La Armada francesa bloquea Buenos Aires
Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."
Desde hacía un tiempo Francia venía redoblando sus esfuerzos diplomáticos para que Rosas otorgara a sus ciudadanos el mismo status del que gozaban los súbditos británicos que estaban exceptuados de cumplir el servicio militar. Como suele suceder en estos casos, una cuestión menor, suscitada con el ciudadano francés Cesar Hipólito Bacle se transformó en un serio problema.
El incidente Bacle
Bacle era un litógrafo suizo que, tras la caída de Napoleón, había optado por la ciudadanía francesa. Se traslada luego a Buenos Aires donde instala un establecimiento de litografía de excelente reputación. Así fue como su taller ganó la categoría de Litografía del Estado. La larvada lucha contra los unitarios –que estaban prácticamente refugiados en el exilio—tenía múltiples expresiones como las que se insinuaba en el Salón Literario de Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Juan María Gutiérrez y Miguel Cané (padre). La revista La Moda, dirigida por Alberdi era una clara expresión de estas simpatías por el “modelo” francés.
El gobernador Rosas recelaba de esos círculos “de levita” que solían ser portadores de ideas románticas, socialistas y republicanas. Los “franceses” eran dados a incursionar en política abierta y opinar sobre costumbres y tradiciones, a diferencia de los británicos que, más pragmáticos, tenían como sus prioridades el comercio y las finanzas. Y como “el francés” Bacle hacía mapas –razón por la que solía viajar–, comenzó a levantar sospechas de espionaje o, al menos, connivencia con los unitarios que vivían en Santiago de Chile –tal el caso de Sarmiento–, Bolivia y, sobre todo, Montevideo y Colonia, en la nueva república del Uruguay. Así, Bacle fue denunciado de conspiración y de entendimiento con los gobiernos de Chile y Bolivia y se lo asimiló con exiliados unitarios, como Rivadavia y Valentín Alsina. Fue arrestado y se encontraron en su poder cartas que se usaron para incriminarlo.
El cónsul francés Aimé Roger –un encargado de negocios– se interesó por Bacle pero el Restaurador no le prestó atención. Roger carecía de representación diplomática y, además, el problema complicaba a varios países. Es así que Roger se comunica con el vicealmirante Leblanc residente en la capital del Imperio del Brasil, y le solicita un barco en el Plata para hacer una demostración naval. También escribe informando la situación a su gobierno. El ministro Felipe Arana replica que Bacle sería tratado con las leyes vigentes en el país, como cualquier otro imputado por un delito. En ese marco se produce el arribo de Leblanc. Logra la mediación del embajador británico y, así, a la vez que se atenuaron las condiciones de detención de Bacle, se dispuso rever el proceso.
Los casos de Lavié y Gascogne
Pero la tensión continúa. Inglaterra, por vigencia del pacto firmado en 1825, es considerada “nación más favorecida” y los franceses insisten en alcanzar un rango similar. En octubre de 1837 se producen otros casos parecidos al de Bacle. Pierre Lavié, un almacenero de Dolores, es acusado de adulterar provisiones al ejército y otro francés, Pedro Gascogne es procesado por falsificación de títulos de propiedad. El 30 de noviembre Roger presenta una queja formal al gobierno por la detenciones de Gascogne y Lavié y rechazando la incorporación a la milicia de Martin Larre y Jourdan Pons. La nota abusa de términos destemplados y otros, amenazantes: “El gobierno de Su Majestad, el Rey de los Franceses, confiando en la justicia y en la amistad de la Administración Bonaerense, espera que ella desistirá de pretensiones incompatibles con la nacionalidad de los franceses residentes en Buenos Aires, [...] en caso contrario, y no obstante el sentimiento que tendrá de ver alterada la buena armonía en las relaciones que existen entre los dos países, se vería obligado a hacer lo que le dicte el cuidado de la dignidad y de los intereses de Francia”.
El 24 de marzo de 1838, luego de una serie de notas diplomáticas, Leblanc, a bordo de L’Expeditive se coloca en la rada del puerto de Buenos Aires y envía un ultimátum a Rosas donde exige el trato preferencial para ciudadanos y propiedades de franceses, el derecho a reclamar indemnizaciones para los súbditos “que hubieran sufrido injustamente” e “instruir causa y juzgar inmediatamente al señor Pierre Lavié”. Rosas rebate: “exigir sobre la boca del cañón privilegios que solamente pueden concederse por tratado, es a lo que este gobierno –tan insignificante como se quiera–, nunca se someterá. La situación se tensa porque, ínterin, Bacle fallece y Leblanc, el 28 de marzo, dispone el bloqueo. La notificación reza: “El puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República Argentina están en estado de riguroso bloqueo por las fuerzas navales francesas, en consecuencia de las órdenes del gobierno del Rey de los Franceses, y esperando las medidas ulteriores que juzgare conveniente tomar”.
El ministro Arana contesta el 3 de abril señalando que la prepotencia era evidente ya que Leblanc consideraba que se habían rechazado condiciones, como el tema de las indemnizaciones, que ni siquiera se habían abordado todavía. Además, protesta por el establecimiento de un bloqueo sin previa declaración de guerra, lo que se es una flagrante violación del derecho internacional.
Por si la situación no fuera por demás tensa en el capo delas relaciones exteriores, en el mismo momento y aprovechando el “río revuelto”, un grupo de hacendados del centro y sur de la provincia de Buenos Aires se subleva contra el gobierno de Rosas. Sin embargo, con cierta facilidad el movimiento de los “Libres del Sud” es desbaratado.
Francia en un frente heterogéneo
“Cielito, cielo y más cielo/ cielito del Federal/ al que no lo sea neto/ que huya a la Banda Oriental.” Desde 1835, en Buenos Aires, solo hay lugar para rosistas “netos”, los apostólicos. Montevideo se transforma en La Meca de los disidentes. Su aire francés, por cierto, los atrae. ¡Si hasta la misma Mariquita Sánchez –ya separada del cónsul francés Jean-Baptiste Washington de Mendeville– se muda a la costa oriental!, afirmando por carta a su viejo amigo Rosas: “¡Te tengo miedo, Juan Manuel!”.
Francia insiste públicamente que no desea involucrarse en problemas internos pero es un hecho su sistemática incursión. En abril de 1840 el general José María Paz escapa de su régimen de detención y logra asilo en la fragata francesa Alcmene que está bloqueando la ciudad. Lavalle, transportando su “Legión Libertadora” con auxilio francés, desembarca y desarrolla su campaña en Entre Ríos y Corrientes. El héroe de la campaña de los Andes, busca distanciarse de la prédica unitaria y levanta como consigna “¡Viva el sistema republicano, representativo y federal!”. Edita luego el periódico El Libertador que lleva como acápite “¡Viva la Federación! ¡Muera Rosas!”. La prédica, sin embargo, no despierta el entusiasmo esperado.
El bloque opositor a Rosas es un frente heterogéneo. Si fue animado por los exiliados unitarios en Montevideo que integran la “Comisión Argentina”, como Martín Rodríguez y Florencio Varela, agrupa también a intelectuales, como Echeverría y Alberdi de “La Joven Argentina”, al imprevisible y no muy principista Fructuoso Rivera e incluso a federales “lomos negros” o “cismáticos”, como Tomás de Iriarte, que han sido perseguidos por Rosas. Los franceses apuestan a este “frente único” hasta que los hechos insinúan su próxima derrota. Un ministro francés, comprendiendo que con solo la fuerza no logrará resultados, prepara el terreno para acordar la paz con Rosas: “El gobierno no mandará ninguna expedición y se interesa muy poco por los asuntos de Buenos Aires y de los franceses comprometidos allí, pues no está obligado a proteger a los franceses que se van al extranjero [...] Francia no ha considerado aliados suyos ni a la República oriental, ni a las tropas del general Lavalle; solamente ha visto en ellas auxiliares traídos por acontecimientos imprevistos”.
Los “auxiliares” como Lavalle, Rivera y Paz, se quedan solos cuando llega al Río de la Plata el almirante barón Ange Armand de Mackau con una propuesta de paz. Los ingleses del Río de la Plata quieren poner fin al conflicto del Río de la Plata. Una serie de intrigas internacionales relacionadas con intereses enfrentados de las dos grandes potencias en Medio Oriente y Turquía permitieron a Lord Palmerston amenazar con hacer públicos documentos secretos sobre los entuertos franceses con la “Comisión Argentina” actuante en Montevideo lo que hubiera descolocado por completo a los galos en la región.
La propuesta de Mackau es rápidamente aceptada por Rosas. El Tratado suscripto por Felipe Arana y Mackau se firma el 29 de octubre de 1840. Francia debía levantar el bloqueo y reintegrar la isla Martín García y los veleros argentinos capturados y recibe, por fin, el trato de “nación más favorecida”. Además, Buenos Aires reconoce la independencia oriental y se acuerda la neutralidad respecto de los asuntos internos uruguayos. El acuerdo estipula también que la Argentina debía pagar indemnizaciones a los franceses por daños y perjuicios debidos a las acciones del gobierno de Rosas, cuyo monto se decidiría en una comisión conjunta y que a los exiliados se les permitiría el regreso a la Argentina, amnistiados, si accedían a no oponerse a Rosas: los generales no estaban incluidos en la amnistía, excepto Juan Lavalle. Poco después fue ratificado por ambos gobiernos Dice el Tratado: “Los ciudadanos franceses en el territorio argentino y los ciudadanos argentinos en el de Francia, serán considerados en ambos territorios, en sus personas y en sus propiedades, como lo son o lo podrán ser los súbditos y ciudadanos de todas y cada una de las demás naciones, aún la más favorecida”.
Un acuerdo con muletas
A pesar de que tanto Rosas como los franceses juzgaron el acuerdo como una victoria, resultó claro que no se habían alcanzado todos sus propósitos: Lavalle se negó a aceptarlo, los unitarios lo denunciaron y las complicaciones de la Argentina con el Uruguay continuarán durante otra década. Sin embargo no están, parece, tan deterioradas las relaciones de la Confederación con Francia. Contra la imagen de dictador ensoberbecido, la diplomacia del rey Luis Felipe de Orleáns presenta otro rostro del Restaurador. Un oficial, que algunos sindican como el ministro Mackau, firma unas opiniones en la Revue des Deux Mondes: “Rosas es gaucho entre los gauchos; pero ante un extranjero distinguido que quiere conquistar, el gaucho desaparece, su lenguaje se depura, su voz se acaricia, sus ojos se dulcifican, su mirada atenta y llena de inteligencia, cautiva”.
De acuerdo con las previsiones realizadas por Francia el bloque antirrosista de Lavalle y Rivera será derrotado y, por un tiempo, los franceses se mantendrán sosegados. Pero volverán a la carga solo cinco años después, esta vez, junto con los ingleses…