Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Un Ángel para los chicos

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

   A los chicos los entiendo un poco más porque son situaciones que yo también viví. Te posicionás desde otro lado.

 

   Ángel Basconsuelo tiene 21 años y recuerda muy bien la crisis de 2001.

  Era muy chico pero en su cabeza aún resisten las imágenes de la olla popular del barrio Spurr: cada vecino llevaba lo que podía y entre todos armaban la cena. Las colas por un plato eran interminables, pero se respiraba calma: en medio de tanta necesidad las manos se multiplicaban y todos disfrutaban de su comida.

  Ángel joven no olvida al Ángel chico, el que vivía en un rancho de chapa y tomaba la leche en el comedor —hoy Centro Comunitario San Ignacio De Loyola tras la obra de la hermana María del Carmen "Coca" Isusi—. Es ese Ángel el que despertó su deseo de ayudar.

   En la adolescencia formó parte de movimientos sociales: lejos de Spurr, su barrio, también conoció necesidades y sed de amor. Y hace dos años decidió volver a su tierra, donde lo recibió Mabel Agüero, presidenta del centro.

   —Siempre pensé que era un chico brillante.

   Mabel, que hace más de 10 años está en el centro y en más de una oportunidad le sirvió la leche, hoy lo mira con asombro. Ángel cambió mucho, pero conserva su esencia. Su compromiso por los más chicos, dejando muchas veces de lado salidas con amigos, la conmueve.

   Ser voluntario del centro no es ningún sacrificio para Ángel. Es estudiante de la UNS, donde cursa la carrera de Acompañante Terapéutico —quería estudiar Trabajo Social y no pudo por falta de dinero—, pero la mayor parte de sus energías están abocadas a los chicos del comedor.

   De lunes a sábado ayuda con la merienda, corre y juega con los chicos en el patio y siempre piensa un modo de reinventarse: el próximo mes comenzará a dar un taller de macramé, una técnica de crear tejidos usando nudos decorativos.

   El centro del barrio Spurr es amplio. Cuenta con un salón de usos múltiples, un comedor, una cocina, una biblioteca, dos oficinas, una sala de costura, baños y un patio enorme. Se logró con el trabajo de la hermana Coca, que también donó su camioneta al comedor, al que asisten diariamente unos 30 chicos.

   No hay problemas edilicios, pero Ángel y Mabel coinciden en que sostener semejante infraestructura es difícil: los costos son muchos y mucha gente cuando ve el edificio dice que “no” necesitan ayuda. Pero sí la necesitan, de la económica y de la humana.

   —Acá la gente es muy caritativa, pero vienen, nos traen las cosas y se van. Estamos necesitando gente que se quede, que nos ayude con su tiempo, con su cabeza, con las ganas de hacer algo —dice Ángel.

   El comedor está lleno de anécdotas. Anécdotas que duelen pero enseñan.

   Ángel todavía recuerda la vez que una nena que sufre violencia en su casa se largó a llorar porque otro chica la cargaba. Ella no quería acusarla por miedo a que su mamá le pegue y mirándolo, le dijo: “No quiero ser como la gente grande que le pega a los nenes”.

   Él se quedó sin palabras, inmóvil.

   —Ellos ven, observan y entienden todo lo que pasan.

   El deseo de Ángel es que ella, como todos los nenes del comedor, estudien y trabajen. Pero reconoce que también es necesario un sistema que los reconozca. Y ahí, el pedido a las autoridades.

   —Les diría que sean más humanos.Hay barrios que se inundan, que están abandonados, a la deriva, y eso me afecta mucho. Hay falta de urbanización y no se habla de eso. Eso sería un buen tema de debate en las campañas políticas.

“No me fui más”

   La presidenta del centro, Mabel Agüero, no es de Spurr. Llegó por la hija de una amiga que iba a ayudar y no pudo irse.

   —Apenas llegué me senté a hacer unos dibujitos con los chicos y no me fui más. No conocía el barrio ni a la hermana Coca [estaba en ese momento] y me pareció maravillosa su obra. Fue muy importante llegar a los chicos lúdicamente y adentrarme en sus historias, en sus dramas, porque de lo que más carecen es de contención familiar.

   Mabel cuenta que después de la hermana Coca, se perdió un poco la conexión con la comunidad. Pero de a poco están trabajando para recuperarla. Hoy tienen escuelita de fútbol, un roperito, merienda y varios talleres.

   No tienen subsidios. Solamente cuentan con un aporte fijo de socios a través de una empresa. Pero resulta insuficiente para mantener semejante infraestructura y alimentar a tantos chicos y familias. Sostener los talleres también es complicado.

   —Se nos hace muy difícil mantener en el tiempo un taller no pago. Son pocos los talleristas que duran más de un año: se van porque consiguen trabajo o tienen otros motivos. Es el problema de una institución que se maneja con voluntariado.

   Para ella, que hace años asiste de lunes a sábado al centro, no hay mejor terapia que ayudar e invita a sumarse.

   —Me gustaría que la gente conozca más otras realidades: enriquece a las personas, enriquece el alma. Los chicos te llenan de amor, es lo primero que te atrapa. Hay gente que no sabe qué hacer con su tiempo o se siente mal; de acá salís lleno de energía.

Contacto

   El centro funciona en diagonal Spurr 2.726 y está abierto de lunes a sábado. Los días de semana hay merienda a las 17. Los sábados hay recreación de mañana y luego almuerzo.

   Para colaborar pueden escribir a la página de Facebook Centro Comunitario San Ignacio De Loyola o llamar al (0291) 154420129.

   Necesitan voluntarios para las distintas actividades y alimentos no perecederos, principalmente leche larga vida. También reciben ropa para el ropero.