Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

La llegada del Polo Petroquímico a Bahía Blanca

Hace 25 años, en una jornada calurosa y ventosa, como corresponde a nuestra ciudad, Bahía Blanca dio uno de los pasos fundamentales de su historia. No es una lectura de los hechos realizada al amparo del paso del tiempo y con la perspectiva propia de quien mira las cosas desde el umbral del siglo XXI.


 Hace 25 años, en una jornada calurosa y ventosa, como corresponde a nuestra ciudad, Bahía Blanca dio uno de los pasos fundamentales de su historia.


 No es una lectura de los hechos realizada al amparo del paso del tiempo y con la perspectiva propia de quien mira las cosas desde el umbral del siglo XXI.


 Así se lo pensó en aquel momento, el 24 de noviembre de 1981, cuando se calificó a la habilitación de las primeras plantas del polo petroquímico como "la incorporación de la ciudad a la era industrial".


 Cerca de 700 personas participaron entonces del magno acontecimiento, la mayoría de ellas funcionarios llegados de Buenos Aires, cual fue la inauguración de las plantas de etileno de Petroquímica Bahía Blanca SA, y las de polietileno de baja densidad e Ipako SA y Polisur SM.


 De las tres, sólo la primera estaba en marcha, mientras que las otras dos estarían en producción cinco años después (1986).


 El corte de cintas, el tradicional acto simbólico de apertura, fue entonces en gran medida la coronación de un anuncio, de un principio de esa historia ocurrido 13 años antes, cuando dirigentes de una de las principales empresas petroquímicas del mundo eligió a Bahía Blanca como punto de establecimiento de esa industria.


 En 1967, la computadora de la Dow señala una bahía.


 Hacia fines de la década del 60 Bahía Blanca tenía un perfil comercial muy definido. Los pocos proyectos industriales que rondaron la ciudad habían encontrado contundentes motivos de recelo a su instalación ya que aquí no se podían garantizar de buena manera dos servicios claves para cualquier emprendimiento de envergadura: la provisión de agua y electricidad.


 Sin embargo, en 1967, el ministerio de Economía de la Nación recibió un pedido, por parte de una empresa estadounidense, para instalar en Bahía Blanca una empresa petroquímica, con una inversión de rondaba los 40 mil millones de pesos moneda nacional, magnitud que superaba cualquier otra inversión realizada hasta entonces.


 La novedad trascendió y el rumor llegó a esta ciudad. En febrero de 1968 los directivos de la Dow Chemical, tal era la empresa, llegaron efectivamente a este sitio y realizaron el anuncio oficial: Bahía Blanca había sido elegida para instalar su nuevo complejo petroquímico. ¿La clave de tan trascendental decisión?: la respuesta final dada por una computadora.


 Sí. Allá por los '60, cuando pocos y nadie podía imaginar el rol que la computación tendría en los siguientes años, la Dow había realizado una prolija selección de sitios adecuados para radicar su industria, llegando a la instancia decisiva dos espacios: el sur bonaerense, Bahía Blanca en particular, y una zona próxima a Yucatán, en Méjico.


 Suministrados los datos finales a una computadora, ésta procesó los antecedentes y características de cada lugar, dando como "veredicto" que la ciudad bonaerense era la más apropiada para la instalación. ¿Leyenda o verdad? Lo cierto es que Bahía Blanca comenzó de esa manera a forjar su futuro industrial, relacionado con la Petroquímica.


 De inmediato comenzaron las voces de aprobación y también las de descontento, claro. Por un lado, las primeras, nacidas en esta ciudad, conscientes sus instituciones y gobierno de la trascendencia que tendría para el futuro bahiense semejante radicación.


 Las otras voces llegaron desde diferentes sectores de la industria nacional, que no veían con buenos ojos la llegada de una firma extranjera que, decían, los perjudicaría.


 Se estableció entonces lo que algunos llamaron "La guerra del Etileno", aunque lejos estuvo Dow de poner freno a su decisión.


 En varias ocasiones visitaron nuestra ciudad, se reunieron con los jefes comunales de turno, visitaron expertos de la Universidad Nacional del Sur y fijaron sus ojos en aquel sector de cangrejales tan cercano al mar, decidiendo la compra de terrenos en aquel lugar, operación que alcanzaron a concretar.


 Prueba de la paciencia de esta empresa es que recién dos años después de la presentación de su proyecto, el 28 de noviembre de 1969, el gobierno nacional, a cargo del Juan Carlos Onganía, firmó el decreto 6908 que autorizaba su radicación en Bahía Blanca.


 Cuatro meses después, la empresa depositaba una importante cantidad de dinero en dólares como garantía de la inversión.


 En rigor, el proyecto Dow fracasaría: la variable situación económica del país y la pretendida participación de capitales nacionales en el emprendimiento, entre otras causas, hizo finalmente desistir a la empresa, la cual, en 1971, anunció oficialmente su decisión de apartarse el proyecto.


 La novedad cayó como una balde de agua fría entre los bahienses, quienes no permanecerían indiferentes a esta acción y en una activa participación colectiva llegarían al gobierno para que tomara a su cargo la real concreción del polo petroquímico.

"Bahía Blanca de Pie", detrás del proyecto




 Previo al retiro de la Dow, el Estado, a través de algunas empresas propias, anunció su decisión de participar en el proyecto petroquímico local, rebautizando al proyecto industrial como Petroquímica Norpatagónica SA, con la inclusión de Fabricaciones Militares, la compañía naviera Pérez Companc y Gas del Estado.


 De allí que cuando se vislumbró que el proyecto se caía, tras la retirada de la Dow, las fuerzas vivas locales alzaron su voz. En marzo de 1971, el movimiento "Bahía Blanca de pie" reunió a las 162 entidades que la conformaban en dependencias de la Corporación del Comercio y la Industria de nuestra ciudad, para delinear los pasos a seguir buscando que el presidente, Agustín Lanusse, confirmara definitivamente que el Polo se instalaría aquí.


 Porque, además, desde 1968 la ciudad había mejorado sus condiciones, con la construcción del dique en paso de las piedras, la modernización portuaria y la inminente ejecución de una nueva Usina eléctrica.


 Se habló entonces de la "gravitación que la petroquímica tenía en el progreso local" al generar "una nueva dinámica industrial a la región, teniendo bajo su influencia el nacimiento, crecimiento y expansión de un sin fin de industrias subsidiarias".


 Se buscaba entonces que no se postergara esa "gran esperanza de desarrollo".


 Días después se pidió una audiencia al presidente Lanusse, de la mano del intendente Mario Monacelli Erquiaga, quien por su parte arengó a superar el "ambiente de pesimismo" del momento, apoyados en "el batallador espíritu de los bahienses".


 "Bahía Blanca puede ser, y seguramente va a ser, la capital petroquímica de la Argentina. Los bahienses darán una nueva batalla en esta circunstancia y no se dormirán", expresó el jefe comunal.

Lanusse viene y confirma




 En noviembre de 1956 había visitado la ciudad el entonces presidente Pedro Eugenio Aramburu. Los esperaban cientos de bahienses para pedirle que creara la Universidad Nacional del Sur, sobre la base del Instituto Tecnológico del Sur.


 Aramburu, que había ido a tomar un aperitivo a la Central Faiazzo, en calle Alsina, frente a la plaza Rivadavia, debió salir al balcón de esa confitería para saludar a la gente reunida en la calle. Pocos días después, firmaría el decreto fundacional de nuestra casa de altos estudios.


 En mayo de 1971, quien llegó a la ciudad fue otro presiente, Lanusse, y lo aguardaban con enorme expectativa, cientos de vecinos y entidades para pedirle que de manera definitiva se instalara en nuestra ciudad el complejo petroquímico.


 Lanusse visitó entonces al recinto del palacio Municipal, donde funcionara el concejo deliberante, para atender los reclamos locales.


 Las organizaciones reunidas en el grupo "Bahía Blanca de pie", representada por Carlos Sosa, presidente de la Corporación, manifestaron al presidente que la ciudad ya contaba con los elementos necesarios (agua y energía) para atraer industrias, y que definitivamente pretendía ser "Centro nacional de la petroquímica".


 Lanusse dijo entonces dos cosas: por un lado, que Bahía sería "polo de atracción de todo aquel argentino que quiera progresar para mejorar su situación y la de una región muy importante del país" y, por otro, hizo el esperado anuncio: "Mi respuesta es concreta: el complejo petroquímico se va a realizar en Bahía Blanca. El compromiso lo asumo como presidente de la República Argentina". Los aplausos rubricaron el momento tan deseado.


 Un año después, el 18 de noviembre de 1972, el propio Lanusse llegó a nuestra ciudad para presidir la iniciación simbólica de las obras de Petroquímica Bahía Blanca.


 A partir de entonces comenzó una larga historia de idas y venidas, marchas y contramarchas. De la mano de los cambios de gobierno, vaivenes económicos, variables financieras y otras cuestiones propias de una etapa muy complicada de la historia Argentina.


 Sin dudas, un hito en esa historia data de 1977, cuando luego de años de quietud y estancamiento la construcción del Polo renació de sus cenizas al anunciarse la sanción de la ley que declaró "de interés nacional, primera prioridad y urgencia", la puesta en marcha y explotación del complejo petroquímico, "una industria básica a medio realizar, demorada desde hace una década".


 La etapa final estaba en camino. Las cintas se cortaron hace 25 años.

La Dow, tres décadas después




 La empresa promotora de la instalación Petroquímica en Bahía Blanca, con su proyecto de radicación fallido en 1967, hizo realidad su deseo casi treinta años después.


 Fue como consecuencia del proceso de privatizaciones que se llevó a cabo en Argentina en 1995, cuando pudo adquirir Petroquímica Bahía Blanca (PBB), para la producción de etileno, y un año después, Polisur, para la producción de polietileno, empresas fusionadas en 2001 como PBB Polisur.

Primero fue el cangrejal




 "¿Para que sirve el cangrejal de Bahía Blanca? ¿Qué mérito puede tener para nosotros?", se preguntaba en 1895 el periodista bahiense Mariano Reynal, en un hoy singular artículo publicado en el diario local El Porteño, cuya dirección ejercía.


 "A cada momento hablamos de Bahía Blanca y su porvenir, de su futura grandeza, de su desarrollo, progreso y adelanto. Y sin embargo, se deja a un lado lo que en verdad está llamado a ser uno de los barrios más ricos, más activos y populosos de lo que no tardará en ser la gran capital del sur de la república".


 Sí, efectivamente, Reynal se refería al denominado "Cangrejal", desalentadora superficie ubicada en la zona portuaria.


 Había que ser visionario y optimista en 1895 para imaginar de esa manera un espacio como aquel, en tiempos en que cerraba su historia el siglo XIX, con un puerto que cumplía diez años de existencia, creado al impulso y administración de los ingleses del Ferrocarril del Sud, los mismos que habían tendido el riel desde Constitución hasta estas tierras, en una inversión sustentada por los ricos campos de la provincia y que, casi como un hecho secundario para la empresa, cumplió una acción civilizadora indispensable para toda esta región.


 Con ese complejo ferrocarril-puerto, Reynal intuía que esos terrenos invadidos a menudo por las mareas sería "el brillante foco en donde se condense lo más poderoso de la prosperidad bahiense".


 El Cangrejal asumía entonces un carácter de terreno de poca valía, sinónimo de desolación y olvido.


 "Cuando un vecino de la Capital Federal o de La Plata se le pregunta que es Bahía, contesta muy ufano y pagado de su saber: ¡un pequeño pueblo con pretensiones de ciudad, cuyo puerto es un colosal nido de cangrejos!", aseguraba crónica.


 Pero no era cuestión de dejarlos engañar y a fuerza de fe, el hombre no tenía dudas que aquel lugar sería, "dentro de varios años", el sitio donde "inevitablemente" se desarrollaría "la magna obra de nuestro engrandecimiento local".


 Porque así como no todo lo que reluce es oro, bien podríamos imaginar que para este hombre, no todo lo que aparecía sombrío era un desierto. Porque por sobre aspectos geográficos del lugar, su importancia era manifiesta para quien tuviera ojos entendedores.


 "La situación y las circunstancias lo distinguen, lo colocan en condición inmejorable para que se le transforme en terreno firme y sólido, arrebatado al mar una gran zona que hoy domina e inunda. Ese cangrejal que hoy afea al puerto, será mañana un paraje llamado a embellecerlo, a darle animación y mejorarlo", escribió nuestro amigo.


 Así, valga rescatar esta visión de hace 101 años. Cuando llegar al muelle del puerto Comercial permitía observar "ese vasto vivero de cangrejos" que alguien ya imaginaba "transformado en malecones, dársenas y asiento de depósitos mercantiles", llamado a sorprender a sus visitantes, "quienes no podrán por menos reconocer el poder del genio e industria argentina".


 El artículo es extenso y gratificante. Porque hombres como ese, capaces de sacar provecho de una visión que requería de otras miradas, fueron quienes casi sin saberlo estaban escribiendo una historia, fortaleciendo una idea. Un espíritu que, frente a ese espacio, castigado por el viento y el sol, escribió, supo escribir:


 "Los almacenes en donde se depositen toda clase de mercaderías y artículos revelarán el grado de riqueza y poderío de Bahía, que disputará a otras ciudades rivales el dominio del comercio marítimo-comercial del continente americano. Los bahienses se acordarán entonces con gratitud de su cangrejal, cuando este sea un emporio del comercio y de las industrias".


 A quienes les toca ver convertido en realidad aquel designio, seguramente sepan que también está mirando con aquellos ojos de antaño. Dando base, presente y continuidad al sueño de grandeza de tantos hacedores que poblaron esta región.