Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

¿Cómo fue la lucha entre unitarios y federales?

La feroz disputa que desangraba al resto del país no tuvo demasiado eco en una Bahía que precisaba del oficialismo para dejar atrás la subsistencia e ingresar en la prosperidad.

Archivo La Nueva.

Mariano Buren
mburen@lanueva.com

   La buena relación establecida por Juan Manuel de Rosas con los pueblos originarios que circulaban por la zona posibilitó que la década de 1840 sea, mayoritariamente, una etapa de cierta estabilidad para Bahía Blanca. Con excepción de algunos episodios trágicos, como el violento asalto que sufrieron el comerciante Eustaquio Palao, su esposa y cinco hijos, en mayo de 1845, en esos años no se registraron invasiones ni ataques masivos a la Fortaleza, las estancias o tolderías cercanas.  

   A diferencia del turbulento período fundacional, aquella relativa tranquilidad -lograda en base a los acuerdos comerciales de la Confederación con las tribus de tehuelches, boroganos y ranqueles- permitió que la población creciera hasta alcanzar los 1.900 habitantes, entre tropas, ganaderos y comerciantes.

   Es lógico suponer, entonces, que aquel núcleo incipiente de bahienses tuviera una marcada simpatía por las líneas políticas trazadas por Rosas o, al menos, por su buena predisposición hacia la zona del sudoeste bonaerense. Fuera por afinidades ideológicas o conveniencias económicas, la mayor parte del poblado adhería al Partido Federal, por lo que la feroz disputa con los unitarios -que desangraba a buena parte de las provincias- no tuvo demasiado eco en un poblado que precisaba de los favores del oficialismo para conseguir cierta prosperidad. 

   Además, ninguno desconocía que el gobernador de la provincia había sido uno de los máximos promotores de la fundación, en 1828, ni que su desempeño durante la campaña militar de 1833 había permitido extender y reforzar las fronteras hacia el río Colorado. 

   Tampoco olvidaban que durante sus dos visitas a la Fortaleza tomó algunas decisiones significativas para ellos: reorganizó al Ejército y lo equipó con nuevos pertrechos, dispuso abrir el zanjón de defensa contra los malones, ordenó construir la primera iglesia y mejoró la infraestructura del puerto, convirtiendo a Bahía en un centro de aprovisionamiento y comunicaciones, un enlace fundamental entre la provincia y la Patagonia.
Todos aquellos gestos lograron ubicarlo en el imaginario bahiense como una especie de protector todopoderoso.  

   "Era una población que no tenía energía para perder tiempo en cuestiones políticas. Para ellos lo importante era la subsistencia. Muchos tendrían sus sentimientos partidarios, pero todos sabían qué era lo que convenía. Por eso respetaban toda la liturgia y las consignas federales que llegaban desde Buenos Aires. Hay que recordar, además, que Rosas tenía oídos en todas partes: contaba con un sistema de inteligencia muy bien armado. De hecho, no tengo identificado a ningún unitario durante ese período", explica el historiador César Puliafito, autor de "La Bahía épica".

   Uno de los pocos casos de intolerancia registrados lo padeció el almacenero francés Pierre Gascogne, quien tuvo que fugarse del pueblo a fines de 1840 en la goleta "Harriet", con rumbo a Montevideo, por haberse negado a embanderar su local con los distintivos rojo punzó de los federales, durante las celebraciones por el día de Nuestra Señora de la Merced. 

   "Era la pax rosista, en el imperio rosista y funcionaba bien porque la ciudad era completamente rosista. Bajo su doctrina se dio una época de auge para Bahía Blanca que, entre 1845 y 1848, llegó a convertirse en un punto estratégico de logística y comercio con influencia en toda la región, llegando incluso hasta Chile. La tranquilidad alcanzada en esos años posibilitó que hubiera hasta 100 mil cabezas de ganado", remarca Puliafito.

   Fue tal la afinidad entre el poblado y el jefe de la Confederación que el rosismo cayó en Bahía Blanca más tarde de lo que cuentan los libros de Historia. 

   El final llegó recién el 20 de febrero de 1852, 17 días después de la batalla de Caseros. El jefe militar de la Fortaleza, el teniente coronel Manuel Leyba, recibió la información de la derrota de su líder político ante Justo José de Urquiza pero se negó a reconocerla en público y optó por encerrarse en la comandancia, negándose a bajar el cuadro del exmandatario y entregar el mando. Alarmado por la situación, el juez de Paz, Mauricio Díaz, decidió comunicarle la noticia al poblado tres días después. 

   Sólo entonces los bahienses supieron que Juan Manuel de Rosas ya no estaba al frente de su destino.