Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Delitos, progres y fachos: los posteos virales de Mayra Arena

En uno de ellos le respondió a Ofelia Fernández.

Foto: Archivo La Nueva.

   La bahiense Mayra Arena publicó anoche en su cuenta de Facebook una serie de escritos sobre los conceptos de delito, progres y fachos, respondiendo en uno de ellos a los dichos de Ofelia Fernández cuando habló sobre las excarcelaciones. 

   "Piden que los pobres se esfuercen y trabajen, pero hay que ponerse en esa situación. Si sos un pibe de 18 años y tenés tres opciones: agarrar un chumbo, salir a robar y ganarte una buena guita por día e irte a tu casa tranca palanca con dos celus; otra opción es que te den una bolsa de falopa y vos te ocupás de venderla, otra opción muy rentable; la tercera opción es cargar un carro con cartones todo el día para capaz ganar unos mangos", fue la frase de la legisladora porteña del Frente de Todos.

   No tardó en llegar la respuesta de la estudiante de Ciencias Políticas, referente social y autora de un texto sobre la pobreza que revolucionó las redes. La bahiense compartió tres textos que recibieron miles de reacciones y comentarios. A continuación se transcriben de manera textual.

Del delito y los progres

   Creo en las buenas intenciones de esta piba. En lo que no creo es en el progresismo estúpido. Hay tres principales errores en la ideología progre, que me resulta infumable siempre pero mucho más cuando creen que conocen la mentalidad del laburante por haber ido a un par de comedores y escuchar Damas Gratis.

   El primer error es llamarle facho a todo aquel que piense distinto a ellos. Los mal llamados fachos (aquellos seres que piden mano dura y condenas más severas) suelen ser hombres y mujeres de clase trabajadora para los que el robo y el delito tienen un peso importantísimo, además de sentir miedo de que en cualquier momento les pase algo a ellos o a sus seres queridos. El miedo saca el facho que hay en uno y, si no me creen, miren qué poco progres son las mujeres progres cuando de punitivismo se trata.

  El segundo error es el de minimizar el robo, alegando que es un delito menor. Este error lo asocio a que los progres suelen ser de sectores medios, con cierto nivel académico, y por supuesto, ante el organigrama penal, el robo seguramente será un delito menor. Pero para un laburante que se compra un celular en setentayocho cuotas y se lo roban a la segunda (y tiene que seguir pagándolo sabiendo que ese pibe lo vendió por dos mangos) el robo tiene un peso transcendental. Que te roben el fruto de tu esfuerzo (y peor, si sos de barrio sabés quién te robó, a quién se lo vendió y a cuánto) es mucho más doloroso que cuando te roban y tu poder adquisitivo es otro. De ahí que se condena mucho más al robo en los sectores laburantes que en cualquier otro lugar.

   El tercer error es el de colocar en situación de víctima al delincuente. No estamos negando acá las condiciones de marginalidad (me he cansado de explicar y explayarme en sus diferencias con la pobreza) si no exponiendo la ofensa que es para millones de argentinos realmente pobres que les digan que su futuro era ser delincuentes o cartonear. Es absurdo tener que decir lo obvio: la abrumadora mayoría de los que nacimos en la pobreza jamás le asomamos la jeta al delito sin importar lo mal que lo hayamos pasado. Desconocer que es en la miseria donde más se afirman (y se ponen a prueba) los valores, es desconocernos por completo.

  Este discurso que intentaba “comprender” por qué el delincuente elige ser delincuente, no sólo la pifia, si no que lo único que logra es asociar delincuencia con pobreza, algo que ya forma parte hace añares de un discurso retrógrado, pero sobre todas las cosas, falso. Si se pretende tener un discurso romántico y compasivo, lo único que lograrán es que ningún laburante jamás se identifique con ustedes. Será cuestión de tiempo, pero el progresismo, terminará cayendo por su propio peso. Al menos por el momento, poco conoce a quienes dice representar.

Del delito y los delincuentes

   El universo delincuencial resulta tan atractivo que son innumerables las ficciones al respecto. En los 90 fue Okupas la que se robó el corazón de los argentinos, y ya en la actualidad, ficciones como El Marginal o Un gallo para Esculapio lograron captar a la audiencia e incluso lograr que muchos “empaticen” con los que, en cualquier otro ángulo, serían los malos de la película. El chorro bonachón con los suyos, áspero con los ásperos y blando con los blandos, generalmente atravesado por alguna historia de amor apasionada y conflictiva, logra entrar en el corazón de la audiencia y ganar su apoyo en cada nueva batalla.

   Por otro lado, en las pretendidas muestras de la vida real, los noticieros nos muestran a otro tipo de pibe chorro: aquel despiadado que no considera la vida ajena algo sagrado, que no le importará dispararte a vos o a tus seres queridos y que se irá, con su botín bajo el brazo y con una sonrisa malévola dibujada en el rostro.

  No hay términos medios en TV. En las ficciones, el romance y la idealización son necesarios para que logremos querer a un protagonista que hace cosas que sabemos que están mal. En los medios ‘informativos’ ocurre exactamente lo opuesto, se busca despertar aquellos dos motores que, los periodistas saben bien, nos impulsan a sacar lo más reaccionario que hay en uno: hablo del miedo y la indignación. Estas dos potentes sensaciones pueden movilizarnos tanto que ni siquiera nosotros sabemos lo manipulables que podemos llegar a ser bajo su efecto.

   Pero, al final ¿en algún momento hablamos de los delincuentes? ¿De por qué delinquen quienes delinquen y por qué, aunque todos nos perjudiquen, le tememos al escalafón más bajo de los delincuentes?

   Un delincuente de clase baja es más violento que uno de otras clases. Es una expresión genérica, pero si hablamos de delitos que atentan contra la propiedad, creo que podemos estar de acuerdo. (Quedan exentos de esta afirmación los delitos sexuales.) Un político corrupto o un empresario delincuente le hacen mayor daño a la economía, pero los pibes chorros son los que te parten la cabeza de un culatazo. El miedo es intuitivo, y un culatazo te pone en riesgo la vida, mientras que un empresario evasor, no. De ahí que cuando decimos delincuente, nos referimos a ese que nos apuntó con un fierro, y no al que evadió millones en una cuenta offshore. (Otro día hablamos de cómo la comunicación y los medios refuerzan este lenguaje. Hoy quiero hablar de los otros delincuentes.)

   Un pibe puede elegir robar por varios motivos. Puede robar para pertenecer a una banda que le da identidad en el barrio (pertenecer a los famosos poronga), puede hacerlo porque el delito lo exalta o lo hace sentir importante, puede robar porque quiere tener algo material específico (un buen celu, una tele grande) o puede robar porque su familia o entorno le enseñó que eso era un oficio. La adrenalina, la recompensa, la policía como enemiga (a la que se le puede ganar y humillar) y, sobre todo, la identificación, refuerzan una realidad cada vez más innegable: ser chorro se volvió una personalidad.

   El aumento de seguridad en los barrios de clases medias, el consumo de alarmas, de rejas, de cámaras y dale que va, sólo logró correr a los delincuentes a los barrios más pobres. De ahí se desprende la caída del delincuente como alguien “con códigos” a quien se podía respetar: los chorros ya no le roban a los que tienen, si no a gente apenas menos pobre que ellos.

 Para romantizar a los pibes chorros, ya tenemos suficiente con las ficciones de los Ortega. En la vida real, las cosas suelen ser mucho más complejas. Los buenos y los malos no están tan bien caracterizados, pero sobre todo, las cosas suelen ponerse mucho más ásperas cuando suben los índices de desigualdad y el resentimiento hace de las suyas. Ahí donde no llegan los threads de twitter y tampoco llegará este post, esperemos, algún día, llegarán las políticas públicas que sean verdaderamente transformadoras.

Del delito y los fachos

   El fascismo es un movimiento político totalitario y antidemocrático impulsado por Benito Mussolini. Se caracteriza por buscar eliminar al enemigo, que pueden ser los inmigrantes, las minorías sexuales, raciales o religiosas, otros países o cualquier cosa que vaya contra los valores del régimen.

   Sacar al fascista que hay en uno es bastante fácil. Basta que lastimen a uno de los nuestros o sentir que ponen en peligro a las personas que amamos para que querramos castigo rápido e instantáneo. No hay tiempo para juicio y derecho a legítima defensa: queremos castigo ya. Por suerte, la mayoría de las veces, no aplicamos justicia por mano propia y confiamos, sin mucha esperanza, que la justicia actuará en pos del bien.

   Muchos personajes de la política utilizan el fachismo como anzuelo de pesca para que caigamos en su encanto y los apoyemos. ¿Quién podría defender delincuentes? ¿Quién puede estar a favor de que salgan de las cárceles? ¡Tiene razón con lo que dice, piensa como yo! Así, los candidatos en colaboración con el poder de los medios de comunicación, buscan despertar el miedo y la indignación para enchufarnos, dentro de un mismo paquete, modelos económicos que nos parten al medio a los laburantes. Por eso algunos desconfiamos fulero cuando escuchamos a un empresario millonario decir que entiende nuestro hartazgo y dice querer ‘más seguridad’ para nosotros.

   Del lado de enfrente, surge el progresismo, que, en la búsqueda por contraponerse a la salvajada del fascismo, se aleja de las preocupaciones de los trabajadores. Lo que resulta desconcerante de los movimientos más progres es por qué no buscan comprender a una persona que llega reventada de laburar y lo único que quiere es saber que no le van a pegar un tiro mientras espera el colectivo. Muy inocente me parece culpar a la televisión, como si no supiéramos que del otro lado (ese de los poderosos) siempre se va a intentar manipular.

   Cuando yo digo 'mal llamados fachos' hablo de aquellos que en realidad sólo son laburantes deseantes de justicia. Claro está: si a distintos sujetos políticos e incluso emperadores de los medios de comunicación quieren señalarlos como fachos, adelante, están en lo correcto. Pero llamar a un trabajador fascista/facho o cualquiera de sus derivados, me parece irresponsable, inconsciente y casi canallezco.

   Yo no hablo de “conciencia de clase” porque no pertenezco a la clase media, pero si me piden una definición les daré la siguiente: no le respondan con conceptos made in ciencias sociales a gente con problemas reales. Llamarle fascista a un albañil, no entra en mi universo de posibilidades.