Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Nada nuevo bajo el sol

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   Macri, el mejor alumno de la historia Argentina, se limitó a copiar. El primer intento de colocar un crédito externo correspondió a Jhon Devereux, en 1816, al Director Antonio Balcarce y este le pasó la pelota a Pueyrredón, quien lo mandó al Congreso de Tucumán. Allí se terminó aprobando en secreto en 1817. No se pudo llevar a cabo porque el presidente Monroe de EE.UU. lo negó porque “no es confiable la nueva nación”.

   El primer crédito que se realizó en la Argentina fue uno de Baring Brothers en 1824 por un millón de libras esterlinas al 6% de interés, pero en realidad la provincia de Buenos Aires recibió solo 530 mil libras porque la banca, de arranque nomás, retuvo seis semestres, más 30.000 por gastos. Los gestores se llevaron 7.000 libras por comisión y 3.000 por gastos.

  El tercer empréstito fue en 1832/34 por un millón de libras ofreciéndose en garantía tierras de la provincia de Buenos Aires y de la Patagonia, hasta que el ministro de Hacienda de Rosas (Manuel Insiarte) mencionó a Inglaterra la posibilidad de cederle las Islas Malvinas.

   La estrategia de Rosas fue:“…sí, pero previo reconocimiento de la usurpación de Malvinas y por una indemnización superior al monto del empréstito de 1824”. A los ingleses aún les dura el hambre de nuestra Patagonia hoy a través de la RAM de los que se dicen mapuches, porque Inglaterra se hunde todos los años un poco y desaparecerá. 

   Rosas llegó a un acuerdo en 1844 y en 1845 se frustró por el bloqueo anglo francés. Hubo otros anteriores, como el de 1811 cancelado en 1822 en origen 2.900.000 pesos y se reconocieron “por arte de magia” 4.5 millones. Ya había magos además de contrabandistas en aquella época. Y mujeres de carne fresca que preferían los oficiales ingleses que se quedaron en Buenos Aires tras la derrota de 1806 por el “pueblo en armas”.

   Al tercer empréstito, la Confederación el 21 de agosto de 1858 se comprometió en pagarlo en 34 cuotas anuales. Terminó de pagarlo en 1897. En 1865 durante la guerra injusta azuzada por Inglaterra -genocidio mediante de ancianos, mujeres y niños-, Argentina obtuvo créditos por 2,5 millones de libras. No pudo pagarse siquiera la primera cuota. La cosa se puso peliaguda cuando en 1868 se desató en Rosario la epidemia de cólera -nada nuevo bajo el sol- y como los pagos externos dependían de los ingresos aduaneros, no había modo de pagar las deudas externas y, por si eso fuera poco, coincidió con un levantamiento federal.

   El cónsul inglés consideró comprometida la recaudación y pidió que vinieran dos cañoneras para cobrar “amigablemente”. Vinieron la “Doterel” y la “Spider”. Las tropas del Reino Unido desembarcaron en Rosario y se acompañaron con los ingleses inmigrantes.

   Tierra de promisión “para todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitar el suelo argentino”, rezaba el Preámbulo de 1853. Pero ”plata en mano y c... en tierra”. Con las deudas no se juega. 

   Se repetiría la partitura en 1876 también por que el Banco de Londres había abierto una sucursal en Rosario con 300.000 libras y pagaderos en oro o pesos bolivianos respaldados por la plata de Potosí. Ante el traslado del Banco a Buenos Aires, el gerente pidió el apoyo de la cañonera “Beacon” “para proteger la propiedad británica” que se pudo solucionar gracias a los oficios del canciller Bernardo de Irigoyen. 

   Después vino el préstamo que tomó Avellaneda con el discurso escrito para Macri: ”Hay millones de argentinos que economizarán sobre su hambre y su sed para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”.

   También para Alberto Fernández y su ministro de Economía que legitimó una deuda írrita, nula e impagable.

   Aguante pueblo, que se viene el “segundo tiempo” de la republiqueta futbolera, y los muchachos gritan y gritan Marado, Marado...!!!!