Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Desgarradores relatos de la tragedia que alteró definitivamente sus vidas

El asesinato de Horacio Aguirre, ocurrido a mediados de 1998, dejó huellas imborrables en su grupo familiar. Y las hijas Laura y Lorena las exponen a flor de piel.
“Fue muy fría la actitud de ellos: vieron y dispararon. Y jamás les tembló el pulso”, señala Lorena, acompañada de Laura.

“Fue muy fría la actitud de ellos: vieron y dispararon. Y aseguro que jamás les tembló el pulso. Lo máximo que yo había escuchado parecido a un disparo fue de la pistola de cebitas con la que jugábamos con mi hermano cuando éramos chicos”.

Paola Lorena Aguirre, esforzándose para evitar el llanto, expone compungidamente su percepción sobre el trágico momento de aquella noche del 13 de junio de 1998, poco después de las 21.45, cuando dos delincuentes acribillaron a balazos a su padre Horacio Juan (50 años) en su supermercado Oasis, ubicado en Paunero 1130 y que “casualmente acabamos de reformarlo y volvió a estar como estaba en ese momento”.

“Fue un sábado en el que estábamos trabajando nosotras dos. Bajamos la persiana y se escuchó un ruido fuerte, producto del golpe de la puerta por la que entrábamos y salíamos contra unas heladeras. Ingresan estas dos personas armadas, cuando justo estábamos nosotras adelante, en las cajas, haciendo el cierre. Y papá estaba en el fondo del negocio, charlando con el personal”, recuerda Laura Andrea, quien junto a su hermana presenció la tragedia.

“Entran y dicen 'la plata, la plata, dame la platita', con un determinado tono de voz que te queda registrado para siempre. Recuerdo que se meten entre las cajas, donde también estaba Ludmila (una empleada), mi suegra y Pedro (otro empleado), que se quedó quieto, duro por la situación. Fue la única persona que se quedó parada, porque todos los demás nos tiramos al piso”, dice Laura.

Por el homicidio del supermercadista fueron condenados Jorge Ricardo Almirón y Sergio Fabián Blanco, a 20 y 21 años de reclusión, respectivamente, penas que luego fueron reducidas a 17 y 18 años y que no llegaron a cumplir en su totalidad porque contaron con algunos beneficios legales ante la tardanza de la confirmación del fallo.

“Ella le da el dinero a Almirón, pero yo no entendía qué estaba pasando, aunque me metía debajo del mostrador, para que no me peguen un tiro en la cabeza. Pero en un momento ella sale corriendo y yo llamo 'papá'”, recuerda Lorena

Horacio estaba en la parte posterior del local y, según Lorena, “ya sabía lo que estaba pasando porque hubo chicas que salieron corriendo para atrás y yo intercambio unas palabras con Blanco. Es que salgo debajo del mostrado y le digo 'yo te doy la plata, pero lo único que te pido es que no le hagas nada a nadie'. Él me dice 'bueno, dale', y en ese momento deja de apuntar hacia donde estábamos nosotras”.

Es que “mi papá ve a ella (por Laura) tirada en el piso y viene corriendo desde atrás con un palo que utilizaba para trabar una puerta”, dice Lorena.

“Viene corriendo con ese palo como para defendernos y dice algo como 'a quién le vas a robar' o 'qué estás haciendo'. Y ahí los dos empiezan a disparar y no sólo contra él, porque después vimos productos que estaban en una góndola al ras del piso agujereados por los disparos”, completa Laura sobre ese decisivo instante en que sus vidas cambiaron para siempre.

“Cuando salgo debajo del mostrador buscando agujeros en el techo porque interpretaba que si había pasado algo eran disparos al techo, llega caminando mi papá, se para junto al mostrador, le pregunto si estaba bien y entiendo que me dice 'hay un herido' cuando en realidad me había dicho 'no, estoy herido'; nos mira a las dos y ahí se cae”, dice Lorena.

La mujer recuerda que su padre “tenía puesto un buzo blanco y yo jamás le vi una gota de sangre en el cuerpo. Lo único que vi es que la suegra de ella, que es enfermera, intentó mantenerlo con vida, dándose cuenta de lo que pasaba y pensando que si se moría acá lo iban a tener horas tirado en el piso, por lo que hasta que llegó la ambulancia estuvo con vida”.

La desesperación y la angustia se hicieron dueñas de la situación, y el tiempo no pudo borrar de las mentes de las dos mujeres ni un solo detalle de lo sucedido.

“Cuando lo miro, se le caía una lágrima y yo nunca había visto llorar a mi papá. Ahí entendía que algo pasaba y entonces lo único que le dije fue 'no tengas miedo, estoy con vos'. Y no le voy a perdonar nunca que haya llorado”, dice Lorena, “porque no sé si fue por dolor, por miedo; si lo hizo pensando en nosotras o en mi mamá. Puedo entender la muerte y un montón de cosas, pero no haberlo visto llorar”.

“Yo era la más chica (de cuatro hermanos a los que debemos sumar a Gabriel Horacio y María Alejandra) y tenía esa relación de sobreprotegida, pero cuando me apretó la mano sentí que yo lo protegía”, concluye Lorena, quien cinco minutos antes de aquellos disparos mortales había estado jugando con Laura frente a su padre.

“Ves que no nos peleamos siempre”, le dijo. Y esa fue la última imagen feliz que el hombre se llevó consigo a la eternidad.