Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Una familia de Coronel Suárez viajó dos años por América en moto y sidecar con su pequeña hija

Ilva Cárdenas y Javier Gardiner recorrieron distintos países con Geraldine a bordo de un carrito lateral diseñado por ellos mismos y homologado en Colombia.

   Ilva y Javier, ella es colombiana y él de Coronel Suárez, son el ejemplo de que los sueños no se interrumpen con la llegada de un hijo y que el principal obstáculo a la hora de concretarlos es el miedo, que solo se supera con esfuerzo, optimismo y mucho entusiasmo.

   Este matrimonio solía viajar en moto a distintos destinos para conocer a sus gentes y paisajes hasta que, con la llegada de Geraldine, cuatro años atrás, empezaron a plantearse si sería de algún modo posible sumarla a la aventura, si ella estaría feliz, si podrían seguir conociendo juntos más lugares.

   Así surgió la idea de viajar a Colombia y construir allí un sidecar, un vehículo lateral (una especie de karting o carrito) que va adosado a la moto y que ya casi no se fabrica, para que la niña pudiera viajar cómoda y segura, disfrutando del camino.

  ¡Y lo lograron!

   “Cuando nació Geraldine pensábamos en viajar en combi, pero vimos un hombre que viajaba en sidecar con su hija y es la única forma legal de viajar con un niño menor de 7 años en moto”, contó Javier Gardiner.

   En Colombia, donde el sidecar está homologado, pudieron construirlo con ayuda de amigos de Europa y de los Estados Unidos, quienes sumaron sus conocimientos a los de Javier, egresado de una Escuela Técnica.

   Para probar el nuevo diseño la familia realizó 10 viajes cortos para evaluar si la niña se sentía cómoda y si había alguna cuestión por ajustar.

   “Ella sentía que su carrito era su casa. Hicimos viajes cada vez más largos y probando la estabilidad y la comodidad. Fue un gran desafío para una mamá primeriza”, comentó Ilva Cárdenas.

   Debían estar atentos a la alimentación e hidratación de la niña y a recorrer menos kilómetros por día de los que estaban acostumbrados.

   “Fue una aventura muy interesante. Nuestra hija tiene una mirada tan transparente sobre la vida y el mundo que nos renovó, nos transformó y nos llevó a disfrutar más de los lugares que fuimos conociendo y a involucramos con su cultura”, dijo Ilva.

   En el sidecar, compuesto por dos butacas, viajó también su mamá, dándole a la niña las atenciones que requería, ya que al partir de Coronel Suárez no había cumplido aún los tres años.

   “Cuando vas en un karting ves todo distinto, más cerca. Con ella jugábamos a que estábamos en un cohete espacial y ayudábamos a su papá a superar el siguiente terreno”, contó la madre.

   De este modo, la vivencia se transformó en un desafío que trajo felicidad y aprendizaje a toda la familia que logró unir Colombia con el sur argentino y chileno pasando por Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.

   Durante el viaje conocieron decenas de hogares que les brindaron alojamiento.

   Algunas personas los invitaban porque conocían su historia a partir de las redes sociales; (son Latinos Viajeros en Facebook) otros, eran amigos a los que ellos mismos habían hospedado en Colombia, donde tenían una casa con muchas habitaciones, justamente para brindar esta posibilidad a quienes la necesitaran.

   El viaje se inició en Coronel Suárez, donde tienen por ahora su residencia fija, a fines de 2015.

   Tanto Ilva como Javier renunciaron a sus empleos estables: él era encargado de ventas de una empresa y ella daba clases de teatro y tenía un negocio de venta independiente.

   Utilizaron sus ahorros para la construcción del sidecar y guardaron un fondo para resguardarse en caso de alguna eventualidad.

   El periplo culminó en marzo pasado y ya están organizando todo para viajar a Uruguay y a Brasil y recorrerlos sin prisa.

   También piensan en regresar a Colombia, porque más allá de los paisajes no olvidan las personas que conocieron y las sienten como si fueran de la familia.

   Una travesía distinta

   Geraldine, quien hoy tiene cuatro años, hizo muchas preguntas en el camino, ya que se asombraba de lo que veía a su paso.

   Eso obligaba constantemente a sus papás a explicarle que existían otras maneras de vivir, de pensar, de trabajar. Y desnaturalizaban juntos arraigados conceptos y prejuicios.

   “Lo más importante es remarcar que la gente no tiene estándares de calidad, como los productos. Cuando viajás abrís la cabeza y erradicás el prejuicio de que hay una normalidad y que todos deben ser como uno. Hay tantos modos de vivir y cada quien debe buscar el suyo, el que lo haga feliz”, dijo Ilva.

   El camino también enseña a soltar lo material para que no sea una carga, a no acumular.

   “Geraldine tenía que regalar juguetes porque no entrábamos en el sidecar y lo hacía con alegría. Quizás llevaba un vestido hermoso para andar en la playa y en el mismo sitio una niña no podía comprar su vestido para un bautismo y se lo regalábamos. Es tanta la paz de hacer algo por otro y tanto lo que recibíamos", dijo su mamá.

   Para los viajeros, los sueños se pueden cumplir, lo que más cuesta es arrancar.

   “Una vez que lo hacés, se te van abriendo puertas. La gente en el camino nos compraba postales, ellos le ponían el precio a voluntad y así cargábamos gasolina”, dijo Javier.

   Javier asegura que el hecho de vivir en un pueblo chico, muchas veces condiciona a la gente a juzgar lo diferente.

   “Un viaje de este tipo te da un gran crecimiento personal. Uno tiene una imagen de todo y al salir nada es como pensabas", dijo.

   "Te sentís cada vez más chiquito en un mundo con tantas culturas y religiones. Cuando compartís sus realidades, empezás a entender al otro”, añadió.

   Geraldine no notaba las diferencias materiales entre un hospedaje y otro. Pasaba de estar en una casa 10 veces más grande y con más comodidades que la suya a una vivienda con piso de tierra y sin ventanas, y siempre decía ¡qué hermosa!.

   Características del original vehículo

   La adaptación. El sidecar es una copia de un sidecar Velorex 700. Un amigo de Javier del Club sidecar de los EE.UU le facilitó los planos. Respetó las medidas del chasis según el plano y la adaptación a la moto (una Suzuki Vstrom 650) se realizó con imágenes de una igual que un alemán tiene para los fines de semana.

   Estructura. El chasis fue construido en acero y la carrocería en fibra de vidrio de alto impacto. Tiene dos butacas: una para adultos y otra para niños de hasta 8 años. Ambas cuentan con cinturones de seguridad. Los tres siempre viajan con casco.

   Perlitas. Geraldine disfrutaba de charlar con los lugareños. También disfrutaba de realizar las rutinas de los pobladores, como salir por la huerta familiar a recolectar frutas.

   

   Visitas. La familia conoció una escuela en una reserva indígena en Colombia y vivieron con los niños un intenso intercambio cultural. También fue inolvidable la visita a un orfanato.

   Aventura."Creo que el destino unió a dos personas que les gusta la aventura. Nos preguntábamos si a Geraldine le pasaría lo mismo y su felicidad fue este viaje" ,dijo Javier quien tiene un hijo de 24 años, Kevin, de un matrimonio anterior que vive en Bariloche y a quien visitaron en el marco de esta travesía.