Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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El hombre que amenazó a Gay volvió al Municipio: el delicado operativo para detenerlo

Se trata de un paciente psiquiátrico. Al no existir una orden judicial, por su condición no pueden arrestarlo. Finalmente lo llevaron atado, en una ambulancia.

Fotos: Pablo Presti - La Nueva.

   Más de 20 policías de distintas fuerzas, al menos seis móviles policiales, entre autos, camionetas y motos, y una tensa espera de más de una hora frente al palacio municipal fueron necesarios para detener, por segunda vez en el día, al joven que por la mañana había amenazado con matar al intendente Héctor Gay.

   El muchacho de 18 años, paciente psiquiátrico, ya había sido detenido por las fuerzas de seguridad sobre el mediodía, después de advertir que quería agredir al jefe comunal -quien no está en Bahía-, al personal policial e incluso atentar contra su su propia integridad física, con un palo y dos cuchillos tipo navaja. Había sido inmediatamente enviado al Hospital Municipal donde, debido a su condición, es una persona ya conocida por el personal médico.

   Como ingresó por una puerta, prácticamente salió por la otra: al ser mayor de edad, y más allá de tratarse de una persona con trastornos mentales, de no mediar una decisión judicial todo se resume a su propia voluntad, a lo que quiera hacer. Por lo tanto, se fue sin recibir atención médica.

   Así, 90 minutos más tarde de que lo hubieran detenido, se encontraba nuevamente en las escalinatas del palacio municipal.

   Gorra visera, ya sin la remera azul, malla camuflada gris y negra, y zapatillas. En un primer momento se instaló en las escaleras y después, charla mediante con las fuerzas de seguridad -que lentamente iban acrecentando su cantidad-, se cruzó de vereda y se instaló bajo la pobre sombra de uno de los árboles de la vereda de la plaza Rivadavia. En principio armó una suerte de puesto de ventas, tipo mantero, puso música con un parlante portátil, pidió un cigarrillo a alguien que estaba por las inmediaciones y se quedó ahí, gritando, moviéndose, golpeando el árbol, yendo y viniendo.

   En la base de la planta, un cartel: “Ayuda. Tengo tres meses de vida por un doctor. Estudios clínicos de corazón, cabeza y 50% del cuerpo. Necesito un neurólogo de urgencia. Dios te ama. Dios es amor”, impreso en letras negras sobre fondo blanco.

   Al ver el despliegue policial, siempre preventivo, la gente empezó a pasar por el frente de la municipalidad y quedarse: algunos filmaban, otros se sentaban en la pared lateral del edificio y otros preguntaban qué pasaba. El tránsito vehicular, no muy fluido en esa hora, seguía transcurriendo. Enfrente, el muchacho gritaba, acusaba a la policía de haberle roto la rodilla y parte de un brazo, y movía nerviosamente una botella de vidrio de Gatorade.

   “Vino el sábado pasado y nos dijo que tenía una granada para matar al intendente. Hoy volvió a la mañana y, más allá de lo que se vio en las redes sociales, nos amenazó con dos cuchillos tipo navaja, cuando quería entrar. Ahora sigue suelto y lo tenemos de nuevo acá”, comentaba uno de los policías que custodian el ingreso a la comuna.

   “Y no es que no podemos hacer nada, pero estamos legalmente atados. Acá necesitamos que un fiscal actúe de oficio y emita una orden para que lo mantengan internado en un hospital. Miralo, es un peligro no solo para nosotros, sino para la gente y para él mismo. Tiene que venir alguien de su familia para llevárselo”, secundaba otro. 

   Para ese entonces, cuando ya había pasado más de media hora de su regreso frente al Municipio, llegó un nuevo móvil, esta vez trayendo a la pareja del joven, una chica de no más de 20 años, de remera blanca larga, pelo suelto y pantalones cortos. Apenas la vio, empezó a insultarla y a gritarle; la muchacha no respondía, visiblemente afectada. Solo se limitaba a mirarlo.

   “Dicen que el flaco tuvo un accidente hace unos tres meses, que antes no era así. Que recibió una descarga eléctrica fuerte y ahora está de esa manera”, era el argumento que circulaba entre los uniformados.

   El tiempo pasaba, la cantidad de efectivos seguía aumentando tanto como los curiosos, el nerviosismo crecía, pero la decisión judicial no aparecía. Sí se supo que iba a llegar una ambulancia para llevarlo al Hospital Penna, lo que lo puso aún más nervioso: rompió la botella contra la vereda de la plaza y, ya sin zapatillas, comenzó a increpar a los uniformados con el vidrio roto, en punta, en sus manos. “Es un peligro, para él y para nosotros. Así como está, el riesgo mayor es que se autolesione”, señalaban.

   Alguien, en algún estamento policial, dio la orden de que los uniformados intentaran reducirlo; para ese entonces, la orden judicial todavía no había llegado. Lentamente, fueron rodeando al muchacho, que saltaba y corría de un lado al otro, con la botella rota. En un momento, en el único en que realmente bajó la guardia, su pareja se paró frente a él y le tomó la cara con sus manos, intentando besarlo, queriendo convencerlo; todos, absolutamente todos, contuvieron la respiración.

   Apareció una camilla con ruedas y cintos, y el muchacho fue sobre uno de los canteros, con una palmera al medio, siempre frente a la municipalidad. El círculo de uniformados se fue cerrando y soltó la botella, tal vez pensando en escapar. Solo eso fue necesario para que pudieran tacklearlo y reducirlo, sobre el césped. Seis, siete policías se asistían para sostenerlo, sin golpes ni patadas ni insultos; se limitaron a tenerlo boca abajo y esposarlo, hasta que lo subieron a la camilla y lo derivaron a un centro asistencial.

   “¿Sabés qué pasa? Si no hacen algo, en un rato o mañana estará de vuelta por acá. Ya nos dijo que no quiso traer esta vez un revólver (calibre) 38 que tiene. Es alguien que está pidiendo ayuda con estas cosas. Pero esto puede terminar mal en cualquier momento”, lamentaba otro uniformado.

   Para cuando la ambulancia se perdía por Alsina, camino al Hospital Penna, la orden judicial todavía no había llegado. "Todavía la estamos esperando", lamentaban.