Bahía Blanca | Viernes, 10 de mayo

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Alfonsín o el cierre de un ciclo radical

El espejo que Raúl Alfonsín paró frente a la Unión Cívica Radical devuelve una imagen contradictoria. El mismo dirigente instalado en el escenario político nacional hace más de treinta años, luego de desplazar a los líderes tradicionales de la UCR, busca ahora erigirse al frente del partido. En 1972, Alfonsín creó el Movimiento de Renovación y Cambio, una línea reformista conformada por grupos juveniles dispuesta a disputarle espacios de poder al sempiterno correligionario Ricardo Balbín. Una década después, al asumir la jefatura de Estado, impulsó en el radicalismo el ingreso de corrientes y figuras de diversas esferas con el fin de oxigenar una estructura articulada alrededor de veteranos caudillos de provincia. Muchos de los integrantes del gobierno alfonsinista jamás habían participado en política de manera orgánica. Hoy, a los 78 años de edad, el ex mandatario desoye el mandato de su propia historia.




 El espejo que Raúl Alfonsín paró frente a la Unión Cívica Radical devuelve una imagen contradictoria. El mismo dirigente instalado en el escenario político nacional hace más de treinta años, luego de desplazar a los líderes tradicionales de la UCR, busca ahora erigirse al frente del partido.




  En 1972, Alfonsín creó el Movimiento de Renovación y Cambio, una línea reformista conformada por grupos juveniles dispuesta a disputarle espacios de poder al sempiterno correligionario Ricardo Balbín. Una década después, al asumir la jefatura de Estado, impulsó en el radicalismo el ingreso de corrientes y figuras de diversas esferas con el fin de oxigenar una estructura articulada alrededor de veteranos caudillos de provincia. Muchos de los integrantes del gobierno alfonsinista jamás habían participado en política de manera orgánica. Hoy, a los 78 años de edad, el ex mandatario desoye el mandato de su propia historia.




 La victoria de la fracción liderada por Alfonsín en las elecciones internas que la UCR bonaerense efectuó para designar candidatos a legisladores, autoridades y delegados al Comité Nacional, lo coloca en inmejorable posición para ocupar la jefatura del máximo ámbito de conducción partidaria, con la excusa de "impulsar la renovación del radicalismo".




 El concepto de "lealtad" se lee subrayado en los manuales de la liturgia peronista. La lealtad a los valores, al dogma, a los símbolos y, en especial, al líder justicialista obra mejor que ningún otro principio de pertenencia al movimiento. Pero, ¿actúa este término con la misma relevancia en la orilla políticamente opuesta, la radical? Una respuesta afirmativa quizá sea la adecuada para comprender un fenómeno que tiene como protagonista al dirigente que digitó los destinos de la UCR desde el advenimiento del Estado de Derecho: Raúl Alfonsín.




 La lealtad que un sector influyente de la Unión Cívica Radical aún le consagra al veterano líder acaso tribute al eterno agradecimiento por el proceso de democratización doctrinaria y práctica que el ex presidente logró consolidar al interior del partido desde 1983. Hasta esa fecha, la tradición política del radicalismo puede definirse como revolucionaria, abstencionista y golpista.




 Porque la UCR emergió al calor de las revoluciones. Nació del levantamiento cívico-militar del 26 de julio de 1890, cuando sus protohombres manifestaron que "el patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país" (Manifiesto de la Revolución del Parque) y desde entonces atravesó vastos períodos en medio de conjuras y conspiraciones. El padre del partido, Leandro N. Alem, trató de alcanzar el poder por la senda insurreccional en 1891 y en 1893, a través de revueltas provinciales.




 La estrecha ligazón de la UCR con sectores militares impulsó el alzamiento de febrero de 1905 que, si bien no tuvo éxito, condicionó la vida política de aquella época. Durante fines del siglo XIX y comienzos del XX, el radicalismo operó por la "intransigencia revolucionaria" en repudio al sistema político vigente, para implantar una democracia representativa por la vía armada. Esta impronta persistió a lo largo de décadas. Ya derrocado Hipólito Yrigoyen, militantes radicales produjeron levantamientos entre 1930 y 1933. El más importante tuvo lugar en diciembre de ese último año, cuando la convención nacional del partido debía reunirse para tratar la abstención electoral.




 La táctica del abstencionismo fue empleada por la Unión Cívica Radical hasta mediados de la década de 1930. La raíz de esa metodología hay que buscarla en los días originarios de la fuerza. Carente de una doctrina coherente, el radicalismo actuó sobre la base de enunciados como el de "abstención" o la negativa a participar en elecciones muchas veces fraudulentas. El suicidio de Alem le permitió a Yrigoyen apropiarse de la dirección del movimiento y profundizar la práctica insurreccional e intransigente hasta la promulgación de la Ley Sáenz Peña, en 1912. Sin embargo, los radicales retomaron la vieja táctica luego de su interludio en el poder. Finalmente, en 1935, Marcelo T. de Alvear logró que se aprobara el retorno a la contienda electoral. El manejo que la UCR hizo de este método fue muy útil para asegurarse el cumplimiento de sus demandas.




 El golpismo sistemático practicado por los discípulos de Alem se explica en el vínculo primigenio establecido entre radicales y militares. Tres coroneles en actividad concurrieron a la primera convención nacional de la UCR. A su vez, la cúpula dirigente de la UCR contaba con oficiales de alto rango, entre ellos el hermano del líder de la agrupación, Martín Yrigoyen. En 1943, en los prolegómenos del golpe contra Ramón Castillo, dirigentes del radicalismo le ofrecieron la candidatura a la presidencia de la Nación al general Pedro Pablo Ramírez, entonces ministro de Guerra. Así, la UCR buscaba neutralizar un posible fraude y constituirse en sostén del nuevo gobierno.




 Las primeras sublevaciones radicales no fueron sino golpes cívico-militares: antiguos hombres de carrera estuvieron presentes en esas rebeliones. La conspiración civil y militar de 1905 fue el primer golpe del Ejército, que estuvo integrado por conscriptos y jóvenes oficiales. Pocas semanas después de la revuelta que derribó a Yrigoyen, la fracción alvearista del partido justificó su derrocamiento.
Este entusiasmo golpista se acentuó desde la segunda mitad del siglo pasado. El jefe de la línea radical unionista, Miguel Angel Zavala Ortiz, estuvo involucrado en el alzamiento del general Benjamín Menéndez de 1951. Cuatro años más tarde, el futuro ministro de Relaciones Exteriores de Arturo Illia trepaba a un avión para acompañar el bombardeo de la Plaza de Mayo.





 Arturo Frondizi cayó debido a una conspiración que incluía a un sector de las Fuerzas Armadas (conocido como "colorado") y a su herramienta civilista, el partido radical, entonces llamado UCR del Pueblo. Esta fracción se vio desplazada de la primera magistratura cuando una variedad de movimientos encabezados por el frondizismo y la otra parte de las FFAA (llamada "azul") derrocó a Illia, que había llegado con el respaldo de Balbín.




 El radicalismo tampoco ofreció demasiada resistencia al golpe de 1976. Mantuvo siempre un canal de comunicación con sus ejecutores. Incluso, acercó dos embajadores de origen balbinista: Rubén Blanco al Vaticano y Héctor Hidalgo Solá a Venezuela, quien luego fue asesinado. También se vio favorecido en el reparto de intendencias: 310 contra 192 peronistas, 109 demócrata progresistas, 94 del MID, 78 de Fuerza Federal Popular, 16 democristianas, 4 intransigentes y 78 de otras agrupaciones.




 Alfonsín se propuso acabar con toda esta cultura política desde su ascenso a la primera magistratura. Los caciques del partido debieron franquear el paso a los entusiastas reformistas. Amparada en el clima de época, la transformación interna encabezada por el entonces jefe de Estado no admitió más confabulaciones antidemocráticas. Pero nada es definitivo. Los vientos de cambio avivados no se diluyeron sólo en el borrascoso final de su mandato.




 La matriz caudillesca sobre la cual el radicalismo asentó su desempeño institucional aún subsiste en la figura del dirigente nacido en Chascomús. La insistencia de Alfonsín por acceder a la dirección de la UCR clausura una trayectoria que hace rato lo convirtió en aquello mismo que supo erradicar. En una parábola inextricable, el ex presidente se postula para promover la renovación de un partido que resiste la purga de sus elementos momificados. La inconsecuencia de su pretensión es evidente. La sociedad jamás comprenderá cómo algunos se obstinan en coronar una carrera sofocados por el peso de sus contradicciones.

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Maximiliano Salerno, residente en Buenos Aires, es licenciado en Ciencias de la Comunicación.