un hotel y hasta llegar a otro destino aparece un caso positivo, te encienden la luz roja o amarilla en el dispositivo automáticamente”.
“Por geolocalización, el Estado en el que estás se pone en contacto para exigirte nuevos testeos y mantenerte aislado. Aún sin haber tenido contacto con esa persona”, dijo Fernández.
Lo mismo ocurre con los edificios.
“Si una persona da positivo, se aisla obligatoriamente a todo el resto. Aunque vivas a 10 pisos de diferencia y ni siquiera la hayas visto. Y te ponen cámaras en los marcos de las puertas para que no se salga por ningún motivo. Al llegar al día 14, vienen a tu casa, te testean, y si sale negativo, te permiten salir”.
“Por eso digo que China se preparó para hoy tener muy pocos casos y evitar los rebrotes. Por ejemplo, en Beijing detectaron 20 casos. Y por eso, realizaron 20 millones de testeos en tres días”.
La gran diferencia, según Gabriel, es cultural.
“Aquí el barbijo es natural desde la gripe aviar. Lo usan hasta cuando están resfriados. Por eso no costó imponerlos. Hoy hay vida normal. Con todos esos protocolos, todo funciona. La economía se recuperó muy rápido”.
“En China se dieron cuenta que la vacuna no será la solución definitiva, sino que la prevención es aún más importante”, cerró Gabriel.
¿Quién es?
—Gabriel Fernández se radicó en 2012 en Shenzhen. Antes vivió en Tanzania, Sudáfrica e Italia. Volvió antes de que se decretara la cuarentena y quedó aislado en nuestra ciudad hasta fines de agosto, cuando debió retornar para presentarse en su puesto laboral.
—Nació en Buenos Aires hace 55 años, pero a los 8 años se radicó en Bahía Blanca, “su ciudad” como le gusta decir.
—Está casado con la bahiense María Paula Villanueva y son papás de María Coral, Jazmín y María Sol, quienes también nacieron en nuestra ciudad antes de comenzar el peregrinaje por el mundo.
—Antes de instalarse en China, vivió en Sudáfrica, Tanzania e Italia. La empresa en la que trabaja, Donghai Airlines, es relativamente pequeña, pero con una proyección muy grande.
—Lo nombraron instructor de vuelos, siendo el único extranjero en conseguirlo, y recibió varias menciones a nivel nacional.