Bahía Blanca | Domingo, 19 de mayo

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Juan García: “Si bien estoy jugando el último cuarto, todavía me quedan algunos años”

El entrenador y El Nacional cortaron un vínculo de 27 años ininterrumpidos. Cómo lo está procesando, el balance del recorrido, su vida y el básquetbol, la soledad, el éxito y más.

Momento de parar la pelota. Fotos: Pablo Presti y archivo-La Nueva.

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_


Aquel jueves 22 de febrero de 1996, a las 22:34, el entrenador Juan García formalizaba su vínculo con El Nacional.

El acuerdo, sellado en oficinas de las instalaciones de calle Chiclana al 600, era inicialmente por dos años. Finalmente, se fue renovando y se extendió durante 27, hasta que llegó el punto final.

Firmando el vínculo, en 1996.

Tenía, entonces, 36 años. Hoy, esta "separación", lo encuentra con 63.

—¿Cómo estás?

—La verdad que bien. Primero, porque lo tenía asumido desde hacía unos meses y segundo, básicamente, por la necesidad de descansar en enero, porque este año fue bastante estresante. Había menos gente trabajando, muchas cosas que hacer y más cantidad de jugadores que otros años.

—Cuando te referís a que había menos gente, ¿significa que a través de los años fuiste asumiendo una mayor responsabilidad dentro del club?

—Bueno sí, trascendió un poco la parte deportiva, porque las dirigencias con el tiempo se van cansando y desgastando un poco. A veces hay renovación y otras no, pero las cosas del día a día hay que continuarlas. Por eso fue un poco el compromiso de todo el cuerpo técnico, quizá un poco más enfatizado en la parte personal.

—¿Qué puerta, literalmente, fue la que más te costó cerrar por última vez?

—Terminamos con un asado después del último partido y al día siguiente, tras algunos comunicados de la prensa, recibí una catarata de mensajes, varios me tocaron mucho, porque se trataron de jugadores, ex jugadores, dirigentes de otros clubes... Fue un momento muy lindo.

—¿Qué pasa hoy cuando te levantás y no tenés que ir para El Nacional? ¿Lo asumiste?

—Creo que va a pasar a partir de febrero, porque en enero la reja del patio de mi casa siempre fue el límite. Posiblemente habrá alguna vez que, sin darme cuenta, estacione cerca. Somos gente de costumbres y hábitos.

—¿Cómo estás atravesando el momento desde lo sentimental después de tantos años?

—Lo excepcional de esto fue la permanencia, porque es normal que los entrenadores cuando termina la temporada mueven de clubes o pasen a estar de activos a inactivos. En este caso viene precedido de más de un cuarto de siglo, donde no fue impuesto por nadie, sino de común acuerdo. Y repasando un poco eso, me di cuenta de que estuve en muy pocos clubes y en cada uno, gran cantidad de años: 5 en La Falda, 9 en Olimpo y ahora 27. Quiere decir que así como la personalidad o circunstancia de trabajo de algunos entrenadores hace que cambien cada año o dos años, a otros, evidentemente, nos gusta asentarnos en un lugar. 

—¿Te sorprendió la decisión del club?

—Diría que no y que no fue una decisión unilateral, sino bastante en conjunto, porque me di cuenta de que no íbamos a seguir juntos más que hasta el término de la temporada.

—¿Esto de alguna manera tuvo que ver con el distanciamiento del dirigente Gustavo Iraola, quien siempre estuvo de tu lado?

—Su alejamiento, no sólo de él sino del grupo que tenía, que a veces se renovó y otras no, tuvo que ver que dio entrada a otro grupo. Posiblemente haya tenido que ver eso. Yo estaba muy identificado con su filosofía, con su trabajo, con lo que él veía del básquet y era prácticamente lo mismo que veía yo.

Juan y el directivo Gustavo Iraola.

—En la desvinculación de un entrenador siempre existe algún gris. ¿Es imposible que un técnico termine un ciclo sin ninguna diferencia con un club?

—Me imagino que ese gris que aplicaste existe en todas las relaciones que se interrumpen: dos socios de una empresa, dos amigos, una pareja, dos compañeros de equipo o esta relación de entrenador-club. Pero es infinitamente inferior a todo lo vivido, así que cierro esta etapa que ni siquiera estoy seguro de que pueda ser definitiva, porque las puertas se pueden volver a abrir en algún momento. Pero las cierro con felicidad, porque reconozco que todos estos años, y es algo que estoy seguro que comparte la gente que me vio trabajar en el club, se tomaron las mejores decisiones que se debían tomar, ya sea un entrenamiento más, hacer tantos cambios como fueran necesarios durante un partido o pedir tantos minutos, de modo tal que, con aciertos y errores se hizo lo mejor posible, dejando el mayor esfuerzo. Por eso, El Nacional, con los amigos que he dejado, pasa a ser parte de mi pasado que no me interesa demasiado revolver y sí mirar para adelante. Si bien estoy jugando el último cuarto como entrenador, todavía me quedan algunos años y, básicamente, los deseos y la salud para poder trabajar.

García, junto a Emiliano Iraola, José N. Ojeda y Juan Zunino.

—Los entrenadores piden proyectos y eso demanda tiempo. Vos lo tuviste. ¿En tantos años cumpliste los objetivos?

—Varios clubes de Bahía y del país son centenarios. La actividad no empieza con la llegada de un entrenador y no termina con su salida. Y lo que tienen en común es que los clubes mutan tratando de mantenerse saludables. El Nacional hizo un gran recorrido: pasó por mejorar su propia cantera y que nos permitió competir entre lo mejor de Bahía, disputar varios años las finales de la Liga Juvenil, recorrer la Liga Nacional, gracias al esfuerzo de la dirigencia sumar una cancha para Bahía y la barriada estratégica que nos permitió despedirnos con casi 325 jugadores activos. En el futuro, las personas encargadas sabrán qué hacer y cómo seguir conduciendo los destinos del club.

—¿Te quedó algo pendiente?

—Mmm... No, no. En lo deportivo hubo años mejores que otros. Varios con campeonatos de Segunda, de Primera; los años del básquet profesional fueron dorados, las cuatro temporadas en semifinales del TNA, de las cuales dos pasamos a la final y una hicimos ascenso y campeonato. En la Liga Nacional nos fue más bien que mal, pero tuvimos que dejar. Y tuve muy buena relación con mis compañeros de trabajo, cuando llegamos a ser 14 entrenadores trabajando juntos.

—¿Te sentiste más identificado con el técnico del básquet profesional o con el de divisiones formativas y del ámbito doméstico?

—Cuando estuve en uno realmente extrañé mucho al otro, pero si tuviera que pesarlo en una balanza, te diría que era más lo que extrañaba el día a día del club, ver las categorías, estar con los chicos...

—¿Eso significaba, de alguna manera, perder las riendas del desarrollo o simplemente te pasaba por una cuestión de distancia?

—Más que nada una cuestión de distancia y afecto, de estar cerca de los equipos, intervenir en las prácticas y demás, pero a la vez es evidente que existió un desbalanceo y eso no supimos corregirlo del todo en el momento. Los últimos años fueron sin localía en el básquet profesional, de modo que pasábamos cuatro días viajando y en Monte Hermoso, con uno de descanso. Ese período costó un poco.

—Muchas veces los técnicos deben consensuar con los dirigentes en diferentes aspectos, ¿vos impusiste tus ideas y pensamientos o estuviste abierto tanto cuando participaron a nivel profesional como en el proyecto de básquet en el club?

—El consenso fue lo más sabio que desarrollamos. Tuvimos nuestras discusiones, pero imponer, nunca. Y la dirigencia fue tan sabia que jamás quiso imponer algo. En el básquet profesional los límites eran los económicos y que tuviéramos el mismo perfil de jugadores, que fueran ejemplo para el club. Nos costó acomodarnos, normal, pero siempre en un tono educado y con la premisa de que, aunque a veces no pensáramos igual, todos queríamos lo mismo.

—¿Te reprochás algo de este tiempo?

—En general no. 

—¿Estás dispuesto a armar el bolso y emigrar o tenés expectativas de trabajar en Bahía?

—Se me ocurre que en Bahía actualmente están los lugares bastante cubiertos. No tengo mayor problema en dejar la ciudad, no tengo una responsabilidad familiar como en otros momentos, aunque lo cierto es que cuando me voy de Bahía empiezo a extrañar el básquet, el barrio, la gente amiga y demás. Si pudiera trabajar en Bahía, mucho mejor.

—¿Qué debe ofrecer un club, más allá de lo económico, para que le interese a Juan García?

—Que pueda venirle bien mi trabajo, mi experiencia y mis consejos. Recibí un ofrecimiento que después no se concretó, porque ese club no tenía previsto mi situación de quedar en libertad y le contestaron positivamente tras hacer otra oferta. Lo primero que respondí fue “estoy a disposición y sería un honor trabajar en ese club o en el que me requiera”.

—¿Te fuiste tranquilo pudiendo mirar a todos a la cara o existió algo que te impidió cerrar el círculo como hubieses preferido?

—Está muy bien cómo terminó. Con un tremendo agradecimiento al grupo de Gustavo, quien se hizo cargo de todas las situaciones, desde su esfuerzo personal, y que de hecho lo sigue haciendo.

—Hace un tiempo me dijiste que te habías amigado demasiado con la soledad, ¿esto de no tener un trabajo estable como entrenador lo acentuó y te hace mirar algo más hacia adentro?

—Posiblemente; siempre hay que replantear cosas. Y también dije que no podía vivir sin el básquet, así que vamos a tratar de seguir con el básquet.

—El básquet es tu vida.

—Es una gran parte de mi vida y mis ocupaciones, es el impagable placer de poder trabajar de lo que a uno le gusta.

—¿Te seguís sintiendo un afortunado?

—Un exitoso más que un afortunado.

—¿Qué encierra para vos la palabra exitoso?

—Haberme desarrollado. En un momento suspendí el estudio y dejé alguna actividad, inclusive, en la que pintaba bien, para dedicarme, hace casi 40 años, a otra que ni siquiera era paga. Haber hecho una carrera con eso, no me da más que una serena felicidad.