Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Ser enfermero terapista en tiempos de Covid: 4 historias de valor y compromiso

En las unidades de terapias intensivas de los hospitales de la ciudad los equipos de enfermeros lidian --a diario-- con un sistema al límite y un estrés inevitable.

Fotos: Pablo Presti y Emmanuel Briane-La Nueva.

Por Pablo Andrés Alvarez / palvarez@lanueva.com

   La pandemia generada por Covid-19 tuvo como protagonistas a todas aquellas personas que entraron en la categoría de “trabajadores esenciales”, sobre todo en el ámbito sanitario. 

   Junto con esta nueva denominación llegaron los aplausos de las 21 horas y un sinfín de halagos que se repetían en los medios a raíz del “trabajo sacrificado de estos soldados que estaban en la primera fila de batalla contra un enemigo invisible”.

   El miércoles pasado se celebró el Día Internacional de la Enfermería y, precisamente, ese personal es uno de los principales pilares en el cuidado de personas infectadas de coronavirus.

   Y aún más aquellos que se desempeñan en las unidades de terapia intensiva de nuestra ciudad. 

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   Luis Matus tiene 33 años y desde los 18 que es enfermero. Nativo de General Cerri, también es miembro del cuartel de Bomberos de esa localidad.

   Se desempeñó en el Hospital Municipal, en el HAM y en la clínica Matera de Empleados de Comercio, antes de trabajar en el Italiano de La Plata.

   Pero la pandemia lo hizo volver a sus pagos. Actualmente está en la UTI y en la Unidad Coronaria del Privado del Sur.

   “Dentro de la función que cumple cada especialidad en el equipo de trabajo, el enfermero es el que tiene el rol de estar siempre cerca del paciente”, explica.

   No reniega de la alta exigencia que implica trabajar en pandemia, pero sí de la falta de reconocimiento.

   “Vivimos una situación extrema, pero lo que más cuesta es no tener un apoyo psicológico, emocional y económico para afrontar algo así. Nadie está preparado para una pandemia y nadie tiene una receta efectiva. Estamos trabajando a cama caliente, y la mayoría de los que la dejan es por muerte y no por recuperación. No es fácil asimilar eso y es imposible parar para asimilarlo. Es como que metemos las angustias debajo de la alfombra, pero en algún momento van a salir a flote”, advierte.

   Y añade: “Hoy estamos tan inmersos en el día a día, que es absolutamente angustiante y agotador, que no vemos más allá. Y yo estoy seguro que habrá una crisis psicológica muy importante en la post pandemia”.

   Puntualiza que un paciente con síndrome respiratorio agudo, como suelen padecer los contagiados de Covid, es muy difícil de tratar. 

   “Antes teníamos un paciente así cada tanto; hoy son muchos y todos los días. Y el equipo médico sigue siendo el mismo. Y las instalaciones hospitalarias también. Lamentablemente, con la pandemia, corremos de atrás. Siempre falta algo o surge algo nuevo”. 

   Según Matus, la realidad del enfermero es similar en la mayoría de los hospitales del país. 

   “La gran mayoría estamos trabajando a doble turno, por la obligación de lo que se está viviendo y por el dinero, porque realmente cobramos poco y la plata no alcanza. Mi caso es particular, ya que hace cinco años que no tengo vacaciones. No porque no quiera o no me las hayan ofrecido, sino porque necesito trabajarlas”. 

   Tras sufrir un acto de discriminación en La Plata, decidió volver a estar cerca de sus afectos.

   “La pandemia me agarró trabajando en el Hospital Italiano de La Plata. Cuando recién comenzaba todo esto, alquilaba un departamento y la dueña no me dejó entrar. Tuve que dormir un par de noches en el auto. Ahí fue cuando decidí volverme. Jamás me había sentido tan solo”, cuenta.

   En la lucha contra el coronavirus, la vocación es imprescindible.

   “Sin vocación es imposible trabajar en una terapia intensiva. Somos nosotros los que debemos consolar al paciente, que ve cómo se va deteriorando, y a la familia. Y somos nosotros los que debemos meterlo en una bolsa cuando todo acaba. Es muy crudo, pero es así. Suelen entrar lúcidos, empatizás y a los pocos días está agonizando”.

   Y repite: “Ese dolor, esa frustración, ese cansancio va a salir a relucir en algún momento y creo que el sistema sanitario ya debería empezar a preverlo. No me caben dudas que traerá secuelas psicológicas en muchos de nosotros, porque no se pueden canalizar de ningún modo. El estrés contínuo que vivimos no se lo deseo a nadie”.

   En su caso, se levanta a las 5 y a las 6 toma el turno. 

   “En terapia son turnos de 6 horas diarias y, en otras áreas, todavía son de 8, que son muchísimas porque todas hoy están con muchísimo trabajo y necesitás al personal con lucidez para resolver cuestiones del momento. Porque no sólo hay un esfuerzo mental, sino uno físico muy grande. Hay momentos que no ves nada, porque se te empañan las antiparras y te morís de calor por el traje que usamos”.

   --¿Qué se ve en particular con el Covid?

   --Lo que más me llama la atención es que pareciera que las drogas no hacen efecto. Con la misma dosis, con otra patología, hace efecto enseguida. En este caso, es como si le diéramos una aspirina. Sucede mucho con los pacientes que debemos dormir para que oxigenen mejor. El Covid produce una neumonía muy complicada, atípica, en la que el tratamiento tradicional no produce el mismo efecto. Es muy difícil de tratar y desencadena una crisis respiratoria muy rápida. El paciente está lúcido hoy y mañana requiere dormirlo y entubarlo. Y no hay una franja etaria de mayor riesgo.

   “Para que la gente lo entienda: es similar a lo que se vive con el monóxido de carbono en una casa. Te va quitando el oxígeno hasta que no podés respirar más. Es una situación desesperante”.

   --¿Cómo hacés para escapar de esa realidad que viven día a día?

   --Es imposible. Es el desafío que genera ir al otro día, e intentar colaborar para salvar vidas. Obviamente que tengo vaivenes emocionales, no todos los días son iguales, pero nos apoyamos entre compañeros. 

   “Hay muertes que afectan más que otras. Es mentira quien dice que no lo impacta una pérdida. Para el enfermero, es imposible no generar un vínculo con los pacientes. Y más con esta enfermedad, en la que están solos, llenos de miedo y sin posibilidad de ver a sus familiares. Y al que más ve es al enfermero. Es imposible que no te afecte una muerte en estas circunstancias. Por eso, ver salir a alguien y que tenga el alta, es un triunfo muy grande para todo el sistema, porque el esfuerzo que se hace es enorme”.

   Luis no tuvo Covid. 

   “Y no quiero tenerlo. Por eso cumplo con todas las indicaciones al pie de la letra, tanto dentro como fuera del hospital. Todavía no estoy vacunado. Me anoté, pero no me llamaron aún”.

   “Me produce mucha angustia salir del hospital, después de una jornada de trabajo dificilísima, ver que la gente no se cuide. Si sólo dieran un paseo por un hospital verían la realidad de lo que provoca este virus. Quizás la gente se confundió con tanta información diversa y opuesta que le llega. Yo no puedo creer cómo aún se descree de la importancia de las vacunas. Muchas veces quiero dar las hurras e irme a vivir al medio del campo”.

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   Verónica Ayala es nativa de Jacinto Aráuz y, desde 2018, jefa de enfermería de la UTI del Hospital Penna. Tiene a su cargo, en ese sector, a 56 colegas. 

   Con más de 20 años de profesión en nuestra ciudad, reconoce que nunca pasó por algo semejante al coronavirus. 

   “Hace mucho que trabajo en Terapia y nunca me había encontrado en una situación semejante. Son casos muy complejos y en gran cantidad. Aunque la patología es similar en todos, cada uno es distinto y necesita un tratamiento distinto”, señaló quien ya lleva 17 años en el nosocomio provincial.

   “Obviamente que todo el personal está expuesto las 24 horas, pero en el caso de los enfermeros somos los que estamos con el paciente continuamente, ya que suelen tener total dependencia por su estado”.

   Ayala dijo que hace bastante tiempo que se encuentran con ocupación casi completa, lo cual demanda un esfuerzo muy grande de todo el equipo sanitario.

   “No es fácil asimilar la muerte. Somos profesionales y estamos acostumbrados a situaciones de este tipo, porque el paciente, cuando ingresa a Terapia, está grave, pero no se puede negar que impacta una pérdida. Pero ahora vemos casos todos los días y, en cierto modo, es frustrante y causa mucha impotencia ver que, después de tanto esfuerzo, esa vida se apaga”.

   “Sentimos muchas cosas: frustración, impotencia, cansancio. Lo único que nos da tranquilidad es que hacemos todo lo que se puede. Puedo asegurar que damos todo, que no nos guardamos ni un poquito de energía”.

   La profesional marcó diferencias entre 2020 y la actualidad.

   “Ha bajado el grupo etario. La mayoría son personas de menos de 60 años y se percibe una mayor gravedad en los síntomas. En algunas cosas nos hemos logrado perfeccionar, pero en otras el virus nos sigue sorprendiendo”. 

   Aunque lo intenta escuchando música y estudiando una maestría en cuidados críticos, Ayala reconoce que es casi imposible desconectarse emocionalmente de su labor diaria.

   “Estoy conectada las 24 horas con el trabajo, por más que no esté en servicio. Es muy difícil abstraerse de la situación. Amo lo que hago, caso contrario sería muy difícil trabajar en esto”.

   “El estrés que vivimos es inmenso. El virus no nos da tregua. A principios de año nos dieron una licencia extraordinaria de 12 días, pero vacaciones reales no tenemos desde 2019. Y con el panorama que hay, no creo que tengamos en el corto plazo”.

   Puntualiza que sabe cuándo comienza su jornada, pero nunca cuando termina.

   “Entro a las 6 y me voy cuando la situación diaria está controlada. Aunque son 6 horas por turno, siempre hacemos más. Y cuando me voy, sigo trabajando con el teléfono”.

   También explica, con cierta impotencia, lo que siente cuando observa a personas que no se cuidan o cuando escucha que descreen de la gravedad del Covid.

   “La gente no toma conciencia de la gravedad de este virus. Más allá de que no hay un foco de contagio puntual, por algo los hospitales están saturados. Los comercios y las escuelas cumplen con los protocolos, lo que me hace pensar que vivimos esta realidad por la falta de cuidado individual”.

   Merced a los protocolos que emplean en su lugar de trabajo y que mantiene en su vida personal, no se contagió.

   “Aparte del equipamiento necesario para cumplir con los protocolos de seguridad, contamos con psicóloga todos los días y en todo momento, por si alguna situación lo requiere tanto para el personal como para los pacientes y familiares. La verdad es que nos sentimos muy cuidados desde ese lado. La mayoría ya estamos vacunados”. 

   Aunque sueña con retornar a la normalidad, es conciente de que la enfermedad llegó para quedarse.

   “Esto viene para largo. Obviamente que habrá curvas, pero no es un virus que se pueda exterminar, por lo que tendremos que convivir con los riesgos de contraerla”.

   Entre las cuestiones positivas, remarcó que la pandemia mejoró los grupos de trabajo internos.

   “Hoy, todos estamos codo a codo, llámese médicos, enfermeros, kinesiólogos o mucamas. Todos tienen funciones específicas y son importantes y nos necesitamos unos a otros, tanto en lo laboral como en lo emocional”, señaló la también flamante máster en cuidados críticos e intensivos.   

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   Soledad Gentili nació en nuestra ciudad y hace 17 años que se desempeña en la terapia intensiva de Hospital Municipal, donde actualmente es coordinadora.

   “Es una enfermedad muy cruel, en la que un día el paciente parece evolucionar y al otro se descompaginó todo. Y no hay una receta única para tratamiento. Todos los casos son difíciles. Es muy duro ver a las personas solas luchando contra sus miedos. Por esta enfermedad provoca eso: mucha incertidumbre por lo que vendrá al día siguiente”, manifiesta.

   En el Leónidas Lucero trabajan 40 enfermeros terapistas, a los cuales debe coordinar.

   “Se incrementó el número en el último tiempo, por la necesidad. La verdad es que no nos falta nada de equipamiento. Tenemos los francos que debemos tener, pero desde que empezó la pandemia no nos hemos podido tomar licencias largas, que son necesarias para el descanso, tanto físico como mental”, reconoce.

   De todos modos, sufre por la falta de cuidados de los bahienses.

   “Entiendo a las personas que se quejan porque se frenaron las clases presenciales y también a los sectores que dicen no ser foco de contagios. Es posible que cada uno, por sí solo, no sean focos, pero entre todos está demostrado que sí lo son”.

   No tuvo Covid por el momento y se vacunó ni bien llegaron las dosis a los centros asistenciales.

   “Seguramente esta situación dejará secuelas emocionales y psicológicas una vez que pase todo. Uno, en la vóragine del día a día, no termina de tomar dimensión de todo el esfuerzo que hace. Y muchas veces resulta en vano. Pero sí nos llevamos la conciencia tranquila de haber realizado todo el esfuerzo posible”.

   Su turno comienza a las 6 y finaliza a las 12, pero es raro que se vaya a esa hora. 

   “Generalmente es necesario quedarse porque el trabajo es muchísimo y no da tregua. Cuando salgo de acá, tomo clases de baile, hago ejercicios. Trato de liberar mi mente, pero es muy complicado. Prácticamente vivís pensando en lo que sucede aquí dentro. Terapia siempre fue un área crítica, pero lo que está sucediendo ahora no lo vi nunca”.

   Dice que el enfermero sí o sí tiene que empatizar con el paciente. 

   “Es la única manera de comprenderlo y de transmitirle confianza en un momento de mucha incertidumbre. No podemos olvidar que está aislado de todo, que no puede ver a su familia y que no sabe cómo va a terminar todo. Por eso, cada recuperado es un triunfo, pero sabemos que una nueva lucha empieza inmediatamente.

   Según señala, el equipo interdisciplinario que se desempeña en la UTI se afianzó en tiempos de pandemia.

   “Hay tanto trabajo que entre todos nos damos fuerzas para seguir adelante. Es imposible trabajar en forma separada entre las especialidades. Y hemos hecho cosas que nunca pensamos que tendríamos que realizar. No es fácil ser enfermero en terapia intensiva. Ves pacientes que evolucionan y, de repente, tienen una recaída muy profunda, de la que no logran salir. Hay otros que ya entran dormidos, pero los cuidados son similares. 

   “La incertidumbre que viven es enorme. Porque este virus te lleva al minuto a minuto y eso genera muchísimo miedo en las personas. Nadie sabe cómo va a evolucionar; si va a poder salir o no”.

   Y agrega: “Es muy difícil separar la vida personal y la laboral. Siempre te quedás pensando en los pacientes. Es casi imposible desconectarse. Todo el sector sanitario está muy estresado, porque la presión y la exigencia es altísima. Hoy estamos inmersos en el día a día, pero en algún momento se van a notar los efectos en el aspecto emocional”.

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   Juliana Hecimovich es bahiense y enfermera en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Municipal, en el turno de 0 a 6. También se desempeña en el servicio de Emergencias de Bahía Blanca (107).

   “Hace ya más de un año que hago un horario que va a contramano de la vida normal, pero me acostumbré y me gusta. A diferencia de lo que piensa la gente, las labores son exactamente las mismas que en los otros tres turnos, porque el paciente no sabe de horarios. La única diferencia es que hay menos movimiento en la sala, porque quedamos los enfermeros y los dos médicos de guardia”, explicó.

   Entre la primera ola del Covid y la actual, Juliana encuentra varias diferencias.

   “La edad de los internados bajó bastante y creció la gravedad de los casos, porque el virus parece ser mucho más agresivo. Tenemos pacientes de menos de 30 años y varios entre 40 y 50. Y la mayoría sin una patología previa”.

   La UTI del Municipal cuenta con una isla, desde donde son observados y monitoreados los pacientes con Covid que están dentro de una “burbuja”.

   “Cuando ingresamos a esa burbuja, nos debemos vestir siguiendo un estricto protocolo. Cuando salimos, el proceso es similar. Nos controlamos unos a otros para no cometer errores en ese proceso. Hay que tener en cuenta que entramos varias veces en el turno, tanto para suministrales la medicación, hidratarlos, rotarlos, higienizarlos y aspirarlos”.

   Juliana no contrajo Covid. Y no quisiera.

   “Con lo que veo día a día, me alcanza y me sobra para comprobar el daño que hace el virus. Por eso no entiendo a la gente que no se cuida o que piensa que el Covid es un invento”.

   Los enfermeros conviven con la muerte. Y esa carga emocional es difícil de dejar de lado cuando termina el turno laboral.

   “Es inevitable sufrir por un paciente que se va, porque cuesta mucho no involucrarse con esa persona que vemos tan frágil. Intentamos ser fuertes para trasladarse esa fortaleza al paciente, porque la cara visible para ellos es la nuestra, debido a que no pueden recibir visitas y ya vienen aislados de la sala".

   “Mi cable a tierra es la actividad física. Aunque salga agotada del trabajo, me tomo una hora sí o sí para despejarme. Y también me ayudan los psicólogos que tenemos a disposición en el 107. Hablar sirve para descargar”, añadió.

   Varios días a la semana, Juliana continúa su vida laboral en el servicio de ambulancias.

   “Cubro francos y licencias. Son guardias de 12 o de 24 horas. Hay días que duermo 4 horas. Es un esfuerzo físico y mental muy grande, pero no queda otra”, dijo.

   Las labores son diametralmente opuestas.

   “Me gusta mucho más la ambulancia, porque todas las salidas son distintas. Te pueden llamar por un dolor abdominal, por un accidente de tránsito o por una caída en la vía pública. Los cuidados personales sí son parecidos. La clave para poder hacer todo es la vocación”, señaló.