Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Agos, la bahiense que viaja de mochilera con su gatito al hombro

Lo adoptó en la selva boliviana el año pasado y desde entonces son inseparables. Ella es periodista, tiene 21 años y viaja con el fin de visibilizar comunidades de latinoamérica poco conocidas.

Anahí González
agonzalez@lanueva.com

   Lucero. Se llama Lucero, pensó Agos ni bien lo miró. La pequeña bola de pelos tenía los ojos muy claritos. Era recién nacido. Lo alzó y se quedó dormido. La iluminó. La había elegido. Estaban en Rurrenabaque, en una zona de selva boliviana. No dudó en adoptarlo.

   Agostina Pitton, bahiense, flamante periodista, 21 años, venía viajando como mochilera desde hacía varios meses y no era la primera vez que le ofrecían adoptar un gatito, pero siempre había dicho no.

   El flechazo fue en octubre y desde entonces son inseparables.

   A poco de adoptarlo, emprendió su regreso a la Argentina, con Lucero al hombro. 

   Sabía que habría momentos difíciles porque en Argentina no es común viajar con mascotas y está prohibido subir con ellas a los transportes públicos, pero eso no la detuvo. Siempre estaba la opción de hacer dedo o de coordinar con otros viajeros a quienes no le molestaran las mascotas.

   Era responsable de Lucero como El Principito de su rosa. 

   “El gato es parte de mí y yo de él. Estando en Bahía, he salido alguna noche con amigas y me han llamado mis viejos: 'Volvé porque el gato está insoportable'”.

   “Tenemos mucha complicidad. Cuando hay que esperar un poco más para comer, él espera. Y jamás hace sus necesidades mientras estamos viajando”, contó Agos.

   Baja del auto, camión o colectivo y entonces sí, busca un rinconcito verde o de tierra, para hace lo suyo.

   “Después, se para al lado mío y me mira, como diciendo: ya está, vamos”,  cuenta.

   El gato va en su hombro o sobre la mochila y en los distintos vehículos del camino, duerme en su regazo.


   Ahora, tras un breve recreo en Bahía Blanca, partieron juntos hacia Trelew, punto de partida de otro viaje de mochila por latinoamérica; esta vez con un proyecto periodístico: visibilizar comunidades poco consideradas en los mapas turísticos.

   Días antes de partir, Agos visitó la redacción llena de raspones y moretones en las piernas: se había caído de un árbol tratando de bajar a Lucero.

   Juntos empezaron a escribir otro capítulo de esta historia de amor sin fronteras.

   Salir del raviol

   Enero de 2018. Agos había terminado de cursar la carrera de Periodismo en Médanos, en la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO) y no sabía muy bien en qué enfocarse pero sí sabía lo que no quería: buscar un empleo fijo en Bahía y establecerse. Al menos no sin antes haber vivido otras experiencias. 

   

   Le urgía un cambio. “Salir del raviol”, como ella denominó a la primera etapa de su viaje. 

   El 23 de ese mes, dio el salto y rumbeó hacia los carnavales de Humahuaca en Jujuy. Antes visitó Tandil y La Plata -donde tenía amigos y conocidos- y anduvo por Córdoba, La Rioja, Mendoza, Tucumán y, finalmente, Jujuy.
  “Necesitaba sanar muchas cosas”, contó.

   Viajó con la modalidad carpooling -gente que busca compañeros para compartir vehículo y gastos-, a dedo y en transporte público.

   Cuatro meses antes de salir, pateó las calles bahienses vendiendo panes caseros para juntar dinero. Al llegar a Jujuy trabajó en un hostel y conoció a otros viajeros que la invitaron a Iruya y luego a cruzar la frontera con Bolivia. 

   Para entonces, sus padres empezaron a preguntar: “¿No volvías después de Humahuaca?”

   Viajar con el gato

   El camino le fue regalando historias, vivencias y un amigo entrañable: su gatito Lucero. Con él cruzaba un río en bote, en Bolivia, todos los días, para llegar al trabajo.

   “Cuando hago dedo, Lucero siempre está en mi hombro. El que no quiere viajar con el gato directamente no para”, dijo.

   “Si alguien te quiere dar una mano te la va a dar con gato o sin gato. He leído sobre experiencias de otros viajeros con sus mascotas. Si sos claro y sabés respetar, lo llevás con correa y con cuidado te dejan entrar hasta a parque naturales”, dijo.

   Para salir del país le piden certificado de buena salud del gato.

   “Todos los problemas que tuve con el gato fueron en Argentina. Acá no está popularizado. En tren o colectivo, ni siquiera lo podés llevar en jaulita. En Bolivia es super normal estar con los animales. Allá las gallinas suben a los transportes públicos y a todos lados”, comentó.

   Un deseo profundo

   “Siempre había querido viajar pero solo lo había hecho en familia. Conocía el sur argentino y también el norte, pero esto fue diferente”, narró.

   “Salí buscando conocerme, encontrarme, queriendo ser más fuerte conmigo misma, con mis capacidades y mis limitaciones. Tratando de encontrar la confianza de vuelta, no sólo en mí sino en la gente que me rodeaba, en sembrar hermanos y nueva familia, en aprender a soltar y que esas relaciones sean puras y te queden en el corazón y en el alma para siempre, con un amor puro e infinito”, confió.

   No todo fue color de rosas: tuvo inconvenientes con migraciones, se quedó sin dinero y también se cruzó con gente que abusó de su confianza. Lo procesó así: “El viaje no es de hadas, pero trae todo lo que pedimos, y cada cosa es un aprendizaje para ser mejor y más entero”.

   Bolivia y Perú

   “Cruzar la frontera de Bolivia me daba mucho miedo pero fue como cruzar una puerta. ¡No era tan terrible!”, contó.

   En ese país, se animó a hacer swing con banderas en los semáforos (algo que le había enseñado otra viajera) junto a un grupo de clowns, para ganarse la vida.

   “Hay gente que no lo ve como un laburo. Jugás pero también tenés que entrenarte mucho y mantener el estado físico. En Bolivia, lo que te dan, te alcanza para vivir bien”, dijo.

   El grupo partió y ella se quedó. Luego de recorrer varios departamentos, cruzó hacia Perú. Visitó Arequipa y Cuzco. No llegó a conocer Macchu Picchu.

   El camino la puso a prueba, varias veces. Tuvo que  hacer a un lado sus inseguridades. En Cuzco se animó a cantar en restaurantes y heladerías y, más tarde, hasta se lanzó a componer sus propias canciones.

   “Les explicaba que estaba viajando y que les iba a compartir una canción que venía de mis tierras. La gente se emocionaba y colaboraba no solo con dinero. Nadie te niega un plato de comida y un vaso de agua”, dijo.

   “Gente que no tenía un peso me ayudó quedándose con lo justo. Después todo vuelve. Es muy recíproco y está todo muy conectado”, expresó.

   Hacia el más acá

   Hacia el más acá. Un viaje para romper fronteras. Así se llama el proyecto de Agostina para esta nueva etapa. 

   Se compró una mochila y un grabador y gestionó un espacio en FM de la Calle para hacer un programa radial, de 30 minutos, como podcast, que podrá escucharse en las redes, con frecuencia semanal. 

 

    “Me gusta relacionarme con la gente; tengo una capacidad loca de hablar con cualquiera de cualquier cosa y me encanta viajar por lugares que no son turísticos”, dijo.

   “Me pregunté: ¿por qué no visibilizar comunidades, lugares, que están re buenos y que existen al lado del lugar turístico tradicional? Por ejemplo, al lado de Humahuaca está Uquía, un pueblo muy chiquito que vale la pena conocer”, dijo.

   El proyecto consiste en recorrer estos sitios para dar espacio a la gente: que ellos hablen de su cultura, su historia y su identidad como pueblo. 

   Camino a Cajamarca -un lugar en el que hay ruinas incas pre incas y coloniales- pasó por pueblitos y fue alojada en casas de familia.

   "La gente cantaba canciones en Aymara y lo compartían conmigo. Sería muy lindo dar a conocer sus historias”, dijo.

   Riesgos

   “El viaje te expone a situaciones de riesgo y muerte que no imaginás. Yo pensaba que podía morir asesinada en la calle pero casi me muero de frío en una montaña”, contó.

   Finalmente no sucedió. “Apareció un pueblerino, en un camino inhóspito, en medio de la noche y me dijo: yo vivo allá. Era una cueva. Me dio un lugar donde dormir. Estaba en una situación de riesgo, pero si me quedaba en la montaña me moría. Le pedí al cielo una señal. El pueblerino se llamaba Jesús y era pastor”, contó.

   Cuando cursaba el primer año de la carrera de periodismo tuvo un problema de salud derivado de una hidrocefalia que tuvo al nacer.

   Tenía 17 años y perdió la sensibilidad en el cuerpo.

   “Fue como si hubiera comido una pastilla de menta que me hubiera absorbido todo el cuerpo”, describió.

   Le realizaron una operación y tuvo que aprender muchas cosas de cero. 

   El segundo año de la carrera la encontró emocionalmente inestable, con relaciones interpersonales complejas y muchos vaivenes. Tras vivir situaciones de sufrimiento buscó apoyo psicológico y en sus padres.

   Entonces hizo un voluntariado en Córdoba ayudando a una familia a construir su propia casa con materiales naturales. El viaje le cambió el chip. Sintió que no la paraba nadie. Y así fue. 

   Continuará...

   Su mensaje en primera persona

   "Quedate siempre con lo bueno, el viaje es la vida misma. Lo que cambia son los lugares que transitás y los acentos que escuchás. Que la ruta no sea un miedo, que no sea una limitación. La vida se te puede terminar de la manera más boba que uno ni espera, acá o en la China. Lo que vale es disfrutarla. Para todas esas personas que tienen la idea vaga de rutear pero no se animan, denle rienda suelta a esos pies y sola se da la magia.

   Lo dice una "pibita" que salió a ver si podía 'sobrevivir'... y se enamoró del mundo y de ella. Enamórense, no tengan miedo: de cada lugar, de cada persona, de cada instante, de la figura que ven en el espejo. Sos vos y solamente vos que decidís dónde estás, nadie te obliga, estate donde vos querés y porque te gusta.

    Y disfrutá, cada paso es único, y las cosas que no te animás no se repiten... Viví, sentí, empapate de cada lugar, de cada persona, de cada cultura; ponete a prueba, cambiá tus esquemas, conocé tu paciencia, tus debilidades y fortalezas. Salí, encontrándote con el mundo. No te vas a arrepentir".