Bahía Blanca | Miércoles, 20 de agosto

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Muerte en el Salón de los Deportes

En noviembre de 1950 tuvo lugar en el Salón de los Deportes una de las peleas más penosas de toda su historia.

La noche del 24 de noviembre de 1950, el joven Mario Storti subió al ring del Salón de los Deportes de calle Soler 444 para disputar su segunda pelea en nuestra ciudad.

Había llegado al país unos meses antes desde su Italia natal buscando hacer carrera en el boxeo.

El Luna Park era todavía inaccesible para él pero encontró la posibilidad de realizar algunas peleas en el Salón de los Deportes, por lo cual no dudó en hacer pie en nuestra ciudad.

Peso liviano, apenas 66 kilos, debutó el 3 de noviembre de 1950, enfrentando al cordobés Santiago Ochiuzzi, que tenía ganados un par de combates importantes. Para Storti era la oportunidad de mostrarse y de que el público bahiense valorara sus condiciones.

“Sabremos esta noche de las bondades del pugilista peninsular, bajo la dirección de Domingo Simoni, y si expondrá la gama de recursos que le han valido la fama de la que viene precedido”, señaló un diario local.

Mario Storti

Era el momento de la verdad, luego de un par de meses de preparación en un gimnasio anexo al Salón. Lleno total aquella noche el estadio, las luces sobre el ring, la expectativa por ver a ese “ragazzo” que había elegido a Bahía Blanca para consolidar su carrera.

Pero aquella presentación no fue de lo mejor y el público se cuidó de dar un veredicto sobre las condiciones de Storti. Es que la pelea tuvo un “imprevisto y prematuro final”.

Storti fue desde el primer momento al cambio de golpes y conquistó algunas ventajas, que se hicieron más visibles en el segundo round, que fue el último. Es que mediante certeros golpes en la línea baja, le hizo sentir el peso del castigo a Ochiuzzi, quien cayó sobre el final del round, tras recibir un supuesto golpe bajo. El juez acordó una tregua para que se recompusiera y luego de un minuto lo llamó a combate. “Se produjo entonces una indecisión y como Ochiuzzi no se disponía al combate el árbitro levantó la mano de Storti”.

Se retiró así victorioso el italiano, ante un público que lo aplaudió pero que entendía que debía haber ganado con limpieza y no en una situación semejante.

El Salón, Soler 444, un clásico de la cudad.

La segunda pelea

Atendiendo que la pelea con Ochiuzzi fue tan corta y buscando consolidarse, Storti acordó rápidamente con los dueños del Salón una segunda presentación.

Esta vez enfrentaría a Aníbal Di Santi, un boxeador de segunda categoría, que había perdido la mayoría de sus peleas pero que tenía el antecedente de haber peleado, dos meses antes, contra José María “El mono” Gatica, encuentro realizado en Comodoro Rivadavia y donde apenas aguantó un round.

Di Santi, a la derecha, en el Luna Park, dos meses antes de su presentación en Bahía Blanca.

Los promotores se encargaron de dar publicidad a una pelea que, se dijo, “habrá de despertar interés entre los aficionados al viril deporte por ser dos boxeadores que vienen cumpliendo destacadas performances”.

El público esperaba con ansiedad la actuación de Storti ante este rival “más serio”, que era profesional y al que calificaban como “fuerte, entusiasta y resistente al castigo”.

El pronóstico, considerando a los contendientes “recios y pujantes”, anticipaba “una encarnizada brega”, y la posibilidad certera de un KO.

Esa noche el Salón estaba a pleno, ocupado el ring side en su totalidad así como los tablones de la popular. LU2 radio Blanca y LU7 radio General San Martín trasmitieron la pelea. Cerca de la medianoche sonó la campana, los entrenadores retiraron los banquitos y bajo la potente luz del ring los dos livianos iniciaron el combate.

El peor final

De Santis marcó el ritmo de entrada. Fuerte, agresivo y decidido atacó a un Storti, que pareció sorprendido por el planteo y no supo o no pudo como encauzar el trámite.

En el tercer round la pelea era poco menos que un despropósito. De Santis castigaba sin piedad al italiano, que salió a disputar el cuarto asalto en pésimas condiciones, “sometido a un ataque constante, sin posibilidades de ninguna naturaleza”.

En ese momento el público comenzó a manifestar su desagrado, queriendo evitar “un castigo abrumador y de posibles derivaciones”. Sin embargo el rincón de Storti no reaccionó y el italiano volvió una y otra vez a la lucha, “en base a un extraordinario espíritu, tan plausible como peligroso”.

Cuando se cumplía el octavo round el griterío de la gente era ensordecedor y el árbitro finalmente decidió poner punto final “al ingrato espectáculo”. La gente que presenció el combate se quedó con un sabor amargo, por la paliza del local y por ver al boxeo convertido en algo que no se correspondía con ese deporte. Nadie sin embargo tomó cuenta de la gravedad del estado físico final de Storti, que se quedó sentado en su rincón tratando de recuperarse.

Al otro día un periodista daba su opinión sobre la pelea. “La guapeza debe tener un límite, en especial en el pugilismo. No hay que exagerar la nota exhibiendo un cuadro de violencia que constituye un espectáculo ingrato. Storti recibió un castigo abrumador y necesita ahora tomar un descanso prudente y entender que la derrota no significa un desmedro de sus aspiraciones”.

Durante la semana siguiente no hubo novedades sobre su estado ni tampoco preocupación alguna. De hecho el Salón dio a conocer su programación de la semana siguiente. Nadie imaginaba que el castigo recibido le había generado un derrame cerebral y que su estado era crítico. Primero fue atendido en el hospital Municipal y luego trasladado a Buenos Aires. La noche del 11 de diciembre de 1950, 17 días después del combate, llegó la noticia de su fallecimiento. Nunca se pudo recuperar del daño sufrido.

El salón de los Deportes hizo público su pesar “por la desaparición de un hombre joven, atléticamente dotado y de una valentía sin medida”, y suspendió sus actividades por dos días. Julio Gómez, uno de los propietarios, viajó a Buenos Aires y acompañó al boxeador a su última morada.

Di Santi, el resto

No es fácil cargar con una muerte en el ring. Di Santis siguió con su carrera, aunque sus allegados aseguran que lo ocurrido lo marcó para siempre. En marzo de 1951 volvió al Salón, enfrentando al puntaltense Pedro Ganio, a quien derrotó por puntos en diez asaltos, luego de una pelea en la cual “se castigaron con intensidad”. Fue una de sus últimas peleas.

 En 2019, el director cinematográfico Meko Pura, de Frontera, Santa Fe, tomó conocimiento de la vida de Di Santi. En particular de dos hechos: el haber peleado contra Gatica –con el mono ya convertido en leyenda— y el haber realizado, según comentó Pura, “el asesinato perfecto”, que es matar sobre un ring.

De Santi en 2019.

Hizo entonces un cortometraje sobre su historia, con varios testimonios, incluidos el del propio De Santi. El trabajo lo tituló, “Aníbal, justo una muerte”.

El mismo puede verse completo (gentileza de Meko Pura, su director), en https://www.tokyvideo.com/es/video/anibal-justo-una-muerte-2017-pelicula-completa-gratis

De Mario Storti quedan pocos testimonios de su vida. Una postal que entregó a los diarios locales, el comentario de época de sus peleas en el Salón y el recuerdo que hace algunos años hizo el periodista Luis Pedro Ponte. “Storti era una excelente persona, un buen muchacho, al que traté muchas veces. Recuerdo que la pelea tuvo un intenso intercambio de golpes y se veía que Di Santi era más fuerte. Hasta que en la octava vuelta cayó otra vez y no pudo levantarse. Murió unos días después. El sabor amargo de aquel desenlace nos duró mucho tiempo”.

El muchacho italiano que vino a buscar la gloria encontró en un cuadrilátero el final de su vida.

Osvaldo Principi: Una entre muy pocas muertes

La página Boxrec.com tiene registrado a Storti con siete peleas realizadas en Europa, de las cuales ganó 4 y perdió las 3 restantes. Su debut fue en junio de 1949, ante Marcelino Ribot, en el club Grand Price de Barcelona, a quien derrotó por KO. Se despidió del viejo mundo en Roma, derrotado por puntos por Umberto de Carlo.

En cuanto a su fallecimiento, no existe una estadística oficial sobre hechos fatídicos similares sucedidos en el país, pero es posible que se cuente entre las primeras víctimas de este deporte.

Consultado sobre el tema el periodista Osvaldo Principi, un referente en la materia, señaló que desde 1892 a la fecha “no hubo muchas muertes, por suerte”, mencionando un estimado de una cada 10 años. “Conocer el número con exactitud es parte de un revisionismo extenso que llevaría mucho tiempo efectuarlo”, señaló.