Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El espanto de un ego social desinflado

“Aquella noche apretaron todos el botón de 400 voltios sobre la humanidad inerme del joven yaciente en indiferente vereda.”

   Que muerte en manada, que emboscada en Villa Gesell, plan previo para matar, corralito impediente de auxilio, personal de seguridad  impávido ante los hechos, personal policial que debió actuar y no lo hizo -dice que debió acudir a una pelea a una cuadra de allí-, maniobras de reactivación violentas por policía, “quédate conmigo” de una adolecente que lo clamaba al ejecutar un RPC tan idóneo como intempestivo. Tres años de una IPP mediocre con presos VIP y un “negro de mierda” discriminado hasta la muerte como “trofeo” reiterado. ”Caducó… Vamos a cambiarnos de ropa, chuparnos la sangre de los dedos y a comer algo”. ¿Asombro? 46 años antes, Stanley Milgran en la Universidad de Yale, de los EEUU, en el “estudio comportamental de la obediencia”, midió la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad o del jefe de un grupo o de la respuesta “aprendida” por ser el hábito que tenían incorporado como dinámica de grupo los integrantes de este. 

   Milgran busco con ese experimento responderse si Eichman y su millón de cómplices en el Holocausto solo estuvieran actuando de acuerdo a ese mandato expreso (orden del Jefe) o tácito (aprendido como conducta habitual en casos similares ya que la costumbre es la segunda naturaleza del ser humano). 

   En el experimento, el investigador persuade al participante para que este creyera que son descargas eléctricas dolorosas a otro sujeto al que vera sufrir a través de un vidrio, el cual es un actor que simula recibirlas. Los participantes ignoraban que era para un experimento sobre obediencia expresa o tácita a una autoridad. El “participante” observa cómo al “voluntario” se le colocan electrodos en su cuerpo y se le señala que las descargas eléctricas pueden ser muy dolorosas. Se le advirtió que sería grabado y no se podría negar lo ocurrido.

   Comenzó con una descarga de 45 voltios. El voluntario cree que la descarga es real, cuando en realidad todo es una simulación. En el experimento original los participantes llegaron a aplicar descargas de 450 voltios. Antes del experimento Milgran hizo una encuesta con adultos y estudiantes. 

   Todos concluyeron –erróneamente- que la mayoría solo alcanzaría los 130 voltios y que unos pocos  sádicos aplicarían el voltaje máximo de 450 voltios. Ninguno paró en los 300 voltios, en que el voluntario dejaba de dar señales de vida. En 1981,Tom Peters y Robert Waterman escribieron que el experimento Milgran y el posterior Zimbado de la Stanford University eran aterradores, y que revelaba ”el lado oscuro de la naturaleza humana”.

   ¿Los femicidios cada 30 horas? ¿Los asaltos a jubilados con violación de ancianas incluidas? ¿Los millones de asesinatos de niños indefensos por nacer ahora “legales y seguros”? Estamos en el estado “irahólico” que toda sociedad exhibe cuando necesita recomponer su ego desinflado. 

   Revela así nuestra naturaleza humana, oculta tras el espíritu justiciero de un pueblo pasmado. Aquella noche apretaron todos el botón de 400 voltios sobre la humanidad inerme del joven yaciente en indiferente vereda. Tan humanos y tan obedientes a la “conducta esperada” con la impronta líder de Thomsen o la mera dinámica de grupo de pertenencia hecha conducta aprendida, licuando así el “todos” meramente dialéctico de la querella.