Bahía Blanca | Domingo, 13 de julio

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Fantasmas, lobos y maldiciones, una oscura historia de Ingeniero White

En dos ediciones, abordaremos un mito contemporáneo, cuya narración posterior nace de atentos lectores que, comunicándose oportunamente, dan su testimonio para completar una de las historias macabras más terribles de los últimos cincuenta años.

Fernando Quiroga / Especial para "La Nueva."
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www.facetofer.com

   ¿Por qué generalmente, las leyendas de aparecidos, están vinculadas a antiguos y descomunales hechos de horror? ¿Cuánto hay de verdad, en esa mística popular que pondera, terribles y puntuales apariciones, en espacios donde (seguramente) el derramamiento de sangre hizo que la tierra se tiña no únicamente de la roja herrumbre, sino también de confusas y oscuras tradiciones orales? Nuestro enclave, en el sur bonaerense, harto de historias de sacrificios de naturales y antiguos pobladores atravesados por anatemas de antaño, ha sido y es el escenario propicio para escalofriantes manifestaciones que, hasta nuestros días, sigue dándonos qué hablar.

   -Don Quiroga…disculpe la molestia, ¿le puedo pasar el teléfono de mi tío? tiene una historia para que usted publique en “La Nueva…”– escuchar que a uno le dicen Don, no es para nada agradable a los 45 años; incluso hasta es un poco molesto. Sin embargo, la voz de mi interlocutor por teléfono parecía la de un hombre muy mayor, lo que logró desenfocarme del tratamiento deferencial y me catapultó a proferir, a modo de reacción, una expresión habitual en mí, de las que siempre me han caracterizado: una de las que aseguran que de la mano de la creatividad, llega la ironía: “Si este buen hombre es tan grande como suena, ¡cómo será su tío!”.

   -Debo confesar que, de esta extraña e inesperada manera, comenzó mi amistad con Nereo Balbuena, un estibador porteño que, orgulloso de sus 74 años, me presentó a su tío de 96 jóvenes primaveras curtidas.

Hoy, a un año y medio después de aquel encuentro, y a una amistad sellada con un par de pollos al disco y anécdotas imperdibles, surge la oportunidad de publicar el relato, profundamente escalofriante, de Dalmacio Robles Sequeira.

   De voz templada y ojos adustos (mucho más vivaces que los que tendría un hombre de su edad), Don Dalmacio me contó una noche de julio de 2019, en Boedo Antiguo, que, en sus tiempos de jornalero en Ingeniero White, había escuchado hablar de una fantasmagórica mujer que se le aparecía a los portuarios ´desacataos´, en la ruta al trabajo, pidiéndoles que la ayudaran. Generalmente, los operarios llegaban en moto o en bicicleta, y solía pedirles que la llevaran hacia el mismo puerto. Según testimonios que él mismo habría recabado, en muchas oportunidades que la extraña fémina subía a la moto, en el momento de mayor velocidad, “les apretaba en la panza y muchos derrapaban en el asfalto; un par se desnucaron y ´discué´… de la dama ni noticias”. El relato parece un poco descabellado, sin embargo, la narración pervive en la terminal portuaria, en su barriada y en su gente, hasta el día de hoy. En principio cualquier investigador de estos fenómenos (de estas historias un poco inconexas) tal vez no se habría movilizado internamente como yo lo hice, reparando en algunos elementos en los que, con mucha nostalgia, llegué a hacer hincapié. Pero para ello, me tuve que remontar a una anécdota vivida a mis 15 años.

El primer rastro 

   -¿Sabías la historia de La Calchona? - Me dijo en una oportunidad Federico Merodio, el insigne historiador rosaleño. Transcurría la primavera de 1990, y estábamos grabando Arte en Acción, un programa de televisión que se emitía en el viejo Canal 2 de Punta Alta; producido, dirigido y conducido por el inolvidable Néstor Francischelli, quien además de ser uno de mis mentores, fue mi profesor y amigo. Años después de su muerte, el laberinto inexorable del destino me hizo suplirlo en la difícil tarea de dirimir los destinos culturales de la ciudad en la que ambos nacimos. Pero esa es otra historia.

   Creo que ya para ese entonces, para esos días que recuerdo, Federico Merodio era un orgulloso abuelo; o por lo menos proyectaba en mi esa sensación de cobijo y admiración que se le tiene a quienes nos precedieron en oportuna y anhelada sapiencia. Imaginen, que cada observación, cada historia, cada sentir que de él provenía, yo lo absorbía con la fruición de quien se encuentra frente a un banquete intelectual sin precedentes. Aprendí tanto de él, que no imagino mi derrotero en la mística sin sus oportunas leyendas.

   -¿Y? – me volvió a inquirir mi historiador de la primera juventud – ¿la conocés a o no a la historia de ´La Calchona´?

   -La verdad que no… - le dije algo divertido, sabiendo que lo que seguramente me dijese, no solo iba a colmar mis expectativas, sino que un nuevo relato se quedaría para siempre en mi biblioteca personal. No me equivoqué en lo absoluto.

   Resulta que la famosa Calchona, era una especie de ser legendario, un extraño genio femenino nefasto de los panteones mitológicos de pueblos pampeanos, neuquinos y hasta cuyanos. Don Federico me narraba la historia como si la hubiese vivido y, hoy a la distancia, se que la evoco porque la similitud con la narración de Don Dalmacio Robles Sequeira (28 años después) guarda semejanzas profundas:

   Don Federico habló con detalle “La Calchona era una mujer desgreñada que, en la inmensidad pampeana o en los valles de más al sur, embrujaba a los hombres de a caballo; la muy viva los asaltaba subiéndose al anca de los corceles, abrazando a los jinetes por la espalda hasta que estos perdieran el control y cayesen fatalmente”

   Esas fueron las palabras que, aquella noche fría porteña, recordé mientras Don Dalmacio me sumergía en su relato.

El entrevero

   -Aunque le parezca mentira Don Dalmacio – le referí con mucho respeto, como para no romper la ilusión de que lo que me estaba contando, seguía siendo una primicia para el mundo sobrenatural– escuché hablar de una historia similar, muy parecida, pero muy anterior y en el sur… - le dije sin remilgos.

   El anciano vació la segunda botella de vino en la copa fulgurante, sonrió mientras la ultima gota caía sobre la mesa y habló, sin mirarme:

   -Usté seguramente habla de la historia de ´la Calchona´

   Me quedé helado. Jamás había nombrado a este momento la referencia de Federico Merodio.

   -No se confunda Quiroga, en el sur existe esta otra ´mujer´, la que usted dice…lo de Calchona es por las ´Calchas´, ósea los mechones largos y sucios que tiene… esta es otra historia… - me afirmó con seguridad.

   -Pero el Mito es idéntico – le dije, tal vez escudándome en tecnicismos.

   -Es harina de otro costal… lo de White tiene que ver con la historia de una mujer que ´usté´ conoce… que también la contó en el diario; ¡otra que ocurrió en el mismo lugar!

La memoria macabra y la Maldición

   Con fecha 26/05/2019 se publicó en este prestigioso medio, un artículo de mi autoría que llevó el título de “Memorias de una Bestia Lunar”, donde se aborda el caso de Amanda Espósito, una prostituta que, en la mitología popular contemporánea, lleva la carga de la monstruosidad. Testimonios de contemporáneos, aseguran que era víctima de una maldición: La Licantropía, o el fenómeno de los hombres lobo…

   -¿Usted dice que la misma mujer que describí en aquel artículo no es otra que ´Amanda Espósito´? – le pregunté con verdadera sorpresa a Don Dalmacio

    -De ninguna manera Mocito – fue la respuesta tajante del nonagenario– Usted imagínese que yo trabajé por última vez por esos lares cuando tenía 55 años, y eso fue un par de años antes de Videla y compañía (haciendo alusión a la dictadura); ´usté´ habla de la hija, yo hablo de la madre…

   Imaginen mi sorpresa cuando descubrí que, en realidad, hasta ese momento, yo era el poseedor de la secuela de una leyenda tal vez, mucho más intrincada; ¿Realmente estábamos en los albores de descubrir la historia de la madre de una mujer que decían que se convertía en lobo? Además, otra cosa no menor… ¿Ésta primera mujer, se presentaba como aparición fantasmal? Desacostumbrado a grabar a mis entrevistados con el celular, comencé a escribir.

   -Está seguro que quiere saber lo que ocurrió… - me inquirió Don Dalmacio, con mirada apremiante.

   -No sólo yo. La ciudad y la región, lo esperan.

Segunda parte el próximo domingo