Bahía Blanca | Lunes, 07 de julio

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La curiosa historia del Monumento a la Alpargata en la plaza Rivadavia

Singular propuesta publicitaria, el arco ubicado en la esquina de Chiclana y Alsina se convirtió en el centro de una gran polémica.

Pocas veces en la historia de nuestra ciudad un monumento resultó tan fustigado, criticado y denostado como el construido en el inicio de una de las diagonales de la plaza Rivadavia, más precisamente en la esquina de Alsina y Chiclana, dónde lució sus formas entre 1955 y 1961.

Todo comenzó a fines de 1954, cuando el Concejo Deliberante aprobó el proyecto elevado por el Departamento Ejecutivo –gobierno del ingeniero Norberto Arecco—para construir un arco de 15 metros de altura, de diseño estilizado y sobrio, que además de cumplir un papel como portal de acceso funcionaría de manera estructural sosteniendo un local, ubicado a media altura.

El conjunto formaba una “original iniciativa publicitaria”. Ese cuarto serviría para contener aparatos que proyectarían imágenes y filmaciones sobre la pantalla de vidrio ubicada en su frente. En tiempos que todavía la televisión no existía en la ciudad, la propuesta era completamente novedosa, asimilable a las pantallas de publicidad que hoy pueden verse en varios sitios de la ciudad.

El emprendimiento tomó el nombre de “Telereclam” y fue inaugurado en febrero de 1955 y entonces se habló de “la bella estructura” que llegó para “hermosear la más bulliciosa y concurrida esquina del centro”.

La pantalla funcionaría desde las 8 de la mañana hasta la 1 de la madrugada del día siguiente, aportando un toque distintivo sobre todo en horario nocturno. Además de mostrar publicidades se dijo que se publicarían noticias, “el consejo útil”, escenas deportivas, sociales y políticas locales. 

El arco en construcción, 1954

 “Se puede contemplar el estilizado perfil de la construcción, de atrevidas líneas modernas que, descontando la función útil que presta al transeúnte resguardándolo a los abrazos inclementes de nuestro ígneo sol veraniego o las lluvias heladas de nuestros impíos inviernos, fue concebido como una novedosa atracción, hasta ahora única en su tipo en el mundo, un sistema publicitario original y ágil como lo requiere la nerviosa vibración de la vida actual”, se mencionó.

Ese año inaugural fue acaso su único momento de esplendor. O al menos de ser recibido con una mirada curiosa y simpática por parte de la gente. Pocos meses después, el Telereclám entró en desgracia.

La pantalla y sus primeras publicidades

Cambio de mirada

El año 1955 no fue un año cualquiera en nuestra historia. En septiembre de ese año la autodenominada Revolución Libertadora derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón y puso un manto oscuro sobre toda la obra realizada por el desde entonces nombrado como  “El Dictador prófugo”.

Juliana López Pascual, en su trabajo “Arte, publicidad y propaganda: el Telereclam de la Plaza Rivadavia (Bahía Blanca, 1954-1961)”, menciona que luego del golpe de Estado, la obra fue observada como “una manifestación celebratoria del justicialismo depuesto, exponiendo su lectura a través del prisma ideológico peronismo-antiperonismo (…) y su presencia quedó atravesada por la complejidad “social, política y cultural de la época”

No está claro cuándo, pero el arco publicitario dejó de funcionar como tal y la inventiva popular le encontró un particular apodo: “El monumento a la Alpargata”.

López Pascual reflexiona sobre los alcances de este mote. “La referencia a la alpargata —calzado rústico asociado al trabajo rural y las tareas poco calificadas— buscó generar una valoración negativa: una alpargata no constituía un elemento monumentalizable por su carácter pedestre, irrelevante y grotesco. La nominación volvía a poner en escena la disyuntiva “alpargatas sí, libros no”, en la que las clases tradicionales habían concentrado sus rechazos a la política y la centralidad social de los sectores populares”.

Y como si ser llamado de esa manera no fuera poco, se fueron sumando distintos calificativos, desde “el arco a la inutilidad”, “El monumento a la nada” y “El monumento a la estupidez”.

En 1957 el monumento tomó vida cuando se lo eligió para colocar las banderas de todos los clubes de básquet locales, en ocasión de organizarse en la ciudad el XXIV campeonato argentino de ese deporte.

Luego de años de discusiones sobre su futuro, en 1960, el Concejo Deliberante planteó su demolición. Por entonces la cabina estaba desarmada y ocupado por personas que solían encender fuego en su interior y realizar “menesteres reñidos con el decoro”.

El concejal Luis María Esandi fue el principal impulsor de la idea de quitarlo. “Es necesario, dijo, que desaparezcan estos adefesios. La demolición que paladeamos tiende a devolver a la plaza una fisonomía que nunca debió perder”.

Por decisión unánime a fines de ese año se decidió su demolición. “Finalmente se le animaron al monumento a la Alpargata”, señaló este diario al dar cuenta de la resolución.

Los golpes

Seis grados bajo cero hacía la mañana de junio de 1961 en que los obreros municipales comenzaron con la tarea de demoler una estructura que, se dijo, “estaba construida para durar una eternidad”. Fue la oportunidad además de estrenar un par de martillos neumáticos adquiridos por la comuna, que hicieron más liviana la labor. Una revista de la época hizo una última lectura de la situación.

“El arco estaba ahí, como una suerte de monumento inexplicable. No era el arco de Tiberio ni el Partenón. Era un semiovoide de concreto con un cubo donde hacer dinero con la publicidad. El hombre de la piqueta y el martillo deshizo la tarea del hombre que encofró el cemento”.

Volviendo a una lectura política, la demolición del arco fue acaso un acto más de desperonización de la ciudad. Ya se había vuelto a llamar avenida Colón la rebautizada en 1952 como avenida Eva Perón, el teatro Municipal dejó atrás su designación de “17 de Octubre”, el Hospital Penna dejó de llamarse Eva Perón y volvió a ser El Policlínico, desaparecieron decenas de bustos de Eva Duarte y tanto el Mercado Municipal como el estadio de básquet del club Estudiantes borraron el nombre de Juan Domingo Perón con el cual habían sido bautizados.

El Telereclam pasó rápidamente al olvido. Su existencia fue efímera y pareciera no haber quedado en la memoria de nadie y, se sabe, aquellas cosas que la memoria no guarda es como si nunca hubiesen existido. “Soy eco, olvido, nada”, escribió Jorge Luis Borges.

El detalle matemático

La forma dada al Telereclam no era cualquiera. Desde el punto de vista matemático estaba materializado por un arco catenario, que responde a una ecuación muy particular que recién fue definida en 1961. Por su forma, este arco tiene la capacidad para soportar su propio peso sin colapsar, al redirigir las fuerzas verticales de la gravedad a lo largo del arco para que actúen como fuerzas de compresión.

Uno de los monumentos más famosos resuelto con esta forma es el llamado Gateway ó Puerta al Oeste, diseñado por el arquitecto Eero Saarinem en 1947 y construido entre 1961 y 1963 en la ciudad de Saint Louis, Missouri, Estados Unidos.

Se trata de una estructura de 192 metros de altura, resuelta con acero y hormigón, revestida en acero inoxidable y por el interior de sus patas huecas corre un pequeño tranvía que permite llegar hasta el mirador ubicado en el punto más elevado.