Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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El alcalde Álzaga intenta derrocar a Liniers

En 1808, tras la derrota de los intentos de invasión inglesa, Buenos Aires era un cúmulo de intrigas y sospechas. Movilizada por el derrocamiento de la Corona y el surgimiento de Juntas en España la vida política se convirtió en un hervidero, una cuestión impensable solo tres años antes cuando prácticamente nadie discutía de política.

Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”

   En ese marco de las disputas de sectores, llega a estas tierras el marqués de Sassenay, un enviado de Napoleón en respuesta a una carta de Liniers, el sospechado virrey “francés”. Despachado a Montevideo, Sassenay fue arrestado por el gobernador de esa ciudad Francisco Javier de Elío, un hombre que se posicionará junto a los sectores más fieles a la monarquía y al monopolio comercial de España. Las acusaciones contra Liniers, como agente francés, arreciaban y el mismo Elío, en diapasón con el alcalde de primer voto del Cabildo de Buenos Aires, Martín de Álzaga, se subleva y forma una junta. El más notable de este cúmulo de movimientos contra el virrey Liniers y de fidelidad al monarca, terminó por generar un alzamiento del mismo Álzaga, que se concretó el 1º de enero de 1809, fecha en la que anualmente se renovaban las autoridades del cabildo.

   Entre otros motivos políticos, un nuevo marco social daba forma a una nueva Buenos Aires: la militarización de la sociedad tras la Reconquista de 1806 y la Defensa de 1807 se expresó en un número nítido: de los ocho mil hombres armados de la ciudad, cinco mil correspondían a las milicias criollas. Esta nueva situación se enmarcaba en los crecientes recelos entre el virrey –surgido del “pueblo”, o sea, la elite–, Santiago de Liniers y el cabildo hegemonizado por los monopolistas peninsulares dirigidos por Martín de Álzaga. Ambos líderes representaban a facciones con intereses opuestos a la separación de la metrópoli: Álzaga y el Cabildo, a los comerciantes ligados con Cádiz, y Liniers a los funcionarios del poder monárquico. Pero, a la par, había comenzado a configurarse un tercer sector. Este grupo, que nucleaba a los hermanos Rodríguez Peña, los primos Castelli y Belgrano, ambos funcionarios del Consulado y el periodista Vieytes entre otros, eran hombres que comenzaban a hablar de “independencia”. Estaba satisfechos con haber echado al marqués de Sobremonte e impuesto un virrey en Cabildo Abierto. Y, desde finales de 1807, cuando Napoleón completó su invasión a la península ibérica, comenzaron a elaborar políticas alternativas como la mencionada propuesta de ungir a la infanta Carlota Joaquina de Borbón como regente de Fernando VII en el Río de la Plata, estableciendo una monarquía al estilo de la corte lusitana que había huido de Portugal y residía en el Brasil. Al movimiento que alentó esa variante se lo conocerá, en consecuencia, como “carlotistas”.

Se viene el estallido…

   El alcalde de primer voto Martín de Álzaga, comandaba el llamado “partido republicano”, un título que la historia recoge pero que, por cierto, no se ajusta demasiado bien a los objetivos “reales” del grupo. Con el respaldo de los batallones de Vizcaínos, Gallegos y Catalanes, Álzaga promovió un alzamiento el 1º de enero de 1809. El movimiento pretendía deponer a Liniers e instalar una Junta que, al estilo de las surgidas en España, defendiera el Antiguo Régimen y, en especial, las prebendas de la burocracia realista y de los comerciantes que se favorecían con el monopolio comercial. Los criollos, en su mayoría, manifestaron su apoyo al virrey y los cuerpos de Patricios, Arribeños, Húsares, Artilleros, Pardos y Morenos, acompañados de los Montañeses y Andaluces –también fieles a Liniers–, ganaron las calles y haciendo una demostración de fuerza en la Plaza de la Victoria obligaron a los alzaguistas a deponer su actitud. Castelli apoyó expresamente a Liniers y, curiosamente para las lecturas posteriores que resultan lineales, acusó a Álzaga de “independentismo”, dejando en claro que, por entonces –apenas un año antes de la Revolución de Mayo–, el término era por demás ambiguo. Liniers dispuso el extrañamiento de Álzaga y del otro líder españolista, Felipe Sentenach al remoto y aislado pueblo de Carmen de Patagones y las milicias de españoles que los respaldaron fueron disueltas. Era un hecho constatable que, entre cuestiones políticas, económicas, diplomáticas y personales, la figura de Liniers, de todos modos, ya estaba muy desgastada. Por eso era posible observar que el camino al poder criollo quedaba expedito.

   Sin embargo, en julio llegó a la Banda Oriental un nuevo virrey con designación de la Junta de Sevilla, Baltasar Hidalgo de Cisneros, que reemplazó al interino Liniers. Se abrió así una situación de cierto impasse en que los dirigentes criollos, sin perder el dominio de las armas, debieron estudiar con cuidado los acontecimientos locales y, sobre todo, seguir con atención los sucesos en Europa.   

   De tal modo, el poder cambiaría de manos en mayo del año siguiente cuando la Junta española cayó y, con ella, el poder conferido a Cisneros se convirtió en algo más que fantasmal: Cisneros era un virrey designado por una junta disuelta que decía representar a un rey cautivo. Aquellos días de Mayo que trascurren entre el 18 –cuando Cisneros comunica a la población la situación y el 25 –cuando la Primera Junta asume el gobierno poniendo fin al régimen colonial– no corresponden a esta crónica. Pero sin embargo la Revolución registra a los sucesos de aquel 1º de enero de 1809 como el más inmediato movimiento de una reacción conservadora que intentó “frenar” el proceso revolucionario en ciernes.

El vasco y el francés

   Los dos héroes de la lucha contra los ingleses, Santiago de Liniers articulador de la Reconquista y Martín de Álzaga como organizador de la Defensa terminarán ejecutados por la revolución. El primero de ellos se alzó desde Córdoba y, en tándem con el mencionado Francisco de Elío que estaba en Montevideo, intentó dirigir un movimiento contrarrevolucionario para enfrentar a la Primera Junta. Murió fusilado en Cabeza de Tigre el 26 de agosto de 1810. El ex virrey, bautizado como joven Jacques Antoine Marie de Liniers et Bremond, nacido en Niort, era, en consecuencia “francés”, y fue fusilado… en nombre de Fernando VII. Martín de Álzaga y Olavarría por su lado, era proveniente de Aramayona, Álava, y era en consecuencia “español peninsular”, aunque, en realidad, y atendiendo a la nueva concepción de respetos a las nacionalidades deberíamos considerarlo como hombre del país vasco, Euskadi. Álzaga fue ejecutado también, en julio de 1812. Antonio Luis Beruti, testigo presencial de los sucesos, nos ha dejado en sus Memorias curiosas el relato minucioso y detallado de la ejecución del reo: “[Álzaga] salió al suplicio de la cárcel pública con su propia ropa, sin grillos y sin sombrero, advirtiéndose la mucha serenidad, que no parecía iba a morir... Fue su muerte tan aplaudida que, cuando murió, se gritó por el público espectador ¡Viva la Patria!, repetidas veces, y ¡muera el tirano!, rompiendo en seguida las músicas militares el toque de la canción patriótica. Fue tal el odio que con este hecho le tomó el pueblo al referido Álzaga, que aun en la horca lo apedrearon y le proferían insultos... No ha recibido hombre ninguno de esta capital, después de Liniers, mayor honra por sus hechos que éste; pero tampoco se le ha quitado, en los trescientos años de su fundación, la vida a otro alguno, con mayor afrenta e ignominia de su calidad que a él... llegado el contento que recibió el pueblo, luego que fue preso ... y ejecutado su muerte, a poner tres noches iluminación general en la ciudad, en celebridad de haber concluido con el mayor enemigo de la patria ... habiéndose excedido a tal la alegría del público con la justicia que se hizo de este hombre que se tiró públicamente dinero a la gente común en celebridad, en la plaza, por varios individuos”.

   Como relata Beruti, aquel 6 de julio de 1812, erguido y orgulloso ante el pelotón de fusilamiento, el líder opositor, como correspondía a un hidalgo caballero español, se negó a tapar sus ojos con una venda.

   En los vertiginosos sucesos desencadenados entre las Invasiones Inglesas y la Revolución, ambos pasaron de la gloria al cadalso y de la pompa de los salones a habitar frías tumbas en solo cinco años. Repare el lector en un dato significativo: sus respectivas fechas de nacimiento (1750 y 1755) y muerte (1810 y 1812) los hace fuertemente contemporáneos. Atendiendo a sus respectivas procedencias y destinos apuntemos un detalle curioso: al llegar a estas tierras, ninguno de los dos hablaba castellano. Otra curiosidad histórica. Los restos del contrarrevolucionario Martín de Álzaga descansan en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo en la Ciudad de Buenos Aires, junto a los de uno de los patriotas menos discutidos, Manuel Belgrano. Las revoluciones, es sabido, son “devoradoras de hombres”…