Bahía Blanca | Miércoles, 27 de agosto

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Los corsos de antes

Escribe Carlos R. Baeza

Según nos enseña el diccionario, “carnaval” proviene del vocablo italiano “carnevale” que significa “quitar la carne”.

La frase, que alude al ayuno cuaresmal, se aplica a los tres días que preceden al Miércoles de Ceniza, fecha en que la Iglesia Católica comienza la conmemoración de la Cuaresma que culminará en la Pascua.

Por esta razón, en esos días previos tienen lugar los festejos carnestolendos, cuya expresión son los “corsos” definidos como el desfile de máscaras y carrozas adornadas que se lleva a cabo en una calle preparada al efecto.

Todavía guardo en el recuerdo los corsos bahienses de finales de la década del 40 y comienzos de la del 50, cuando por calle O’Higgins desfilaban comparsas, murgas y mascaritas sueltas, así como carrozas especialmente preparadas durante meses y vehículos particulares adornados quizá pocas horas antes que la bomba de estruendo lanzada en la Plaza Rivadavia anunciara el comienzo del corso.

Pero sin lugar a dudas, y entre el ruido de pitos y matracas, y el arrojarse serpentinas y papel picado, el divertimento principal era el juego con agua, bien a través de los pomos de plomo con agua perfumada o los posteriores de goma recargables no siempre con líquidos francamente agradables; juego que se replicaba en los clásicos enfrentamientos barriales en horas de calurosas siestas en los que valía cualquier tipo de recipientes o líquidos.

Por las noches, tenían lugar los bailes en los principales clubes de la ciudad, con lleno total danzando al compás de las orquestas que interpretaban música “típica y característica”

Esos alegres festejos se contraponían con los aburridos carnavales de antaño en la ciudad de Buenos Aires al menos si nos atenemos al decreto del 8 de julio de 1836 firmado por Juan Manuel de Rosas reglamentando los juegos y que establecía:

“Artículo 1: El juego de carnaval solo será permitido en los tres días que preceden al de Ceniza, principiando en cada día a las dos de la tarde, cuya hora se anunciará con tres cañonazos en la Fortaleza, y concluyendo al toque de oración, tendrán lugar otros tres cañonazos.

Artículo 2: En las casas en que se juegue desde las azoteas o ventanas, deberá mantenerse la puerta de calle cerrada durante las horas de diversión y abrirse tan solamente en los momentos precisos para los casos de servicios necesarios.

Artículo 3: El juego que se haga desde las azoteas, ventanas o puertas de calle, solo podrá ser con agua sin ninguna otra mezcla, o con los huevos comunes de olor, y de ninguna manera con los de avestruz.

Artículo 4: Los que jueguen por las calles a caballo o a pie, o en rodado, solo podrán usar de los expresados huevos comunes de olor. Los mismos, como también los que jueguen desde las azoteas, ventanas o puertas, para usar cohetes y buscapiés, deberán sacar permiso por escrito al Jefe de Policía bajo su firma.

Artículo 5: Nadie, jugando por la calle, podrá asaltar ninguna casa ni forzar alguna de sus puertas o ventanas, ni pasar de sus umbrales para adentro, ni a pie ni a caballo, en continuación del juego.

Artículo 6: Tampoco se podrá jugar de casa a casa por los interiores de ella.

Artículo 7: Queda igualmente prohibido el uso de las máscaras, el vestirse en traje que no corresponda a su sexo, el presentarse en clase de farsante, pantomimo o entremés, con el traje o insignias de eclesiástico, magistrado, militar, empleado público o persona anciana.

Artículo 8: Para las diversiones públicas que puedan tener lugar en la noche, de la oración para adelante, se sacará previamente el correspondiente permiso del Jefe de Policía, por escrito bajo su firma.

Artículo 9: El que infringiese cualquiera de los artículos de este decreto, será castigado a juicio y discreción del Gobierno, como corresponda según las circunstancias del caso, y al mismo tiempo obligado a subsanar los daños y perjuicios particulares que hubiere causado por su infracción, en caso de ser reclamados”

Hoy, ya los carnavales en la ciudad no son ni los de la época de Rosas ni menos aún los de mi infancia. Ahora, es raro encontrar “mascaritas sueltas” –ni juntas- y el público que antes participaba en los corsos los mira sentado. Ya no hay carrozas ni vehículos particulares adornados y menos aún pueden verse comparsas.

Solamente algunas murgas barriales que con gran esfuerzo económico y a puro pulmón, tratan de entretener al no siempre numeroso público.

Ya muchos jóvenes no portan pomos de agua florida o matracas sino cuchillos y cadenas, trenzándose en graves grescas callejeras, mientras la autoridad policial que debía ejercer el monopolio de la fuerza que compete a todo Estado de Derecho, brilla por su ausencia para garantizar el orden público y obliga a la suspensión de los corsos.

Es lamentable apreciar como fiestas populares que conservan gran arraigo, no sólo en otros lugares del mundo (Venecia o Brasil) sino en muchas localidades argentinas (Corrientes o Gualeguaychú, entre otras) van desapareciendo en nuestra ciudad, donde el transcurso del tiempo fue borrando todo el esplendor de antaño.

Ya no hay carrozas ni murgas; tampoco pitos o matracas ni el clásico papel picado o la serpentina y casi nadie juega sanamente con agua.

Todo ha sido arrojado al olvido, así como Momo, divinidad griega de la locura y el sarcasmo, fue arrojado del Olimpo a causa de sus desórdenes.