Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Sobre el lenguaje inclusivo

Arturo Pérez-Reverte ha dicho que, de aceptarse el lenguaje inclusivo por la Real Academia de la Lengua, renunciaría a la misma.

por Juan Luis Gallardo

Ya sabemos que el llamado lenguaje inclusivo consiste en expresarse de tal modo que lo dicho resulte aplicable, indistintamente, al género femenino o masculino. 
Ello porque hacerlo como toda la vida, resultaría discriminatorio.
Y ocurre que el lenguaje inclusivo, además de destrozar ese bello idioma que es el castellano, suena de modo espantoso. No obstante lo cual su empleo ha sido admitido por diversos organismos que se valen de él. 
Empecemos por el principio: ¿por qué utilizar palabras en masculino o en femenino resulta discriminatorio, si responde a una diferencia tan obvia como la que distingue a hombres y mujeres?
Lo que pasa es que, aunque la cuestión  parezca baladí, detrás de ella se oculta un asunto mucho más grave que es la cuestión del género.
¿Por qué es grave reducir el caso a una cuestión gramatical? Porque apunta a pasar por alto dicha diferencia, como si el ideal consistiera en igualar a hombres y mujeres. Cuando, puestas las cosas en su debido sitio, lo ideal es que las mujeres sean bien mujeres y los hombres bien hombres.
Hablar de género  y no de sexo lleva a trivializar la cuestión, a presentarla como una simple elección derivada del capricho de cada cual. Me siento hombre, me siento mujer. 
Porque ocurre que detrás de la cuestión del género, lo que está en juego es la justificación de la homosexualidad. Esa misma que llevó a permitir el matrimonio de dos personas del mismo sexo en la ciudad de Buenos Aires. 
Y es claro que dos personas del mismo sexo no pueden casarse, conforme a la estricta acepción del término.  En primer lugar, porque no pueden tener hijos. Cuando uno de los fines del matrimonio es traer hijos a la vida. Que no los puedan tener por razones de edad o de salud es otra cosa. Pero el matrimonio debe estar abierto a la vida. 
Cuando yo era joven, hace de esto mucho tiempo, se solía decir: traer hijos al mundo es servir a la patria. ¡Qué lejos ha quedado la aceptación de ese concepto!
Pues bien, volvamos al lenguaje inclusivo. Respecto al cual Arturo Pérez-Reverte ha dicho que, de aceptarse el mismo por la Real Academia de la Lengua, renunciaría a la misma.
Diré por último que igualar lo femenino con lo masculino despoja a las mujeres de las virtudes que le son propias, como la dulzura, la generosidad, la intuición y el espíritu de sacrificio. Y a los hombres de la reciedumbre, el coraje y el  razonamiento deductivo que le son propios.    


Juan Luis Gallardo es abogado. Vive en Buenos Aires.