Misterios de “El Principito”
Casi todos saben que la muerte de Antoine de Saint-Exupéry aún queda inmersa en una incertidumbre de la cual parece no se va a salir nunca. En otras palabras, nunca se supo qué llevó al avión del piloto francés a estrellarse contra las aguas del mar Mediterráneo, frente a Marsella. En distintas oportunidades, pilotos alemanes que lucharon en la Segunda Guerra se han atribuido el haber abatido la nave de vuelo del famoso escritor, un avión Lockheed P-38 Lightning. La última “revelación” fue en el año 2008, hecha por el entonces piloto de la Lutwafe, Horst Rippert, quien hasta la fecha indicada contaba con 88 años de edad y estaba jubilado. Rippert sostuvo que disparó contra las alas del Lightning P-38 y le dio, yéndose el avión en picada hacia las aguas marítimas. Esta versión no solo ha sido puesta en duda, sino que, los restos del avión en el que volaba Saint-Exupéry, reconocidos como tales en el año 2004, no acreditan una sola huella indicadora de impacto de bala.
Saint-Exupéry desaparece sirviendo a su patria, el día 31 de julio de 1944. De igual modo que el Principito no temía ante la muerte por su cuerpo (“será como una vieja corteza abandonada. No son tristes las viejas cortezas”), así también el piloto, un día antes de partir de este mundo, dijo sin rodeos: “Si soy derribado, nada lamentaré, en absoluto”.
Como lo hago saber en mi libro El Principito explicado, el joven príncipe “es como la voz de la infancia del propio autor que ahora sale a su encuentro, al encuentro del hombre ya crecido”. En este desdoblamiento de una misma persona, entre el pequeño noble y el piloto, aparece, como lo han observado algunos comentadores, una cuestión llamativa en orden a la muerte del escritor. En efecto, leemos en El Principito que al muchachito le gustaban mucho las puestas de sol, y que cuando estaba triste se consolaba un poco mirándolas. Un día el Principito le cuenta al aviador que vio ponerse el sol cuarenta y tres veces, moviendo al mayor a interrogar: “¿Estabas verdaderamente triste el día de las cuarenta y tres veces?” Y el texto dice que el Principito no respondió. Hay algo misterioso en ese número de puestas de sol. Saint-Exupéry nació el 29 de junio de 1900 y murió el 31 de julio de 1944.
Hay otras cuestiones que a mi modo de ver no son meras coincidencias. El tema de las puestas de sol está ubicado precisamente en el capítulo VI del afamado escrito. El libro empieza registrando la edad del piloto cuando era chico, edad en la que sabía ver más allá de las apariencias: “Cuando yo tenía seis años”. En el capítulo II cuenta el aviador que el panne en el desierto del Sahara fue: “hace seis años”. En el capítulo XXVII (último del libro) se lee: “Y ahora, por cierto, han pasado ya seis años… Nunca había contado esta historia”. Es coincidente con la realidad, pues podemos decir que propiamente El Principito es el sexto libro que escribe el autor francés, su sexta historia después de -en orden cronológico-: Correo Sur, Vuelo Nocturno, Tierra de Hombres, Piloto de Guerra y Cartas a un Rehén. La primera edición de El Principito data del 6 de abril de 1943. Al comenzar el joven príncipe el recorrido interplanetario, dice el texto que se “encontraba en la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330”, esto es, exactamente seis planetas. Y si bien el libro nombra un séptimo planeta identificado con la Tierra, resulta que no es otra cosa que un rejunte magnificado de los demás asteroides visitados, es decir, un lugar en donde se encuentran, según el Principito, “alrededor de dos mil millones de personas grandes”, esto es, conforme a la concepción exuperiana, un sinnúmero de gente superficial.
Teniendo en cuenta lo anterior, me pregunto: ¿por qué habrá elegido ese número? Se sabe que Saint-Exupéry, entre otras cosas, fue un genio en matemática y hasta un prolífero inventor. Se sabe también que se interesó mucho por Pascal. Puede ser, entonces, que haya conocido el simbolismo del número seis, sea a través del gran matemático últimamente nombrado o sea por otro medio, y en razón de ello se movió a aplicarlo en algunas partes de su aclamado libro.
En efecto, el número seis indica imperfección, tristeza, es el número del hombre, precisamente criatura imperfecta. ¿Acaso cuando comienza El Principito, el menor de seis años no se queja de las imperfecciones de los mayores que, entre otras cosas, no podían ver un elefante tragado por la serpiente boa, y que además le hicieron abandonar “una magnifica carrera de pintor”? ¿Acaso el “panne en el desierto del Sahara, hace seis años”, no es algo que causó pena, como todo accidente? ¿Acaso en el capítulo VI, el de las puestas de sol, no se habla de tristeza? ¿Acaso de los seis planetas visitados no emanan imperfección y lamentación, tedio y angustia? ¿Acaso la historia del Principito, que el autor nunca contó sino tras pasar seis años del encuentro con el muchachito, no está cargada de sucesos indeseados, penas y zozobras? Por último, y para los que ignoran el dato: ¿acaso Antoine de Saint-Exupéry no escribió El Principito como exiliado en los Estados Unidos, con esa inmensa pena de saberse lejos de su amada patria, Francia? ¿Acaso no escribió El Principito hundido en la depresión y el hastío, como lo hacen saber varios de sus biógrafos?
Y para apoyar en alguna medida lo expuesto, pienso que calzan justo las palabras de uno de los grandes especialistas en lo referente a El Principito, me refiero a Alain Vircondelet: “La derrota de los franceses, la locura de los hombres, el eterno exilio, el espectro del amor imposible y de las separaciones, la dureza de las relaciones entre las personas, alimentaron la matriz de El Principito más de lo previsto. El proyecto inicial se enriqueció y se encarnó, y lo que debía ser un cuento para niños terminó siendo el testamento espiritual de Saint-Exupéry, como si viese perfilarse en el horizonte días todavía más sombríos y hubiese que encontrar un poco de esperanza a través de la escritura”.