Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

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Juan Díaz de Solís entra en el Río de la Plata

No es posible comprender nuestra historia pensando que comenzó con Colón y Solís. Esa visión es la que asimila nuestro país a una obra europea.

   Buscando un cruce interoceánico, barcos al mando de Juan Díaz de Solís remontaron el Río de la Plata, el “Mar Dulce”, en 1515. Doce años después, Sebastián Caboto fundó el primer asentamiento a orillas del río Paraná, cerca de la desembocadura del actual Carcarañá. Hernán Cortés había iniciado la conquista de México en 1519 y, en 1531, Francisco Pizarro llegó al Perú. Casi simultáneamente Magallanes se preparaba en España para dar otro paso fundamental. 

   Portugués y buen servidor de su rey, pasó en 1518 al servicio del de España, con quien firmó una capitulación para realizar el objetivo que lo obsesionaba: encontrar un paso hacia las islas Molucas. Zarpó con cinco naves en 1519. En enero de 1520 entró en el Mar Dulce de Solís y descubrió el río Uruguay. Siguió hacia el sur, invernó en San Julián, donde reprimió sangrientamente una sublevación de sus capitanes –primera sangre española derramada en tierra argentina–, se detuvo otra vez en el estuario del río Santa Cruz y el 21 de octubre descubrió el estrecho que lleva su nombre.

   Entretanto, Cortés y Pizarro avanzaban en sus respectivas campañas. Ambos tardaron solo dos años en batir a los imperios azteca e inca. 

   México y Lima se convirtieron así en las principales ciudades españolas en América y capitales de sendos e inmensos virreinatos, el de Nueva España y el del Perú. En tierras de este último, a mediados de ese siglo, un hecho cambió el curso de la historia: se descubrió un gran yacimiento de plata en el cerro de Potosí, en la actual Bolivia. 

   El trabajo forzado de los aborígenes y, después, el ingreso de esclavos negros capturados en África, permitieron que el Potosí rindiera frutos inesperados: sus vetas parecían inagotables y todo el imperio español se sostenía con su explotación.

Buenos Aires y Potosí

   La existencia del Potosí dio sentido también al asentamiento de Buenos Aires. Fundada por primera vez en 1536 por Pedro de Mendoza, fue despoblada en 1541. Casi cuatro décadas después, Juan de Garay refunda el puerto para “abrir las puertas de la tierra” y dar salida a un metálico indispensable, pero muy pesado. El camino de Potosí hacia el sur es largo, pero casi todo llano: Salta, Tucumán y Córdoba serán las postas para un tránsito seguro.

   La ruta que se usaba hasta entonces obligaba a cruzar la Cordillera en la zona del Altiplano, llegar a Lima, embarcar hacia Panamá y hacer un nuevo cruce terrestre: un derrotero tortuoso y antieconómico. La Villa Imperial de Potosí será, en adelante, la verdadera capital económica y política de América del Sur, aunque el virrey resida en Lima, por entonces denominada la Ciudad de los Reyes. 

   En Potosí el lujo y el derroche contrastaban notablemente con la expoliación salvaje del nativo mediante el régimen de la mita: centenares de mineros y comerciantes amasaron fortunas fabulosas; solo una parte de ellas alimentaba a la Corona y la inmensa burocracia militar, administrativa, religiosa, judicial y militar de la corte imperial de los Habsburgo asentada en Madrid. Cuando comienza la decadencia de la mina, justamente, la Corona divide el virreinato y estructura el del Río de la Plata con Buenos Aires como capital, en 1776. Entonces, el polo demográfico y de desarrollo, antes minero, cambiará drásticamente en favor del litoral argentino, dedicado al comercio portuario (o porteño), tanto legal como ilegal, y la ganadería. Una burguesía distinta comenzaba a hacerse fuerte en estos rumbos tan alejados de los poderes políticos y económicos de Europa.

   En el Río “de la Plata” que da origen a un país llamado “Argentina” –por su supuesta riqueza en plata, justamente (argentum)– el período que comienza con los avistajes de Solís (y su muerte) y culmina con las invasiones inglesas de 1806 y 1807 está lleno de pasiones y luchas intestinas. 

   Es, además, cuando se fundió nuestra primera matriz genealógica: es la Argentina de los criollos morenos en la que predominaban los habitantes con tez color “café con leche oscuro” –propio de una sociedad que mestizaba españoles, con aborígenes y con negros–; que, con el correr de las décadas, un par de siglos después, pasarán a caracterizarse por su tono “té con leche”.

Solís y Del Puerto

   El capitán de aquella primera expedición en el Río de la supuesta Plata morirá trágicamente; pero un tripulante dejará huella, que podríamos decir eterna. En efecto, en 1515 los barcos comandados por Juan Díaz de Solís hicieron boca en el “Mar Dulce”, el estuario más ancho del mundo. Balboa había descubierto el Océano Pacífico poco antes y esta misión tenía el objetivo de buscar un enlace entre ambos océanos. Solís desembarcó en la margen oriental y murió en combate con los aborígenes (querandíes o charrúas). La expedición regresó, excepto uno de sus hombres, que permaneció en tierra. 

   El primer contacto establecido, por lo tanto, fue belicoso, y Francisco del Puerto, el español que permaneció en la comarca –pasará muchos años entre los aborígenes– tendrá el honor de ser el primer habitante blanco de la región. Tras un naufragio en Santa Catalina, otro reducido grupo se salvó nadando hasta la costa. Uno de ellos, Alejo García, escuchó a los indios hablar de las “Tierras del Rey Blanco” y se dirigió hacia ese lejano país, en la zona del Alto Perú.

   A poco de iniciar su travesía corroboró la existencia de metales preciosos y divulgó la noticia, que se convertiría en leyenda, más aún porque el mismo García resultó muerto cuando regresaba. A medida que la novedad corría de boca en boca, las riquezas vistas por García crecían en la mente de muchos hasta convertirse en obsesión.

Gaboto y García

   En 1526, con iguales intenciones, Sebastián Gaboto (o Cabot, como él firmaba) remonta el río Paraná y funda el primer fuerte en el actual territorio argentino, el de Sancti Spiritu, cerca de la actual ciudad de Carcarañá. 

   En realidad, el marino debía haber seguido la huella abierta poco antes por Magallanes, descubridor del paso interoceánico en el sur del continente. Pero tanto Gaboto como Diego García –otro navegante que incursionó en el Paraná– fueron seducidos por la búsqueda de oro y plata y trataron de penetrar por el río Paraguay hasta la boca del Pilcomayo. Al no poder establecer con certeza el camino hacia la zona buscada, y después de serias rencillas entre ellos, retornaron. Sancti Spiritu, entretanto, había sido destruido por los guaraníes. 

   Desde entonces, la búsqueda de una vía para llevar al Atlántico las riquezas aseguradas por la conquista del Perú por parte de Francisco Pizarro se convirtió en una constante. La Corona elaboró además un plan de conjunto para conquistar la parte Sud de América. El 21 de mayo de 1534, en Toledo, se firmaron simultáneamente cuatro capitulaciones: con Pizarro, Diego de Almagro, Pedro de Mendoza y Diego de Alcazaba. 

   Por ellas se otorgaron 270 leguas al primero y 200 leguas a cada uno de los restantes, consecutivas, medidas desde la costa del Pacífico hacia el este hasta la “línea de Tordesillas” pactada con Portugal. Quedaron delimitadas así cuatro regiones. A Pizarro le correspondió Castilla de Oro, una franja costera desde el Ecuador hacia el sur; continuaban en la misma dirección las tierras capituladas con Almagro, llamadas “Nueva Toledo”, que llegaban hasta el norte de Chile. 

   Las siguientes doscientas leguas correspondían a Mendoza y se extendían sobre “las tierras y provincias del Río de Solís y de las que estuviesen en su paraje”, o sea, el Río de la Plata, el Chaco y casi todo el Alto Perú. Por debajo del paralelo 36 se marcaba el territorio de “Nueva León” capitulado con Alcazaba. 

   Como señalan Floria y García Belsunce, “a partir de este momento, puede darse por terminado el proceso exclusivamente descubridor y se abre el de la conquista de los territorios americanos, ya iniciada en otras regiones por hombres como Cortés, Alvarado y Pizarro”.

La leyenda de la Plata

   La inquietud causada en España por la suerte de esta expedición (la de Solís), facilitó otra que preparaba el italiano Sebastián Gaboto con fines mercantiles y el apoyo económico genovés e inglés, teniendo por meta las Molucas. 

   Llegado a Pernambuco se encontró Gaboto con un tripulante que fuera de Solís y dedujo que el continente americano le podría brindar iguales beneficios con menos riesgos; abandonando la búsqueda de Loaysa, a la que se había comprometido, penetró en el río de la Plata en abril de 1527, exploró el río Uruguay y remontó el Paraná, levantando cerca de la desembocadura del Carcarañá el fuerte Sancti Spiritus, primer asiento europeo en el Plata. 

   Descubrió luego los ríos Paraguay y Pilcomayo y recogió la noticia de la Sierra de la Plata que estaba destinada a ejercer en el espíritu de los conquistadores una influencia similar a la que las islas Molucas habían tenido sobre el alma de los descubridores. Ignoramos si Gaboto conoció la leyenda de la plata en su encuentro de Pernambuco, pero es evidente que por ella permaneció casi dos años en la región, explorando ríos. 

   Allí se encontró la expedición de Diego García, quien también sucumbió al encanto de la leyenda y se unió a la búsqueda. Por fin enviaron al capitán César por tierra, con el mismo fin. Éste llegó hasta la actual provincia de Córdoba y regresó con las manos vacías, lo que determinó a los expedicionarios a regresar a España.

   Parece ser, si seguimos a Canals Frau, que otros de los hombres de César regresaron cuando la expedición había partido y volviendo sobre sus pasos se internaron hasta la cordillera, la cruzaron y marcharon por Chile hasta el Perú donde encontraron a los hombres de Pizarro, quienes habían entrado en 1532 en tierra de los Incas. Así nació la leyenda de los Césares, competidora en atracción con la de la Sierra de la Plata; pero lo positivo es que los datos de estos extraordinarios caminantes parecen haber servido a las futuras penetraciones de los conquistadores en territorio argentino. Si la fundación fugaz de Sancti Spiritus fue la señal prematura de la ocupación española del Río de la Plata, la marcha de los Césares parece haber sido la prematura unión de las dos corrientes descubridoras y la apertura de la primera ruta entre el Perú y el Plata. 

   Desde estas expediciones en adelante nuestra tierra se conoció con el esperanzado y metálico nombre de su río, del que deriva el de Argentina, consagrado por las obras de Martín del Barco Centenera y Ruy Díaz de Guzmán. 

C. Floria y C. García Belsunce, Historia de los Argentinos, El Ateneo, 2014